Día con día
Héctor Aguilar Camín.MILENIO DIARIO.
2009-11-27•Al Frente
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Es probable que la intensidad de las quejas públicas sea un indicador de la intensidad de la vida democrática. En el extremo vicioso de la crítica que es la queja hay un fondo de salud, incluso de vigor intelectual y político, que no mejora la calidad de los quejosos pero expresa la energía democrática de la vida pública.
La dictadura y el autoritarismo temen la crítica, acallan la queja. La democracia se nutre y se refleja en ellas. La aparente debilidad de los poderes asaltados por la crítica y abrumados por la queja es la raíz de su verdadera fortaleza: puede resistir sin derrumbarse la diversidad crítica y la ubicuidad de la queja.
Garantizar que haya un ambiente de crítica y de queja, es responsabilidad de la democracia. La calidad de la crítica y de las quejas es responsabilidad de los ciudadanos y de los medios.
Junto con su extremo vicioso que es la queja, la crítica ha florecido en los medios de México, y se multiplica geométricamente en internet.
El estado de alerta y la intensidad crítica de los medios mexicanos de hoy desbordan las más altas expectativas de quienes empezamos a escribir en la prensa en los años 70.
Una buena antología de autores y columnistas que escriben rutinariamente en los periódicos, hablan en la radio, discuten en la televisión o se expanden en blogs y publicaciones en línea, basta hoy para tener una visión crítica, rica, precisa, refinada e informada de la vida pública de México y, parcialmente, del mundo —gran asignatura pendiente.
Es esa riqueza la que obliga a salir del ámbito restringido de la queja, de su monotonía simple y resignada, aunque parezca valiente y rebelde.
Respecto al sesgo profesional crítico de periodistas, intelectuales y académicos, hay que decir que es parte de su tarea democrática: prender los focos rojos, informar, alertar, criticar. Vale más que pequen por exceso que por omisión en esa tarea, que incluye la inconformidad y la queja, porque son los sensores de la sociedad abierta que queremos.
La sociedad democrática vive atenta a sus fallas más que a sus logros. Es un rasgo característico de su vitalidad, de su capacidad de corregirse.
Cuando la crítica deriva en queja y la queja en resignación, algo fundamental se ha perdido en el intercambio democrático: precisamente el ánimo de corregir la siempre imperfecta y cambiante realidad.
La vitalidad democrática se resuelve entonces en frustración; la crítica, en ruido; y la justa inconformidad, en la chabacanería quejumbrosa que a menudo nos aqueja.acamin@milenio.com
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