Jesús López Gastélum
(Santa Rosalía 1927/Ensenada 1998)
Cada vez que
viajo a Santa Rosalía y desde la cuesta diviso el perfil majestuoso del Tiro
William de San Luciano, me invade una profunda sensación de lejanía, de nostalgia.
Llego a las
ruinas de mi pueblo, a mi origen, a mi niñez; y siento transitar mi propio
fantasma entre las piedras salientes y soledosas.
Para mi
esposa Gema, ahí no hay nada; para mi, está todo.
Aquí estaba
la escuela que mi madre inauguró; aquí el sindicato, la mutualista, la botica,el
puesto de Don Antonio Santiago, la cancha, el taste, la oficina, la tienda…¡Todo
estaba!!
Aquí murió
mi abuelita en junio de 1935; de esta casa salí a estudiar a San Ignacio a los 13 años. Allá quedaron las
canicas, el guante, el trompo y el valero. Allá quedó también mi viejo perro el
Fanor…
Y por
supuesto, dejé en su lugar al Tiro William: una oquedad de más de 300 metros a
la que en jaulas especiales bajaban los mineros a diferentes niveles para sacar
el cobre.
Toda una
hazaña diaria y en tres pueblos.
Alguna vez,
mi amigo, el minero Eduardo Drew, me concedió llevarme a conocer el fondo el tiro
que para mi era una fascinación.
El ingeniero Jeffroy, ex alumno de mi madre en
el Colegio Guaymense del Sector Dworak, otorgó el permiso y con todas la
precauciones debidas conocí-no sin temor- las míticas entrañas del William.
Oscuridad,
agua, rumor de potentes ventiladores, niveles enrielados, carros de acero,
mulas y muleros, cascos protectores, y una fiesta tétrica de lámparas de
carburo de penetrante, ácido olor , y de zigzagueante, inestable, errática
luminosidad : una penumbra danzante,
movediza, nerviosa, fugaz. Premonición de un destino intensamente
breve.
Seguramente
ahí fue donde nació aquel verso juvenil de mi California del Sur:”Minero,
minero de mi pueblo y de mi grey/coge el pico y arráncale a la entraña/ la conciencia suprema e tu ley”.
Y ahí sigue
el enorme castillo de acero del Tiro William(nombre del ingeniero alemán que lo
diseñó e instalo en los años treinta), referencia alucinante desde la cuesta .Un
imán.
Me gusta para
destino de mis cenizas. Si no pude dedicarle a mi pueblo toda mi vida, me gustaría
ofrendarle toda mi muerte.
*Publicado originalmente en la columna Punto y Raya del diario El Mexicano, de Baja California, en abril de 1990.
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