Todavía hace treinta años la arquitectura del edificio de la
izquierda nacional tenía rasgos muy claros en su configuración. Como parte de
su doctrina estaba la abolición de las clases sociales, el desmantelamiento del
estado “burgués” con todo y sus instituciones más sobresalientes (ejército,
tribunales judiciales, parlamento, etcétera) para instaurar un estado “obrero”
que ejercería el monopolio de la economía y la política (partido único,
gobierno como propietario único de la tierra, de las fábricas y de los
servicios públicos, etcétera). Suena escalofriante quizás, pero esa era parte
de la filosofía y principios que unía a una gran diversidad de grupos. Los
autores clásicos eran desde luego Marx, Lenin y Engels (los grandes gurús) y
luego las capillitas de los trostkistas, maoístas, castristas, titoístas,
guevaristas, kimilsungistas, hochiministas, y otro largo etcétera. Suena
también escalofriante, pero para todos había un motivo de diferenciación.
El funcionamiento u operación de esa izquierda
era también muy peculiar. La base de las organizaciones era la “célula”
integrada por tres o hasta diez miembros aproximadamente. Sesionaban al menos
una vez por semana. En el orden del día siempre había un punto para el análisis
de la situación, la discusión al respecto podía durar horas. También se
realizaba el estudio de algunos de los textos sagrados de los autores arriba
referidos. Se regían por el “centralismo democrático”, una especie de dictadura
de la cúpula sobre el resto de la organización bajo el pretexto de la
importancia de la disciplina militar para el logro de los más altos anhelos.
Cada año realizaban una “escuela de cuadros” donde los camaradas más
aventajados en la teoría revolucionaria aleccionaban al resto en encerronas que
podían durar tres o cuatro días. Para sostener a la organización e incluso
pagar un magro salario a los principales dirigentes se pagaban cuotas. Una
especie de diezmo obligatorio. Quienes no cumplían podían ser sujetos a
sanciones escalonadas hasta llegar a la expulsión vergonzosa. Escalofriante
también ¿no?
Por más pequeño que fuera el grupo imprimían
su periódico. Los más sencillos eran dos o tres hojas tamaño carta
mimeografiadas (casi siempre muy manchadas) y engrapadas. Los más formales eran
tabloides de imprenta con muchas letras abigarradas. En brigadas se iban a
escuelas, fábricas o la vía pública a vender su producto editorial. A tirones y
jalones se autofinanciaban esos periódicos que eran “la herramienta ideológica
principal de la organización”.
Siempre había motivos para dividirse y
subdividirse por una interpretación especial de las sagradas escrituras o por
una diferencia en la interpretación de las medidas a tomar para “agudizar las
contradicciones sociales y propiciar la revolución”. Los camaradas que
coincidían en ideas se constituían en “tendencias” o “fracciones” –algo
parecido a las “tribus” actuales- que casi siempre terminaban expulsados o se
escindían para formar otra organización. Entre el grupo “madre” y sus derivados
era común la acusación mutua de “traidores a la causa”, “agentes de la
burguesía”, “revisionistas”. Suena escalofriante pero así de tajantes eran las
ideologías de las sucursales de la matriz marxista.
Como los medios de información masiva estaban
cerrados para estos grupos la manifestación callejera era la forma más común y
casi única para hacerse oír. La cantidad de asistentes a las manifestaciones era
la medida indiscutible de la influencia e importancia de las organizaciones
convocantes. Antes no era raro que una manifestación terminara con garrotazos
contra los manifestantes a los pocos minutos de iniciada. Ahora los
manifestantes agarran a garrotazos a la policía, destrozan cuanto se les pone
enfrente, toman posesión de edificios públicos y escuelas y exigen de inmediato una “mesa de negociación”
ante la mirada atónita de las “fuerzas de seguridad”. Lo que también da
escalofríos. Las manifestaciones
actuales de los grupos sindicales o sociales es un vestigio prehistórico casi
irreconocible de épocas pasadas.
Que se sepa no existe ninguna formación
ideológica de los miembros de la izquierda actual, ni leen textos de algún
ideólogo y sus ideólogos ya no escriben algo distinto a los discursos contra el
“neoliberalismo”. Tampoco tienen una estructura de organización. Su lugar lo
ocupan organizaciones “populares”, que mantienen una relación clientelar con
los partidos de izquierda. Mas o menos lo mismo que inventó el PRI hace un
chorro de años.
Si la izquierda se caracterizó en el siglo
pasado por cautivar a los jóvenes quienes constituían la gran mayoría de su
membrecía hoy se caracteriza por ser el rescoldo de personas de edad más que
madura y que vienen de militar en el PRI. Ejemplos, Cuauhtémoc Cárdenas de
ochenta años, que por cierto le ruegan y le ruegan para que acepte ser el
“nuevo” presidente del PRD. Porfirio Muñoz Ledo de ochenta y un años ha
brincado como pocos en el espectro político nacional, proveniente del PRI ha
militado en todo aquel partido que le ofrece una curul o por lo menos una
embajada como con Fox. Pese a todo se sigue diciendo “hombre de izquierda”.
Ifigenia Martínez de ochenta y tres primaveras, salió del PRI junto con
Cárdenas y Muñoz Ledo, desde entonces carga la etiqueta de “mujer de
izquierda”. Manuel Camacho Solís de sesenta y ocho abriles junto con Marcelo
Ebrard de cincuenta y cinco, fueron sobresalientes promesas de Carlos Salinas
quien los cultivó hasta que después de un berrinche del primero por no ser
candidato a la presidencia decidieron irse a la izquierda juntitos. Manuel
Bartlett de setenta y ocho velitas en el pastel orquestó como secretario de
gobernación de Miguel de la Madrid la “caída del sistema” mientras maquillaban
las cifras que le darían el triunfo electoral a Carlos Salinas en contra de
Cuauhtémoc Cárdenas en 1988. Hoy es senador de izquierda del PT y se pasea en
las calles junto a Cárdenas. En un reportaje reciente de la revista nacional Proceso
tres ex policías señalan que Bartlett recibió de Caro Quintero varios miles de
millones de dólares para su campaña como precandidato presidencial del PRI en
1984. También lo señalan como participante en la muerte del agente de la DEA
Enrique Camarena. Si la izquierda de antaño daba escalofríos la actual no hace
malos quesos.
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