Viernes, 12 Diciembre, 2008
En cuanto apareció la imagen de Giovani Dos Santos, otrora esperanza encarnada del futbol mexicano, en avanzado estado de putrefacción luego de tropezarse con varias cáscaras de Bacardí en un pub muy british, se desataron los golpes de pecho, los milagros de la multiplicación de la rasgadura de vestiduras y la proliferación de avesmarías purísimas como si nadie tuviera derecho a ponerse hasta las manitas.
Si de por sí el comentario del diario sensacionalista, The Mirror, ya había calificado al incidente etílico del delantero del Totteham como “su mejor actuación en lo que va del año”, en México al pobre chico —que no ha visto futbolísticamente la suya— ya lo comparan con conocido borracho del hotel Roma. O le llaman el Salgado Macedonio del área chica. O el Pancho Cachondo del clásico pasecito a la red.
Y es que en México como casi ni cunde el melodrama ranchero, Dos Santos va a terminar crucificado no sólo por la intelectualidá panbolera, sino sobre todo por quienes encabezan el fascismo sanitario, hoy dedicados en un homenaje a la época Victoriana a coartar las libertades barriéndose con los tacos por delante. Digo, son capaces de usar su desmejorado aspecto de émulo del inolvidable “Me amarraron como puerco”, para refrendar su campaña contra el cigarro, el alcohol y las minifaldas que no lleguen hasta el huesito.
Bueno, la patria está tan secuestrada por la onda ultraconservadora que Giovani va a ser propuesto para ser el primer afusilado a manos del góber Moreira al ritmo del tuca, tuca, tucanazo.
En ese sentido, a mí la pena de muerte me parece una inutilidad jurídica y punitiva, aunque reconozco que para quien haya experimentado una tragedia terrible ver cómo descuartizan al autor de sus desgracias debe ser cuando menos reconfortante. Como castigo no ahuyenta a los maleantes porque de todas maneras nunca a agarran a nadie y, de aplicarse, la muerte parece más un beneficio para los hampones. En un buen sistema carcelario, podrían vivir un infierno hasta el fin de sus días. Así que más que la guillotina, lo que hace falta es que las mazmorras no sean resorts & spa para secuestradores y matones que se la pasan bomba, para que se transforman en espacios donde el dolor, como decía Cioran, ejerza su derecho a explayar todas sus ambiciones.
Ya con estas cosas, a mí lo único que me hace albergar algún tipo de esperanza es saber que este fin de año a los diputados les serán devueltos los impuestos correspondientes a aguinaldo, dietas y gastos de representación. ¿Así o más chingón?jairo.calixto@milenio.com
Si de por sí el comentario del diario sensacionalista, The Mirror, ya había calificado al incidente etílico del delantero del Totteham como “su mejor actuación en lo que va del año”, en México al pobre chico —que no ha visto futbolísticamente la suya— ya lo comparan con conocido borracho del hotel Roma. O le llaman el Salgado Macedonio del área chica. O el Pancho Cachondo del clásico pasecito a la red.
Y es que en México como casi ni cunde el melodrama ranchero, Dos Santos va a terminar crucificado no sólo por la intelectualidá panbolera, sino sobre todo por quienes encabezan el fascismo sanitario, hoy dedicados en un homenaje a la época Victoriana a coartar las libertades barriéndose con los tacos por delante. Digo, son capaces de usar su desmejorado aspecto de émulo del inolvidable “Me amarraron como puerco”, para refrendar su campaña contra el cigarro, el alcohol y las minifaldas que no lleguen hasta el huesito.
Bueno, la patria está tan secuestrada por la onda ultraconservadora que Giovani va a ser propuesto para ser el primer afusilado a manos del góber Moreira al ritmo del tuca, tuca, tucanazo.
En ese sentido, a mí la pena de muerte me parece una inutilidad jurídica y punitiva, aunque reconozco que para quien haya experimentado una tragedia terrible ver cómo descuartizan al autor de sus desgracias debe ser cuando menos reconfortante. Como castigo no ahuyenta a los maleantes porque de todas maneras nunca a agarran a nadie y, de aplicarse, la muerte parece más un beneficio para los hampones. En un buen sistema carcelario, podrían vivir un infierno hasta el fin de sus días. Así que más que la guillotina, lo que hace falta es que las mazmorras no sean resorts & spa para secuestradores y matones que se la pasan bomba, para que se transforman en espacios donde el dolor, como decía Cioran, ejerza su derecho a explayar todas sus ambiciones.
Ya con estas cosas, a mí lo único que me hace albergar algún tipo de esperanza es saber que este fin de año a los diputados les serán devueltos los impuestos correspondientes a aguinaldo, dietas y gastos de representación. ¿Así o más chingón?jairo.calixto@milenio.com
1 comentario:
bastante bueno...
saludos desde SLRC
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