Periodico AM 17 Mayo 2012
REDACCIÓN/ESPECIAL QUIÉN
Carlos rompió la fuente desde el útero anunciando su nacimiento cuando Berta, su madre, miraba una película basada en la ópera La Bohéme. Con música de Puccini, el primogénito de Rafael Fuentes Boettiger, estaba a punto de arribar al mundo lejos de México, debido a los deberes diplomáticos de su padre. Así, el niño Carlos Manuel Fuentes Macías, soltó su primer llanto en la ciudad de Panamá el 11 de noviembre de 1928. Nadie podía imaginar entonces que aquel bebé se convertiría en uno de los grandes escritores latinoamericanos del Siglo XX.
El nacimiento de Carlos en una Nación que no era la de sus padres, fue el principio del estilo de vida que le deparaba el destino, pues el embajador Fuentes Boettiger fue comisionado en los años siguientes a otras ciudades en Ecuador, Uruguay, Brasil, Portugal e Italia. En 1934, los Fuentes se trasladaron a Washington, donde Rafael fue nombrado consejero en la elegante casa que funcionaba como Embajada de México.
Hoy pocos saben que el pequeño hijo del entonces diplomático, fue inmortalizado en esa residencia construida en 1910 por Nathan C. Wyeth, el mismo arquitecto que diseñó la Oficina Oval de la Casa Blanca.
El adolescente precoz
A principios de la década de los 40, en plena Segunda Guerra Mundial, la familia Fuentes se mudó desde Estados Unidos al otro extremo del mundo. En Santiago de Chile, Carlos y su pequeña hermana Berta, nacida en la Ciudad de México en 1932, oirían hablar el español ya no sólo en casa sino en la calle. Sin embargo, para continuar con la educación bilingüe, su padre inscribió al muchacho en el exclusivo colegio inglés The Grange.
Carlos no encontró ahí la cantidad de hijos de judíos europeos refugiados que tanto le llamaron la atención en la Cook School de Washington, pero tuvo otras experiencias que también lo marcaron. Entre las más importantes, su amistad con el joven Roberto Torreti, con quien compartió la pasión por la lectura y las primeras inquietudes por escribir historias que tecleaban juntos en una máquina Royal portátil. Sin duda, esta relación inspiró en Fuentes el ideal de una amistad afectiva e intelectual que buscaría a lo largo de su vida.
En los jardines de la Embajada de México, los adolescentes y otros amigos jugaban al esgrima con varas secas, y en el colegio, Carlos y Roberto comenzaron a destacar por sus inquietudes intelectuales, más que por estar interesados en jugar partidos de futbol obligatorios.
“Carlos y yo asistíamos sin inmutarnos, desde un extremo de la cancha, a las carreras de nuestros compañeros que en el extremo opuesto se disputaban el balón. Apoyados en los postes del arco, hablábamos de lo humano y lo divino [...], sobre todo debatíamos el futuro de Europa”, escribió para la revista mexicana Nexos el chileno Roberto Torreti, quien hoy es un destacado filósofo en su País, recordando esa intensa amistad entre adolescentes que el novelista mexicano ha evocado en algunos libros.
A principios de 1944, los Fuentes hicieron de nuevo las maletas y se mudaron a Argentina. Para el hijo del Embajador, Buenos Aires fue un gran descubrimiento. Como la dictadura que gobernaba el País apoyaba a la Alemania nazi, en las escuelas se inculcaban prejuicios antijudíos y, según ha dicho Fuentes, él se negó a asistir a la secundaria apoyado por sus padres. Pero Carlos entonces aprendió otras cosas en la estimulante escuela de la vida. “A los 15 años pasé el año más maravilloso, al descubrir a Borges, el tango y las mujeres”, le confió el escritor hace algunos años a Maya Jaggi, periodista cultural del diario británico The Guardian.
En la vida cosmopolita del Buenos Aires de los años 40, Carlos Fuentes descubrió modas y modales que lo acompañarían en su mudanza a México.
El alma de las fiestas
Después de muchos años de vida gitana, la familia Fuentes regresó a residir en México a finales de 1944, gracias a que don Rafael asumió un nombramiento en la Secretaría de Relaciones Exteriores. Carlos estaba por cumplir 16 años y fue inscrito en el Colegio México para cursar el bachillerato. El muchacho comenzó a abrirse camino por su cuenta.
“Cuando era muy jovencito, Carlos Fuentes aparecía fotografiado en Social, la revista que se publicó en México desde los años 30. Lo invitaban a todas las embajadas porque era muy bien parecido y muy bien educado. Las hijas de los embajadores lo invitaban e incluso recuerdo que salió con la hija del Embajador de China, una chica guapísima. Era un partidazo”, explica Guadalupe Loaeza, una escritora que, entre otras cosas, se ha documentado sobre aquella intensa vida social de la época alemanista.
A pesar de haber residido la mayor parte de su vida en el extranjero, México no era una tierra extraña para el muchacho, porque durante su infancia y adolescencia él y su hermana pasaban los veranos en las casas de sus abuelas.
“Eran mujeres muy distintas. Una era del Golfo de México y la otra del Pacífico. Una era hija de alemanes, la otra descendía de mercaderes de Santander y de indios yaquis”, comentó el escritor al diario español El País, recordando a doña Emilia Boettiger de Fuentes, veracruzana, y a doña Emilia Rivas de Macías, sonorense radicada en Mazatlán, Sinaloa.
Hacia finales de la década de los 40 y principios de los 50, él ya tenía una activa vida social. De acuerdo con Guadalupe Loaeza, “vivió intensamente el periodo alemanista, cuando había muchos centros nocturnos y estaba de moda Acapulco. Carlos Fuentes se divertía con toda esa gente en una sociedad muy elitista, muy esnob, en la que había nuevas fortunas. Por ahí andaban los O’Farrill, los Escandón, etcétera”.
Y ese ambiente mundano del que él mismo formaba parte iba a aprovecharlo muy pronto para mostrarlo en uno de sus libros más celebrados.
El dandy en la región más transparente
Según el propio Carlos Fuentes, él decidió convertirse en escritor exactamente a los 21 años. “Fue en Zurich, al cenar junto al lago, cuando vi a Thomas Mann cenando junto a mí”, reveló en una entrevista publicada por el diario británico The Guardian. En esa época, además de su ajetreada vida social, había iniciado su carrera de Derecho en la UNAM, colaboraba en algunas revistas e incluso había ganado su primer concurso literario en el Colegio Francés Morelos.
Cuando Fuentes vio al legendario Premio Nobel de Literatura alemán cenando en Suiza, él estaba tomando cursos en el Instituto de Altos Estudios Internacionales de Ginebra. Se preparaba para la diplomacia siguiendo los pasos de su padre, pero la vocación por la literatura sería más fuerte.
Su primer libro, Los días enmascarados, lo publicó en 1954, pero no fue sino con La región más transparente, su segunda obra, publicada en 1958, que igualó el éxito que ya tenía en sus relaciones sociales.
“La región más transparente, causó muchísima polémica, pero también ganó muchos admiradores. Se burlaba de los mexicanos que habían estado en la Revolución y que gracias a ésta se habían hecho millonarios”, recuerda la escritora Elena Poniatowska, quien conoció a Fuentes desde 1951, “en alguna fiesta, antes de que fuéramos escritores”.
Según un comentario escrito en los años 60 por el respetado crítico Emmanuel Carballo, parte del mérito y de la polémica que generó la novela, se debía a que era una “denuncia artística contra los revolucionarios burgueses que tienen el poder en sus manos”.
“Había una ironía en la descripción de ese mundo, percibió perfectamente bien el american way of life que justo comenzaba a vivirse en México en aquella época. A las niñas frívolas las describió perfectamente. Pero no creo que haya sentado mal en esa sociedad; al contrario, rápidamente le dieron crédito”, explica también Guadalupe Loaeza.
A partir de ese libro, el éxito y la polémica acompañarían siempre al escritor mexicano.
Amado por las mujeres, envidiado por los hombres
Quienes vivieron aquellos años, hoy afirman que Carlos Fuentes cambió la imagen del escritor mexicano. “Antes, los escritores eran de domingo, es decir, tenían otras profesiones y escribían en sus ratos libres, pero Carlos se convirtió en un escritor de tiempo completo. Le dio glamour al oficio”, reflexiona Poniatowska.
Además de eso, Fuentes mantenía la imagen de un dandy, siempre impecable, bien vestido y cosmopolita. “Claro que se podía decir que era amado por las mujeres y envidiado por los hombres. Todo mundo decía que era muy guapo y muy agradable. Llamaba mucho la atención que era un hombre bien vestido. Por ejemplo, usaba lino blanco en primavera”, agrega la también periodista.
Hacia principios de los años 60, Fuentes había dejado atrás el ambiente del jet-set que había retratado en La región más transparente, y ya era una figura central en la vida cultural, en donde era requerido para conferencias, cocteles, exposiciones y fiestas de artistas e intelectuales. Ahí Fuentes ya no brillaba solo, para entonces había aparecido en su vida una genuina belleza de película.
Lea mañana la alegría y la tragedia en la part
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