Jorge G. Castañeda
03/Mayo/2012
Se celebran 150 años de la Batalla de Puebla, pero esta semana Francia podrá apuntarse su propia victoria sobre nosotros. El debate de casi tres horas entre Sarkozy y Hollande a cuatro días de la elección presidencial, por muchas razones, difícilmente podrá ser superado por el programado para el domingo por el IFE en cuanto al formato, al fondo, a la preparación de los candidatos, al contrastaste entre propuestas. Obviamente la responsabilidad de esta diferencia no puede atribuírsele directamente ni al IFE ni a los candidatos mexicanos ni a las televisoras nacionales, pero un poco de culpa tienen.
En primer lugar conviene subrayar algo que muchos hemos dicho desde hace tiempo. El sistema de segunda vuelta en la elección presidencial en Francia, como en muchos países, hace que al final haya sólo dos adversarios, y que sea mucho más fácil organizar un debate de confrontación entre ellos, en lugar de una sucesión de monólogos. No tiene nada de malo que haya debates presidenciales entre varios en primera vuelta; pero sí es conveniente que en la segunda podamos escoger entre las dos opciones que queden, para elegir con pleno conocimiento. Así es prácticamente en todos los países; la excepción mexicana, en esto como en otras tantas cosas, es anacronismo y no virtud.
Un segundo elemento es que en Francia el debate fue televisado por todas las cadenas públicas, y las emisoras públicas son las de mayor audiencia. Gracias al cable, los franceses que no desearon ver el debate podían ver otra cosa. Pero sí hubo y debe haber una inducción importante para que la gente vea los debates; conviene recordar que incluso en EU o en Brasil, donde las principales cadenas son privadas, todas muestran los debates presidenciales. En México hubiera sido preferible que las dos grandes televisoras transmitieran el debate en sus canales de mayor audiencia y mayor potencia.
Pero lo que más llama la atención de los debates franceses -y confieso mi francofilia y fidelidad a la patria de Voltaire, Sartre y De Gaulle; vi mi primer debate presidencial en Francia en 1974 entre François Mitterrand y Valery Giscard d'Estaing- es el formato y el fondo.
El formato de dos candidatos dirigiéndose el uno al otro, sólo acompañados por dos conductores que marcaban el tiempo y trataban, casi siempre en vano, de ir cambiando de tema es algo ajeno a la idiosincrasia mexicana de aversión al conflicto pero indispensable en cualquier democracia. Se insultaron -Sarkozy le dijo pequeño calumniador y mentiroso a Hollande; el socialista no bajó a Sarkozy de incompetente e irresponsable, siempre con pretextos y ajeno a toda culpa. Incluso entraron en golpes bajos como la relación de cada uno de ellos con Strauss-Kahn. Se dirigían el uno al otro, se interrumpían; hablaron lo mismo: 72 minutos con 17 segundos. Este formato encierra la desventaja de las constantes interrupciones, de la dificultad de seguir un hilo argumentativo hasta el final y de prolongar artificialmente algunos temas que no necesariamente son los más importantes. Son los costos de la confrontación directa pero también son factores que le permiten a los votantes tomar una decisión consciente.
Y finalmente cuenta la preparación. Los dos demostraron conocimiento de los expedientes, rigor en las cifras, de la historia de Europa, de África y del mundo, que difícilmente se puede ver en muchos países. En el caso de un Presidente en funciones se entiende, aunque Sarkozy no es producto del sistema elitista francés: no viene ni de la ENA, ni de la ENS, ni del Polytechnique. Hollande no ha ocupado un cargo ministerial y ha sido más bien un burócrata de partido, pero ostentó dominio de los temas y una habilidad que lo califican para ser Presidente. No sé quién ganó el debate, pero sí quién ganó la elección: Hollande por el simple hecho de haber evitado el Knock Out que hubiera reducido la actual diferencia en las encuestas.
¡Viva el general Zaragoza y los 150 años de la Batalla de Puebla!, pero ¡Vive la France!
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