Texto leído esta tarde en la presentación de la novela en la Feria Internacional del Libro dela Delegación Benito Juárez,DF.
G. B. ALDACO
El cisne negro, metáfora para designar aquellos eventos o
acontecimientos sorpresivos, inesperados, impredecibles, imposible de ser
deducidos a partir de parámetros conocidos (éstos son insuficientes para
prefigurar el suceso), se distingue por el rotundo impacto que ejerce en su
ámbito de acción: la historia, la política, la salud, la meteorología, y en
este caso la literatura.
El terremoto del 85 en esta ciudad, el asesinato
del sonorense Luis Donaldo Colosio en Tijuana, el ataque a las torres gemelas en
Nueva York y el incendio de la guardería ABC en Hermosillo, son acaecimientos
que escaparon a la luz que en otros contextos pueden arrojar las estadísticas,
y a los vislumbres más sesudos de la ciencia y el análisis sociopolítico. Sirva
mencionar estos ejemplos sobrecogedores para retrotraernos a lo que un cisne
negro significaría en el todo menos pavoroso terreno que nos ocupa, y digamos
que un cisne negro sería aquella obra cuya propuesta innovadora provoca un salto
cualitativo en el despliegue diacrónico de lo literario.
¿El David? ¿La Mona Lisa?, ¿El Quijote?,
¿Pedro Páramo?, ¿Cien años de soledad? ¿Qué creaciones cimbraron las bases y
trastocaron lo hasta entonces conocido en las artes visuales y en la
literatura? ¿Qué con la música, la danza, el cine?
En franca inspiración cortazariana, Francisco
Morales ha diseñado una nueva modalidad literaria: la “literatura baraja”. La
novela que hoy presentamos es el primer testimonio tangible de esa idea
original. En el interior de una arqueta o caja, se encuentra la novela en forma
de 134 barajas escritas por ambos lados, con lo que tenemos 269 textos
distribuidos en haces y enveses.
Lo que Aldamar Ediciones ha hecho es
convertir en objeto el concepto literario del poeta narrador. Póker del hombre triste en la tarde azul
es una baraja literaria cuya lectura puede hacerse en el orden propuesto por el
autor según la numeración tradicional de cada unidad, o bien el conjunto de
cartas puede barajarse y leerse según lo dicte el azar. El resultado de esas lecturas
diferenciadas es, al final, similar en el imaginario de los lectores. Aunque
inevitablemente variarán los matices, las resonancias, los sesgos
interpretativos producto de haber leído tal o cual carta antes o después, el
todo o unidad novelesca es esencialmente el mismo en los sujetos lectores.
Póker del hombre triste en la tarde azul es un rompecabezas literario cuya composición
dependerá de la suerte de cada lectura, aunque, como hemos dicho, existe un
formato inicial como sugerencia: las barajas están numeradas pero pueden, y deberían, revolverse, desordenarse,
trastocarse en su orden, si se quiere participar decididamente en la maniobra
sugerida por el autor, adquirir el compromiso de convertirse, junto con él, en
un actor más de su juego malabar.
“Cada texto, aquí, es una carta de la baraja.
Puede ser leída, acaso, con el ritmo y al modo del juego del solitario. Los jokers
van al final…”, advierte al inicio el autor. Su propuesta es, pues,
fundamentalmente lúdica, como si nos convidara a abandonar la solemnidad
estética para apostarle al juego literario, a que el lector retome y continúe
por sí mismo el torbellino de creatividad que dio lugar a la obra.
El
autor ha partido seguramente del concepto Econiano de obra abierta en tanto
promueve una idea de la literatura que concede a los lectores la alternativa de
convertirse en suplantadores del propio novelista, como buscando que la deidad
autoral se desvanezca, pero ha trascendido ese concepto en tanto osó violentar el
formato clásico de la edición literaria. De esa manera le ha otorgado una mayor
sustentabilidad y plasticidad a la perspectiva de Umberto Eco.
La novela recrea la vida urbana de la
ciudad fronteriza de Tijuana en las décadas de los sesenta y setenta del siglo
XX, a través de un grupo de personajes que se reúnen cotidianamente en cafés y
cantinas para compartir sus pensares, sentires, nostalgias, deseos.
Las 269 cartas corresponden a
pequeños monólogos de los 11 personajes: El Otro, Fontes, Green, Cala, Leroy,
Acosta, El Negro, Bertheau, Elsie Dulzura, Burton y Barrientos, quienes, a su
vez, introducen a otros actores, que, en acción sucesiva, refieren o hacen
alusión a otros, como en el juego de las cajas chinas. Voces dentro de las
voces que dan voz a otras en una cadena que podría parecer interminable: novela
espiral que quiere, de alguna manera, imitar al infinito. Más aún cuando la
posibilidad de barajar las cartas simula los jardines laberínticos, aunque sin
las limitaciones de la confusión y el enredo, y sí con los atributos de la
naturalidad y la fluidez. Esta última característica se nutre de que Póker es, en la dimensión del lenguaje, una novela-poema: no podía ser de otra manera tratándose del
trabajo de un poeta de larga trayectoria. Las cartas obedecen a la esencia de
lo narrativo pero la prosa es, en ellas, fluir poético, cadencia lírica.
Los personajes están diseñados
y dispuestos de una manera horizontal, en tanto no se han construido
recurriendo a la división tradicional que obedece a la importancia de su
participación en la trama. En todo caso unos cobran, sí, más relieve que otros,
pero las delineadas cúspides de la cordillera que forman en conjunto atendiendo
a sus actos de presencia, son sólo ligeramente desiguales en su dimensión.
Algo similar ocurre con las
historias. No puede decirse que alguna sea más relevante y significativa que
otra. En el lector recae el privilegio de adherirse, compenetrarse,
solidarizarse con los distintos componentes de ese piélago polifónico que es la
novela.
El póker novelesco no tiene,
tampoco, principio, desarrollo y fin según los cánones de la tradición; ni
clímax, desenlace, conclusión o revelación final, si es que puede hablarse de
final en sentido estricto.
En su concepción estética, Póker rinde tributo a lo que uno
desearía leer de nuevo, a ese lugar literario al que uno quisiera regresar
siempre: lenguaje, personajes, argumentos ideados sin mayores pretensiones que
las de atraer al lector a las expresiones más elementales y por lo mismo más
profundas de la condición humana. El paso del tiempo, la fragilidad de la
existencia, la soledad, las posibilidades o imposibilidades del amor; vidas que
se encuentran y por algún motivo se distancian, se repelen, o que simplemente no
se encuentran porque es imposible vencer al hado; las dificultades o bondades
de la relación con los otros; los distintos universos que cada ser se va
construyendo para sí y para los demás en su tránsito por la vida; las
nostalgias, las amarguras, los placeres, las añoranzas, las pérdidas; la
plenitud, quizás, seguramente fugaz; e integrándolo todo, la imposibilidad del
lenguaje, en donde radica el drama humano.
Así, uno de los personajes dice: “Aunque
si quisiéramos atender, aceptar: la otra persona se compone, finalmente, de
imagen y palabras. El cuerpo y el pelo que acariciamos, maltratamos, añoramos, más
las palabras que nos dijo. Somos palabras en el interior de los demás; imagen y
palabras. De odio, de amor, de indiferencia. Las palabras dichas. Fabrica la
memoria una cara, unos ojos, sus pausados movimientos. Después le hablamos y
nos responde desde un tiempo pasado. En la imagen acomodamos las palabras que
nos dijo; por eso joden tanto los recuerdos…”.
Póker del hombre triste en la tarde azul es una novela de la memoria.
Cada monólogo es un acervo concentrado de remembranzas y evocaciones de un
pasado parcialmente común a los personajes, y al mismo tiempo un desafío al
tiempo y al olvido, porque el presente interviene de manera discorde, tiñendo al
pasado del colorido a veces traicionero del aquí y el ahora.
Por
esas vías misteriosas de la memoria, se van engarzando los miembros de una especie
de cofradía que se reúne en cafés, cantinas, bares de una ciudad cuya identidad
el autor no se cuida en ocultar, aunque podría corresponder a muchas ciudades
del orbe. Tijuana en la novela podría ser Villahermosa, Jalapa, Lima, Cartagena
de Indias o la Córdoba del sur del continente, en la tercera cuarta parte del
siglo pasado, con las utopías, los ideales de aquellas décadas de esperanza
dominando los temperamentos, pero también autoaniquilándose por el peso de una
realidad muy lejos de responder a su consumación.
Novela baraja, novela espiral,
novela interminable como los laberintos de la memoria, exige de los lectores una
habilidad especial: la magia de saber leer las cartas.
Para concluir, el concepto de literatura
baraja ideado por Francisco Morales trasciende también en otro sentido el nivel
formal. Enaltecer la dimensión lúdica de la literatura, renunciar a los
autoritarismos del orden y del rigor, convidar a los lectores a potenciar su
participación en el desmenuzamiento de la obra, es convertir o pretender
convertir a la literatura en una alegoría del mundo, regido por azares y
contingencias, y en donde además los cisnes negros, aunque escasos, como éste, sí
existen.