Alejandro Álvarez
Nos guste o no existen dos deportes que
convocan masivamente al pueblo mexicano: el futbol y el box. En uno se llenan
estadios semanalmente con miles de entusiastas aficionados y el otro provoca que las calles queden desiertas
cada vez que uno de los populares boxeadores nacionales expone o busca un
título mundial. En ambos se percibe en la actualidad un molesto olor a
descomposición y a fracaso. Las causas parecen ser las mismas, un mercantilismo
exacerbado que ha hecho al deporte y al deportista a un lado para colocar al
negocio descarado en primer plano.
En el futbol la debacle pudo haber iniciado
cuando dejaron el sistema de competencia de todos contra todos en dos vueltas
al final del cual el equipo que tuviera el mayor número de puntos era el
campeón y punto. Para incrementar sus
ingresos los dueños de los clubes dividieron a los equipos en grupos y después
de concluir el torneo regular de “todos contra todos” iniciaban juegos extra
entre los dos primeros de cada grupo y los dos mejores terceros lugares.
Después adoptaron el sistema actual en el que después de jugar “todos contra
todos” clasifican a la “liguilla” los ocho primeros de la tabla general. En
síntesis hacen dos torneos en uno, se duplican los juegos y por tanto los
ingresos por entradas y por las transmisiones televisivas con los respectivos
mensajes comerciales de los patrocinadores. El resultado ha sido la creación de
un futbol especulativo y desgastante. En el paso de una temporada a otra existe
el otro negocio que representa la subasta de jugadores, un simple y llano
mercado de piernas donde la mercancía, es decir el jugador, no tiene nada que
decir. Al término del remate simplemente le dicen: “tu nuevo dueño es fulanito”.
El romántico “amor a la camiseta” simplemente dejó de existir. Sanseacabó. Una
cosa muy similar ocurre con los técnicos -entrenadores, que desde luego serán
siempre la parte más delgada del hilo –chivo expiatorio- cuando las cosas no
marchan bien. En el futbol nacional se ha dado la singularidad de que los
empresarios televisivos son al mismo tiempo los mandones en la Federación
Mexicana de Futbol de manera que han fabricado la imagen que han querido de sus
equipos, sus jugadores y sus sistemas de juego o competencia. Un tiempo nos
hicieron creer que estábamos dentro de los cinco primeros equipos del mundo, por encima de Argentina, Inglaterra, Francia,
España, aunque éstos hubieran conquistado una copa mundial y nosotros nunca.
Detalles sin importancia, desde luego. Como en todo teatro, la función debe
terminar en un momento. Ese momento llegó. En las eliminatorias para obtener un
boleto al próximo mundial no se pudo vencer a rivales como Honduras, Costa Rica
y Estados Unidos, que en otra época se les ganaba con las reservas. También se
hizo creer que el Guadalajara y el Universidad serían siempre equipos de
primeros lugares y hoy reposan solitarios en el sótano de la tabla.
En el box, ha operado un mecanismo muy
similar. Se pasó de pocas divisiones y dos organizaciones mundiales a duplicar
las divisiones y multiplicar los títulos de varias federaciones de box, antes
había un solo campeón de peso gallo, hoy hay por lo menos seis divididos entre
gallo, super gallo y al menos cuatro organismos mundiales. Hay campeones
“mundiales” hasta debajo de las piedras. Cosa curiosa, las televisoras también
se han adueñado del negocio de las trompadas y han fabricado ídolos a
discreción. El caso más penoso es el de los hijos de Julio César Chávez que han
navegado entre la mediocridad y el escándalo (recientemente uno de los juniors
estaba de invitado especial en la fiesta donde asesinaron al mayor de los
Arellano Félix en Los Cabos), siempre con rivales a modo (costales) y ni así
han logrado destacar pero la falta de capacidad deportiva siempre ha sido
sustituida con un buen manejo de imagen y publicidad. El otro caso es el del
“Canelo” Álvarez, manejado por la otra televisora (cada televisora tiene a sus
boxeadores en exclusividad), que mostró todo el cobre del que estaba hecho en
cuanto le pusieron un rival de primera línea. Pero seguirá siendo negocio y no
debe dudarse que se llenarán coliseos, bares y salones para ver las próximas
peleas de El Canelo y de los juniors Chávez. Con la bendición de los dueños del
deporte popular nacional, desde luego.
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