sábado, 6 de marzo de 2010

EL ESCOPAS, "CEJAS DE COCADA"



Le encantaba que le dijera “Cejas de cocada”, pues era una forma de recordarle su nebulosa filiación paterna. “Como las de Torre, ¿verdad?”, decía Fernando con una sonrisa que entremezclaba el orgullo y el resentimiento.

La búsqueda de un padre desdeñoso, más bastardo que el hijo, y el eterno retorno a la tierra arisca y hechicera, amarga y dulce como las ciruelas del Mogote, fueron las obsesiones que marcaron la obra nunca cuajada a la altura que prometía el gran narrador atisbado en relatos como Obregón Perla y El Portafolios.

Es Obregón Perla el personaje arquetípico a través del cual Escopinichi intentaría descifrar el microuniverso sudpeninsular, delineando en la página en blanco del desierto interior, un paisaje cifrado en la palabra alucinada del Señor Herrumbre, del General recolector de corcholatas transformadas en medallas al mérito, en insignias de la invención absoluta; el “coco” -en el sentido prebatúrico: antes del narcoavionazo del Baturi-que arrastraba una cola de latas de cerveza recolectadas en la bajada de la cantina Chulavista y sus alrededores olorosos a orines recalentados por el sol canicular.

Obregón Perla fue la base de un relato más largo, con pretensiones de novela: Los días de aquel tiempo, editado por el gobierno del joven estado de Baja California Sur, a principios de los ochenta. Años después, en un café del centro de la ciudad de México, muy cerca de la SEP, Fernando me obsequió unos folios debidamente encuadernados con un título que ilustraba su terquedad literaria y su obsesión existencial: Otra vez la misma fábula.

Obregón Perla de nuevo queriendo dar el salto del cuento a la novela. Intento que se
disuelve en el aire de un lenguaje sospechosamente poético, no sin antes brindarnos una
cuantas páginas densas, luminosas, transparentes, con esa voluntad de estilo que disfruté
mucho antes de toparme con la persona y el personaje de Fernando Escopinichi en vivo y a todo color y calor.

Abrevé en esa prosa de la columna Marginalia, publicada semanalmente en el Eco de
California de Félix Ortega Romero, que no era la de un articulista político tradicional,
limitado a la anécdota y al mitote casero , sino la de un escritor cuyo goce del lenguaje era en sí mismo un compromiso ético y un método de conocimiento. Para explicarse y explicarnos el misterio de la choya que todos los sudcalifornianos llevamos en el lugar del corazón, y descubrimos los designios del Crepúsculo, Escopas citaba a Borges y a Paz, a Ortega y Gasset y a Samuel Ramos, a Rimbaud y a Valery.
Como suele suceder en los temperamentos literarios, a Fernando le repugnaban los políticos y la política, pues los consideraba depredadores del lenguaje y de le ética como una especie de esteticismo moral. Alguna vez, cuando se cocinaba en los conciliábulos palaciegos, de café, bar y redacción, la sucesión de Félix Agramont, y en la prensa local hablaba del “bueno”, el Escopas sacó la flamígera espada de prosapia asturiana y con altivez de Torre se preguntó en Marginalia:” Bueno: ¿Bueno para qué?”.
Y resultó que el “bueno” era realmente un hombre cargado de bondades: Angel César(así nomás, sin apellidos), un político de excepción, de temperamento artístico y corazoncito bohemio.
Hubo química entre el Escopas y Angel César, y el primer gobernador constitucional del nuevo estado, abrió la cartera y se hizo la luz de una política cultural sin precedentes ni sucedáneos en le media península. Se crearon premios literarios como el Internacional de Poesía Ciudad de La Paz y el Nacional de Poesía Manuel Torre Iglesias, sin demérito de los juegos florales tradicionales: Premio de Poesía Leopoldo Ramos Cota, Juegos Florales del Pilar, Premio Margarito Sández Villarino, entre otros.
Entonces nos visitaron escritores mexicanos y extranjeros, entre ellos y en varias
ocasiones, Juan Rulfo(amigo personal de Escopas), a quien se le podía ver en la Terraza del Perla fumándose uno de sus Delicados frente a una taza de café negro, contemplando la deslumbrante bahía.
Pero la obra que quizás más llenó el corazón de hijo agradecido de Fernando(¿Cómo no ser agradecido con quien le dejó la más bella de las herencias: el amor por el lenguaje?), fue la publicación, por el bastardo celosamente cuidada, de las obras completas de Manuel Torre Iglesias, el erudito asturiano y maestro de Raíces Griegas y Latinas en la prepa Morelos, el del miembro descomunalmente deformado por una hernia de ingrata memoria olfativa.
Publicada en varios tomos, la obra de Torre fue auspiciada por el Gobierno del Estado con Angel, y por el Ayuntamiento de La Paz, presidido por otra fina persona, un paceño de alcurnia tanto en el terreno familiar como profesional: el eminente cirujano Cardoza
Macías.¿Dónde quedarían estos libros tan desconocidos por las nuevas generaciones?



ENCUENTRO EN PALMIRA Y EL INFORME QUE NUNCA OIMOS

Pero vayamos al encuentro de otras imágenes y escenarios en los que brillaste con la luz propia de ese poeta de la vida que quisiste ser, y que en buena medida fuiste. Como aquella vez en que Liceaga, el gobernador, nos invitó a un informe de Gobierno, y coincidimos en el Hotel Palmira.
Traíamos una sed más endemoniada que la de los conjurados de la mesa de Las Playitas, en el cierre de edición del Eco de California. Así que ya un poco entonados nos fuimos al informe, a pie, por el malecón, trajeados y con ganas de no llegar nunca a la cita con el discurso del hijo consentido de Anita Rubial, la legendaria partera paceña...
Pero al fin llegamos al Teatro de la Ciudad (Paquito Arámburo nos dio un
aventón), y los guaruras liceaguistas me cerraron el paso. Había olvidado la invitación al evento. Tan pronto mis compañeros expedicionarios se dieron cuenta del incidente, rompieron las invitaciones y al grito escopinichiano de “Vayámonos a la mierda!!” abandonamos el recinto oficial y nos dirigimos al Perico Mariguano, el bar de moda, con Nacho evocando en cada esquina los trajines de sus mocedades, el Nayo hablando de la luz fragmentada de Cezanne y del Angel Caído de Chagall, y tú pidiéndome que te volviera a decir “Cejas de cocada”, sí, “como las de Torre”.


UNA VISITA AL ECO

Con la sed ya derramada en nostalgia, en choya blues, nos trasladamos hacia la vieja casona, sede del semanario fundado por Ignacio Bañuelos Cabezud en 1912, y a la sazón dirigido por el nieto del general revolucionario Félix Ortega Aguilar.
Encontramos a Félix Ortega Romero solo frente a una botella de brandy a medio
llenar sobre la mesa donde se firmó el revolucionario y maderista Plan de las Playitas. Le dio un gusto enorme la inesperada visita, pero no tanto como a mi, pues me había
desterrado del Eco por la crítica que desde la revista Ahora, habíamos hecho al “regionalismo”; y ahora, sin rencores, Félix me extendía la mano y me reglaba un libro suyo de relatos y de reciente aparición con una generosa dedicatoria.

En aquella fáustica visita a la Mesa de las Playitas recordamos La Noche del Día de la
Libertad de Expresión en que por orden del Escopas, salimos del Eco cargando con varios cartones de cerveza para seguirla en alguna playita más allá del Coromuel, ante la ira de Félix quien al descubrirnos se proclamó “víctima de un atraco”.Sin quitarse sus lentes oscuros a la altura de la tres de la madrugada, Fernando paró en seco el berrinche del entrañable amigo:
”No nos hagamos pendejos, Félix, esta cerveza no es tuya, te la regaló Angel César. Es de la nación, de todos, patrimonio público.”


LA UTOPIA DEL RETORNO: MASCARADA POLITICA

Quisiste regresar a morirte en tu tierra, y te aferraste a la imagen humanista y a la palabra de un amigo, político en campaña, quien al final de cuentas te hizo gastar tus últimos ahorros de hombre honesto y no te pudo cumplir la promesa de hacerte secretario de educación, pues, rodeado de malandrines y adefesios políticos, perdió estrepitosamente las elecciones.
Te dijiste engañado pero no fue más que tu propia sombra la cruel engañadora; fue el Ulises maltrecho-aquel Señor Herrumbre, siempre inacabado, perseguidor y perseguido- que te ordenó el retorno, el burlador. Fue letal el último llamado de Obregón. El personaje literario, el fantasma, el coco de la infancia, el Frankenstein paceño, quiso entonces devorar al hombre tridimensional, a su creador, al escritor de carne y hueso, y le fue arrebatando el alma, quebrándole por dentro las más caras imágenes, acentuando el reclamo de la obra inacabada, la deuda con el otro que siempre quiso ser, desdibujando el poderoso y elegante estilo que había sido espejo de mis primeras aventuras periodísticas y literarias
En un postrero acto de lucidez, Obregón Perla Escopinichi hace un acto de contrición ante la prensa y rompe su credencial del PRI:”!Me engañaron!!!”, grita, se levanta y, ya mortalmente herido, regresa a la ciudad de México, donde muere pocas semanas
después, el 22 de agosto.

Se te negó el regreso a tu tierra nativa, mi querido Escopas, Cejas de Cocada; aunque
quizás nunca te fuiste, y como el Señor Latas Vacías libraste tus batallas definitivas en esa dimensión alucinante, bella y terrible, que brota al conjuro de las palabras mágicas de tu personaje, entre el Mogote y el Cerro Atravesado.

Ahora sí, Fernando, como diría Obregón: “Se está haciendo tarde. Quedémonos en nuestro domicilio.”



2 comentarios:

mezaos dijo...

¡Puta! que buen homenaje a Escopinichi- Obregón Perla.Pinche pluma envidiable, que buenos recovecos de la memoria y que manera de plasmarlos en el papel.Como siempre, una lectura gozosa, exultante, sabrosa que cuando se termina el texto, queda sabor a poco ¡queremos más!

Con toda mi admiración:

Un abrazo
Arturo Meza O... de aquí, del blog de enseguidita

Unknown dijo...

soy nieto de Fernando Escopinichi no te conocí pero te agradezco en nombre de mi familia este articulo definiste a mi abuelo como tal vez ni siquiera nosotros su familia lo definiríamos. Me contó lo de la credencial del PRI y la verdad no le creí , ahora me arrepiento por que por lo que cuentas fue cierto.. muchas gracias por tu articulo

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