miércoles, 10 de marzo de 2010

LA CULTURA POLÍTICA DEL CINISMO..

HÉCTOR TAJONAR. MILENIO DIARIO.

El cinismo es “la desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables” (DRAE). Llevado al ámbito político, el cinismo es impudencia o descaro para engañar con el único fin de obtener el poder, sin importar los medios que se utilicen para lograrlo, para disfrutar de él en beneficio propio, no de los gobernados. El cinismo político es el pragmatismo llevado al extremo, sin freno ético alguno; es traicionar principios morales y políticos, es burlar el cumplimiento de la ley, es la contradicción entre el discurso y la acción políticos, es hacer de la hipocresía virtud, es recrearse en el lodo de la falsedad, la ocultación y el disimulo a costa del erario público, del desarrollo del país y de la dignidad ciudadana.

La cultura política del cinismo es cimiento y coraza de los embaucadores que se jactan de gobernarnos, alimento de la corrupción e impunidad reinantes, herramienta para justificar el bicentenario atraso de la nación, así como causa de la degeneración de la democracia hacia la demagogia impune que padecemos.

La cultura política del cinismo ha sido uno de los pilares del sistema político mexicano desde hace, por lo menos, 81 años en que fue creado el PNR. Su vigencia se ha mostrado en toda su perversidad durante la reciente comedia de enredos protagonizada por el PRI, el gobierno y su partido en torno a los acuerdos encubiertos para evitar las alianzas electorales a cambio de apoyo legislativo. Ello confirma que el cinismo sigue siendo un factor esencial de la cultura política mexicana, aun después de la alternancia ocurrida en el año 2000. Independientemente de etiquetas ideológicas, principios doctrinales o plataformas electorales, esa nefasta aportación del régimen priista ha sido aprendida y adoptada por todos los partidos políticos como base de su acción.

Con muy contadas excepciones, los jerarcas políticos del país son a los valores de la democracia, lo que el sacerdote Marcial Maciel representa para los valores cristianos. La analogía no es exagerada, pertenecen a la misma calaña: son caraduras que utilizan su investidura para negar y denigrar con sus actos los principios que predican, sea en el ámbito de la política o de la religión; consideran a la ética como un estorbo del que es fácil deshacerse. Son personificaciones del cinismo.

Son los Macieles de la democracia, de ayer y de hoy, quienes han convertido el federalismo en feuderalismo, interpretando falazmente los preceptos constitucionales para justificar y encubrir cacicazgos. Ellos son los que han transformado un sistema de partidos supuestamente plural y democrático en la llamada partidocracia, paraíso de prebendas y opacidad. No es casual que la transparencia y rendición de cuentas en los gobiernos estatales y en los partidos estén ausentes de las propuestas de reforma política. Son anatema. Los legisladores son capaces de reformar muchas cosas, pero no de reformarse a sí mismos o a los gobernadores que los controlan. Lo mismo ocurre con la “autonomía sindical”, utilizada como máscara de corporativismo y corrupción impune, a cambio de control de los trabajadores y apoyo electoral.

Por ello, pienso que la cultura política del cinismo es el mayor obstáculo para la reforma política de fondo y para la consolidación de la democracia. En tanto prevalezca el cinismo como fundamento de la acción pública no habrá reforma política que funcione. Los Macieles de la democracia se encargarán de anular los efectos positivos que pudieran tener algunas de las reformas propuestas, en el caso de que sean aprobadas en el Congreso, o peor aún, de tergiversar o burlar las nuevas leyes para transformarlas en práctica corrupta o instrumento de chantaje. Es su especialidad.

La cultura política del cinismo entraña otro grave riesgo para la democracia: el de contagiar a la ciudadanía. La falta de credibilidad de los políticos va en aumento, al punto de hacer casi indistinguibles a los partidos y a los personajes políticos, inmersos en un duelo de simulación y engaño, totalmente alejado de los problemas e intereses de los ciudadanos. La política se ha vuelto espectáculo sangriento, frívolo o grotesco. Ello puede dar lugar a un creciente desinterés por la política y a un desencanto progresivo por la democracia, que puede tener consecuencias indeseables para todos.

La soberbia del cínico le hace sentir el derecho de engañar a los demás, su ingenuidad le hace creer que lo logra. Ambos supuestos son falsos.

hectortajonar@yahoo.com.mx

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