Juan Melgar
Cuando El Zorro agarraba los remos de la panga, el buzo abulonero podía correr allá abajo cuanto quisiera por los arenales, de piedra en piedra, sin que su manguera de respiración ni el cabo que llevaba atado al cinturón de plomos se tensaran, impidiéndole avanzar. No importaba qué vientos estuvieran soplando allá arriba, en la superficie de las aguas que bañan punta Abreojos, el campo del Medio, el Batequi, el estero del Coyote, el médano Amarillo: El Zorro se atrincaba con los dos pies contra el espejo de popa y, con movimientos circulares de sus muñecas aunados al poderoso empuje de los hombros, obligaba a la panga de 22 pies a deslizarse en la dirección en que brotaban las burbujas de aire que el negro buceador iba dejando en su carrera por el fondo marino.
Si el nortecito empezaba pegar de sopetón a la flota de abuloneros que faenaban junto a la Lobera unos, en la piedra de Afuera otros, y algunos cerca del banderín que delimita el vecino territorio pesquero de los buzos de La bocana, casi todos los “bomberos” encargados de vigilar la presión del aire en el tanque que alimenta al buzo y de remar siguiendo sus erráticos galopes en busca de piedras con abulones, encendían el motor fuera de borda para aguantarle el paso. El Zorro no: él remaría con el agua fría azotándole el rostro, el ojo izquierdo cerrado en tic eterno, su ojo derecho de Popeye vigilante del rumbo de las burbujas, manteniéndolas siempre pegadas a la falca de babor.
Al término de la marea, cuando el buzo aboyaba resoplante y exhausto cual oscuro bufeo y el “cabo de vida” ordenaba en lazos simétricos la manguera y la cuerda, El Zorro se mantenía de pie, quieto, impasible allá en la popa, gobernando con aire distraído y sabios giros de los remos aquella panga que había dejado de luchar contra viento y oleaje.
Una tarde, mientras intentaba una carambola a tres bandas en el galerón que hacía las veces de billar, confesaría al camarada cabo de vida que su pasión por los remos no era tal. Que la asumía como castigo por no haberse ido a jugar a la Liga Mexicana de Beisbol, cuando aquel buscador de los Tigres lo había firmado, pero, la víspera de su viaje a Pastejé, se había robado a la bella Muñeca de sus sueños juveniles, hoy madre de sus hijos.
“Su bola recta viajaba a 98 millas por hora. Ganó 27 juegos en una temporada, con 2.0 de carreras limpias” –recuerda uno de sus coetáneos, y agrega: “Podía jugar en cualquier posición y batear arriba de los 300. Era prospecto para las grandes ligas”.
--Me dio miedo, camarada. ¿Usté cree que hubiera aguantado allá en México?
No muy convencido, habrás de ayudar a su autoestima diciéndole que hizo bien en optar por ser el Rey del Remo en la Pacífico Norte por muchos años, antes que efímero estrella de la pelota en el parque del Seguro Social o en el Chávez Ravine gringo. A fin de cuentas ser héroe de la clase obrera sigue siendo importante, aunque haya caído el Muro de Berlín y el Telón de Acero haya volado en ideológicos pedazos, derrotado por el neoliberalismo.
No en todas las generaciones aparecen personajes tan llenos de polarizada humanidad como tu amigo, El Zorro.
martes, 31 de mayo de 2011
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