En La Paz, capital de la Antigua California, el Puerto de Ilusión, se arma una balacera entre policías y bandidos(valga la redundancia), a dos cuadras del Palacio de Cantera, o de Caquera, según se vea, donde ese mismo día el nuevo gobernador, Marcos Covarrubias, acaba de ratificar en el puesto de Secretario de Finanzas, a quien todo mundo temía porque representaba, representa, la continuidad del apestado NARCISO AGÚNDEZ.
Un gobierno que según cifras del Instituto Mexicano de la Competitividad, sacó un CERO EN TRANSPARENCIA. Miles de millones de pesos andan volando alto en los paraísos fiscales del Caribe y en las lavanderías de la banca gringa. Cero en transparencia de los recursos públicos, y una deuda pública quintuplicada, es en el frío lenguaje de la estadística, el saldo trágico.
Ayer, estuvimos en el programa Cámara Húngara, de Megacable 9, un panel de periodistas, en el que abordamos lo del cambio de gobierno y el nuevo gabinete. Me preguntaron qué me había parecido la toma de posesión, y les di mis impresiones como espectador televisivo.
Dije que me llamó la atención que los conductores de la trasmisión en vivo, en cadena de Canal 10 y Canal 8, del Instituto Estatal de Radio y Televisión, no mencionaron para nada el nombre del gobernador saliente.
¿No había ido?
La pregunta era si la omisión era por olvido, autocensura o consigna gubernamental. Al día siguiente supimos que el nuevo director del IERT era nada menos que uno de los conductores, por lo que se recrudeció el sospechosismo.
Mala señal.
Pero no para algunos de los reporteros presentes. No era esa la nota, dijeron. Respondí que no estaba de acuerdo. Era la nota, entre otras razones, porque la ausencia de Narciso, era su única forma de brillar. Era el primer gobernador en no asistir al cambio de poderes. Algo excepcional.
Este detalle podría ser el indicio de que todo seguirá igual en el IERT, un vil instrumento de propaganda oficial y escuelita de esquirolitos intoxicados de chatarra mediática.
El buen amigo, Elias Medina, reportero estrella de El sudcaliforniano, el papelón de la OEM, que durante seis años publicó la foto de Agúndez todos los días en la primera plana, no estuvo de acuerdo en que la ratificación del secretario de Finanzas, fuera impopular.
Eso no es cierto, dijo Elías. No Elías, riposté, "no era cierto" para el periódico en que laboras , empeñado en abolir la realidad, ni ése ni otros temas de escándalo son verdaderos , porque el verdadero director lo había sido el director "de comunicación social" del pasado gobierno. La opinión pública, trasciende la opinión publicada, sobre todo la de ese papelón alquilado a los gobiernos en turno desde los tiempos de los priistas originales y originarios.
Hubo algunas llamadas, leídas puntualmente al aire por el conductor , Germán Medrano. Efectivamente, opinaron los televidentes, la ratificación del hombre de los dineros del satrapilla de Santa Anita, había sido un nombramiento desafortunado.
Otros televidentes, sin duda los más perrones, le dieron una apapachadita al pequeño argenitno que, dice mi amigo bonaerense, el psicoanalista lacaniano, Pablito Bransburg(Sos un tana), traigo no tan sumergido.
!!Que dejaran hablar al poeta de la camisa roja de cuello mao!!
De salida, le digo a Elías que me lleve a dar un maleconazo, como a una de esas ovejitas negras recién desempacada de Chametla Country Club. Y montados en una Four Runner de doble cabina, una toyotita noble y generosa, eterna(!!Volvió a temblar en Japón!!), agarramos rumbo. Quería limar asperezas por mis dichos en contra de la empresa para la que Elías, un hombre honesto y limpio y de gran calidad humana, trabaja. La noche era esplendorosa con una 20 grados centígrados a la medida del cuello mao de mi camisa roja, y mi saquito de mil batallas.
Tomamos por la 5 de Febrero de palmeras aplaudidoras. Gracias, esbeltas divas. Doblamos por la Abasolo y fuimos al encuentro de la Bahía iluminada por la luna de abril, y las lucecillas de las danzantes vergas de los yates, de la ciudad flotante, propiedad de las clientelas cautivas de la Hora Feliz en los bares de la marina...
El malecón lucía como queriendo empezar el fin de semana en jueves.
El malecón lucía como queriendo empezar el fin de semana en jueves.
Lo recorrimos a un ritmo que haría palidecer al mismísimo Checo Pérez, la víspera de su carrera en Malasia: diez kilómetros por hora, al estilo de los taxistas paceños de la época clásica.
A la altura del Molinito y el "Golden Gate" de madera del Esterito, llegamos a una de esos expendios tipo Oxxo, pero más sofisticados, el Brezze, o algo así, a comprar cigarros y algo de beber: Dos gatorades de uva.
A la altura del Molinito y el "Golden Gate" de madera del Esterito, llegamos a una de esos expendios tipo Oxxo, pero más sofisticados, el Brezze, o algo así, a comprar cigarros y algo de beber: Dos gatorades de uva.
Al ir a pagar, hacían fila frente a la caja un par de suculentos ejemplares femeninos. Dos porteñitas, morritas, con varias botellas de una bebida con etiqueta azul para mi desconocida. Skyes decía la etiqueta. ¿De qué son? , inquirí a la más próxima a mis blanquecina s barbas...
La más alta, la de la cabellera castaña, tersa, luminosa, que despedía un perfume a Dove; la de la faldita de seda, estampada de hojuelas de tonalidades ocres y púrpuras, que se plegaban a un cuerpo de esos que te envuelven en su campo magnético desde el primer contacto visual.
Piernas largas y macizas, rodillas pulcras y luminosas, y un escote que dejaba ver el nacimiento de dos frutos de temporada, primaverales, resaltados por el destello de los minúsculos rayitos adheridos cual luciérnagas del desierto peninsular en pecho, brazos, rostro. Traía su propio carnaval, la bella.
¿Contienen alcohol? Si, claro, es vodka, respondió acercándose la ninfa, desafiante, con el rebosante pecho por delante, rozando uno de mis brazos.
Uh, la única bebida que me hace daño, le digo, prefiero el whisky...o el tequila.
¿Por qué les gusta tanto el Vodka a las mujeres? También me gusta el whisky, y el tequila. ¿Por qué te hace daño el Vodka? . Por qué habría de ser, una intoxicada con "rusos negros", en mi primera adolescencia.
Como nunca me he interesado en entrar en detalles de recetas etílicas, pues prefiero las bebidas puras, no combinadas, no sabía que los rusos negros contenían Vodka.
Lo supe cuando el gordo Talamás y yo nos acabamos una botella de Smirnoff, y uuff, fue una cruda espantosa, la primera de ese calibre a la altura de la Ciudad de México.
Era el mismo malestar, la misma malillez de las resacas de las juergas en La Cabaña del Perla.
Pagan y se van.
Mientras Elías se entretiene curioseando entre los anaqueles, salgo a tomar un poco de este delicioso aire de abril, una bocanada de yodo, de fragancia marina, de aroma sexual.
Y las muchachas que no acaban de irse.
Una tercera las espera al volante de una Lobo. Algo busca en su bolso la bella bebedora de vodka. Saluda ondeando una mano llena de gracia, sangre liviana la chamaca, como llamándome.
Aferrado a esa impresión, la vuelvo a abordar, y le cuento la anécdota de cuando conocí el verdadero vodka.
Escapando de una bronca fenomenal en el bar del hotel Beograd, había abordado en la capital de la zozobrante Yugoeslavia el expreso Berlín -Estambul, hacia Sofía, Bulgaria, en busca de una amiga escritora, traductora de Octavio Paz.
Eran como la tres de una gélida madrugada de diciembre. Ni modo de tomar un taxi o hablarle a mi amiga a esas horas. Los teléfonos estaban fuera de servicio, y la calefacción también. Solamente la de los baños funcionaba, pero el hedor era insoportable en aquel resumidero de excrecencias pluriétnicas.
Así que me fui a tumbar a uno de las bancas ajustando mi gorra griega hasta los ojos, estirando la bufanda, apretando la gabardina y con las manos enguantadas cubriéndome la cara. No dejaría de temblar, porque además del frío, empezaba a llegar la cruda del reventón que se armó en aquel vagón del vetusto trenecillo en donde se hablaba una gran variedad de lenguas, menos el español ni el inglés. Turcos, griegos, italianos y bosnios, empezaron a repartir el vino, la cerveza, y hasta el pollo rostizado y las pizzas que traían en su mochilas.
Y no faltó quien me invitara a Estambul, a esperar a la orilla de Europa el estallido de la "madre de todas las batallas", cuyo dead line era el muy próximo 17 de enero.
Sofía valía madre, estaba muerta.
Eso sí, te podrías coger mujeres bellísimas por medio dólar.
Y así, tembloroso y arrepentidísimo por no haberle tomado la palabra al compita turco estaba cuando sentí que una mano me toco la testa sobre la gorra de capitán cretense. Abrí los ojos y lo que vi fue un sol: una muchacha rubia, muy joven, preciosa, como de tu edad, con un ligero rompevientos sobre una playera, que me ofrecía en un vasito de cartón una bebida, mientras en la otra mano sostenía una botella de un líquido trasparente .
..
No, thanks, alcancé a decir, pero ella insistió. Cuando me dijo que era Vodka, le dije que menos, que era alérgico a esa bebida. Y cuando supo que era mexicano, sonrío y en buen inglés me explicó que lo que yo había bebido en mi país no era el vodka verdadero. Que tenía que probarlo pues era peligroso para un nativo del trópico, permanecer sin defensas en ese clima.
Me incorporé y me puso en los labios el filo del vasito. Drink it, me animaba la rubita, drink it fast. Like me, y se empinó uno, dos vasitos hasta el tope. No había de otra, y sobres. Era una especie de crema ardiente , almendrada, fragante, que abrasaba como un bálsamo las entrañas. Claro que no conocía el vodka. Qué bebida tan maravillosa.
Al cuarto vasito el frío se había ido, y llegado una charla, un convivio que se prolongó hasta el amanecer, ese intruso que termina con casi todas las fiestas.
En todo momento vigilados a distancia por un tipo que era el jefe del grupo de danza, del ballet, al que pertenecía Moshenska.
La bailarina ucraniana me hizo una propuesta tentadora: te invito a Barna, al Mar Negro.Let, s go! Salimos dentro de media hora, añadió haciéndole señas al vigilante de que esperara.
Ya me había perdido el viaje a Estambul y también me perdería la gira del Ballet ucraniano por el Mar Negro.
Mi amiga búlgara, traductora de Paz, me esperaba con los libros que me había encargado y que llevaba bien escondidillos en mi maleta.
La despedida la registré en unos versitos, parafraseando al López Tarso, declamador de corridos :
El beso de Sofía:
El le buscaba el cachete
y ella le encontró los labios.
Le encantó la anécdota a mi nueva amiguita, la de las lucecitas , los rayitos fluorescentes en el pecho, en la cara, en la sonrisa. La de los ojos negros, la trigueñita del vestido ocre y púrpura, la de piernas largas, macizas y seguras de sí mismas.
Llega la hora de otra despedida, así es la vida. Pórtense mal, les digo, si me las encuentro por ahí mañana, les invito a curarse la cruda.
¿En serio? En serio...Pero cómo…Por ahí nos veremos… No, no vaya a pasar lo que allá en …¿cómo se llama?...Bulgaria…No, la otra….¿Cuál?....El otro nombre, de la ciudad del frío…Sofía…Ah, un nombre de mujer… Mejor te doy mi número.
¿Dejaría pasar también esta otra invitación al viaje el impertinente pseudoperiodista, como le dicen los francotiradores del arrabalero foro de Colectivo Pericú, a quienes en venganza dedico este chorizo?
Por lo pronto, permitámosle seguir deslumbrándose con las puntiagudas y espejeantes rodillas de la Adela Micha, que junto con el Korchenko, nos relata los prolegómenos de la boda de William y Kate, el próximo sábado en la catedral de Westminster, donde está enterrada buena parte de la realeza británica; reyes desde Eduardo El confesor, hasta Isabel II, que comparten mausoleo con celebridades literarias-allá en The Poet,s Corner- como Chaucer, Dickens, Milton, y genios científicos como Newton, el de la Ley de la gravedad, y Darwin, el que dijo que no descendíamos de Dios sino de los monos, incluyendo desde luego los linajes reales.
Pero no solamente espíritus de reyes, poetas y científicos gravitacionales y evolucionistas habitan Westminster. También hay lugar para los hombres de la mar, para almirantes de la Armada Inglesa, como Thomas Cochrane.
Un viejo conocido de la historia de la Antigua California.
Como buen inglés, Lord Cochrane odiaba a España, y había combatido al lado de los libertadores chilenos y peruanos, que lo adoptaron como uno de los suyos. Subió por el Pacífico hasta Acapulco, desde donde ofreció a Iturbide sus servicios, infructuosamente.
Siguió subiendo, dizque persiguiendo un cargamento de armas para el ejército realista, y atracó y saqueó San José y San Lucas.
Para quitárselo de encima, Fernando de la Toba improvisó un grito de independencia, pero Cochrane siguió hasta Loreto, donde el alférez José María Mata imitó a De la Toba, no sin antes mantener a raya a los invasores del Araucana, que zarpó dejando a una veintena de combatientes en tierra.
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Y más allá de la trivia y del gossip, la Micha y el Korshenko se avientan un espléndido reportaje histórico sobre la leyenda del Rey que renunciara al trono por al trono por Amor a una gringa ordinaria y casquivana, Wallice Simpon, con la que Eduardo VIII vivió el resto de sus días, entre París, Las Bahamas y sus feudos nativos.
Y cómo no recordar también a la Reina de Corazones- Lady D(ead), publicó un tabloide londinense-, muerta en accidente automovilístico al lado de su nueva pareja de origen árabe, nada menos que en el Puente del Alma, en la romántica y poética ciudad Lux, París, mientras trataban de evadir una ofensiva paparazzi.
(continuarà... esperando que ya sin contratiempos tècnicos)
(continuarà... esperando que ya sin contratiempos tècnicos)
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