EPICENTRO/ MILENIO DIARIO
2011-07-05 • Política
Me entristeció la victoria del PRI y trataré de explicar por qué. Tras la derrota del año 2000 —y aún más después de la de 2006, en la que terminó hundido en el tercer sitio en la elección presidencial— el PRI se debía a sí mismo un proceso de autocrítica y reconfiguración. El partido pudo haber elegido, para ambas cosas, muchos caminos. Lo primero que resultaba indispensable era referirse al pasado. Después de una derrota que acaba con su hegemonía de décadas, ningún partido como el PRI puede continuar hacia adelante sin antes pagar sus deudas históricas. Y al PRI le sobran. Tenía y tiene mucho que explicar. No lo hizo. Desde 2000, el discurso priista ha sido el mismo: somos el partido del futuro, de las propuestas. Nada hay de malo en querer darle vuelta a la página, pero no sin antes expiar los pecados de antes. Es asombroso que ningún candidato priista haya querido referirse, con humildad y responsabilidad histórica, al 68, al 71, la censura, la persecución, la corrupción de los tiempos de López Portillo, la caída del sistema, el descaro flagrante, el clientelismo y esa larga lista de los usos y costumbres priistas que tanto daño hicieron al país. En muchos sentidos, México sigue esperando una explicación. ¿Por qué no la ha dado el PRI? Hay dos posibilidades. La primera es, claro, la peor: el PRI cree que no tiene nada que explicar, que el pasado debe quedarse en el pasado y sanseacabó. La segunda, me parece, es la correcta: el tricolor calcula que no puede darse el lujo de hablar de su historia porque supone que los costos de la relectura serían mucho mayores que los beneficios. Se equivoca, y es una pena que así sea. Los priistas, sobre todo los jóvenes con futuro electoral, tendrían que mostrar ahora la estatura moral para plantarse frente a las cámaras y encarar el pasado con elocuencia para, después, tratar de adueñarse del futuro. Pero ninguno lo ha hecho.
Y eso es mucho más que simbólico. Una de las preguntas recurrentes de las tertulias políticas en el México de 2011 es cuál PRI pretende volver a Los Pinos en 2012 y para qué buscará el poder. ¿Tratará de recuperarlo para preservarlo, como fue su costumbre en ese pasado al que no quiere referirse? ¿Se comportará en el poder como lo ha hecho como oposición? ¿Se atreverá a desmontar sus propias estructuras clientelares, ese gran edificio político-electoral que ha tenido mucho más de ogro que de filantrópico? Yo no sé si el lector sepa las respuestas. Yo no. No estoy convencido de que el PRI haya aprendido las lecciones que debieron implicar todas las derrotas del pasado. Y no lo estoy porque me dedico a escuchar a los políticos. En ese ejercicio cotidiano de declaraciones y potenciales programas de gobierno hay muy poco que nos dé para creer que el PRI busca Los Pinos en 2012 para proponer fórmulas auténticamente modernas. Basta escuchar a los candidatos actuales. El discurso no tiene nada de “joven”, es casi todo una defensa de los cotos de poder que reditúan votos. Me temo que al PRI le sigue importando el poder por el poder.
De una cosa sí ha aprendido el PRI tras sus derrotas. Ha aprendido que no quiere perder. ¿Y qué ha hecho para no caer de nuevo? Sí: ha tomado algunas decisiones dignas de aplauso. Nadie podrá negarle que varios de sus candidatos son jóvenes, al menos en edad (la actitud es harina de otro costal). Tampoco tiene caso negar que varios de esos candidatos han sido bien escogidos, sobre todo en contraste con algunos de los antagonistas en turno. Pero, más allá de la selección de sus aspirantes, el PRI ha recurrido a métodos que tienen mucho más que ver con esa ignominiosa historia que trata de esconder que con el supuesto partido moderno que insiste en venderse (con éxito, parece) al electorado. No: el dispendio, los recursos del Estado con fines electorales, los acarreos, los niños haciendo banderitas no son dignas de un PRI “nuevo”.
Por supuesto, el PRI y su historia esta lejos de la caricatura maniquea. El PRI también dio pie a décadas de desarrollo y en sus filas se cuentan muchos mexicanos eminentes. Hay, en efecto, luces dignas de presumir. Pero no es correcto ni moral hacerlo sin antes referirse a las sombras, que son muchas y son largas. Y el tricolor de la noche del 3 de julio, henchido de triunfalismo y soberbia, está muy lejos de la estatura que se requiere para aceptarlo. Por eso, me entristeció el triunfo de éste, el “nuevo-viejo” PRI del 2011.
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