jueves, 28 de julio de 2011

De piedras y sexos


Claudia Luna Fuentes
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  • 19-Julio-2011
  • Para Dona, Marlén y Alan J
    Sagradas todas las piedras. Las que viven en la repisa de mi casa, las que descansan en las construcciones olvidadas de las centrales ferrocarrileras, las que adornan los pliegues laterales de los caminos. Los montones de piedras que lucen en las tumbas anónimas. Sagradas las piedras que gravitan en el espacio profundo corriendo como lluvia que se enciende al contacto con esta atmósfera.
    Sagradas las piedras gravitatorias de los derviches, las piedras azules de los sueños. Las piedras que cubren los jardines de clorofila. Sagradas las piedras en la lengua de los caminantes del desierto. Las piedras del muro de los fusilados.
    Sagrado el nacimiento de todas las piedras. Las piedras jaguares, las piedras de fuego. Sacralísimas las piedras suspendidas en el centro silencioso de los hielos eternos. Las piedras encajadas en las suelas de los suicidas. Las piedras que son los pensamientos cuando caen y aclaran el panorama. Las piedras del desierto australiano, como esa roca que se tiñe de ocres anaranjados sobre una delgada cintura de piedra y gravita para las fotografías.
    Sagrados los cantos rodados que se apilan en las playas de San Carlos, moviendo el ajedrez de sus cuerpos de acuerdo a las manos que son las olas. Sagradas las piedras de los campesinos que erigen cercos ambarinos, creando serpientes inamovibles sobre el paisaje de mi tierra.
    Sagradas las piedras que sudan el día. Las piedras develadas por los escultores. Las piedras simples que se engarzan con plata y se cuelgan como prodigiosas joyas en los cuellos de las mujeres. La piedra resistente y caliente que es el corazón.
    Sagrada la piedra sagrada tallada en forma de pétalo hecha por los olmecas, sagrada la piedra de la reina inca, oculta en una belleza que no devela su opacidad. Ambas pequeñas, sobre la palma de mi mano con sus visiones abriendo mi mente.
    Y sigo con la sacralidad de los sexos que yacen latentes, como las piedras sencillas que no vemos, sin embargo preciosas. Sagrados los sexos ocultos bajo telas, avergonzados de nombrarse, avergonzados a veces de sus diferentes tallas y formas, por ello sagrados, sagrados, sagrados.
    Sagrados en sus olores y en sus pulsaciones, en sus preferencias diversas de cavidades o montículos. Sagrados en sus mensajes de continuidad. Sagrados como los rosarios sagrados. Rosarios que intercalen cuentas de piedras y sexos como revelaciones inesperadas de la hermosura. Piedras y sexos, sustancia del mundo. Raíz y origen.

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