martes, 18 de octubre de 2011

CHRISTOPHER AMADOR: LO QUE SOMOS...




Los que dejan plantada a la novia   
                       porque se les presentó un poema
Los que saben que vivir es acostarse (¡Dios mío,  
aunque sea una vez al año!) con una colegiala
Los que lloran sin consuelo cuando miran que amanece
Los bastardos predilectos de su madre
Los lascivos con sonrisa inteligente
Los borrachos que se beben los perfumes
de las casas que visitan
Los que dejaron en ridículo a sus profesores
Los que tiemblan al ver una flor que marchita mañana
Los que dejan un gargajo en la boleta electoral
Los que levantan a patadas a los inválidos
y a los mendigos
Los que entran en hoteles cada siete días  
para cambiar de piel y reconciliarse con el mundo
Los que engargolan sus esperanzas
Los del: quise escribir la paloma y cagó mi cuaderno
Los que se aburren y dejan todo
Los que buscan un amor que los devaste
Los arcángeles con plumas de sacudidor
y sus respectivos pupilentes azules
Los que esperan un fonazo que los lleve a las alturas
Los flautistas que no jalan mas que dos o tres ratones
Los de la lengua que parte en dos y desbarata
Los que cambian el ambiente con tan sólo estar pasando
Los de mirada tierna pero calcinante
Los que eyaculan sobre el espejo
para abofetear a Dios
Los que saben que el poeta no tiene pelos en la lengua
             pero tampoco pétalos
Los que intentan olvidar el verso para poderlo ver
Los que ven sus cachetes y piensan: “nuestra lengua está
encerrada en un paréntesis de carne”
Los que cuando tienen visión poética
          procuran estar usando sus propios lentes
Los que saben que la nueva poesía
es una tabla que flota a poquísimos metros
de los ahogados
Los que nunca dejan de poner
un poco de muchacha en lo que escriben
Los que saben que el poema bien escrito
es una gloria colectiva
Los que escriben versos para
no dejar la piel en las espinas de la rosa
a la menor provocación
Los que ven en la palabra ese machete
                                 para abrirse paso
Los que saben que
escribir poesía es quitarse la ropa en la calle
                       y que a nadie le de por mirar
Los que dicen en encuentros de escritores:
              “la poesía es un puñado de sesos”
Los que colgaron su lengua en
la rama torcida de un árbol
Los que ofenden a la luna con bostezos
Los que menean el jarro para nombrar el agua
Los que se untan arcilla en los labios para decir jarrón
Los que saben que separar las letras de la palabra “carne”
                                              es filetear ese trozo
Los directores de cine que
                                 no te muestran sangre pero
                                 te hacen creer que la viste
Los presos que se enjuagan los pies
y se sienten de pronto en el mar
Los que encuentran
un sabor a grasa en la palabra cerdo
Los que se rasgan los ojos
si observan cuchillos
Los que leen en un abdomen trabajado
la palabra abdominales
Los que se sientan en la banqueta para
ver pasar los versos rápidos del día
Los que olfatean la flor del teatro con los ojos
Los que saben que si el actor es puto
el personaje no tiene la culpa
ni tiene por qué enterarse
Los que tienen orejas de plástico de tanto escuchar versos
Los que ven en la pastilla de cianuro un beso gástrico
Los que no hablan otro idioma
por miedo a no ver
la realidad en español
Los que miraron el martillo y
                          se sintieron su clavo
(El martillo se realiza cuando el clavo
                                  cuando el clavo)
Los que saben que no hay poema que le pueda ganar  
a una buena torta en horario de oficina
Los que fueron humillados por la doña de correos 
¡Ya verá que este sí gana!
Los que sienten todo el peso de su lástima
Los que pintan una lancha a la mitad de la tormenta  
para dejar de escuchar el motor
Los que no se cogieron a la “novia”   
para desearla siempre
Los que terminaron con ella   
como apagando el cigarrillo en su corazón
(Más de dos chupan ahora esa colilla…)
Los que besaron las nueve letras que aquí no puse
Los que juran que echarse en un cuerpo es andar
                             por un puente (sobre el vacío)
Los que terminaron siendo víctimas
         de su sensibilidad monstruosa
Los que orinan las rosas de puro coraje
Los que sueltan los libros y llenan sus manos
con un par de tetas
Los que piensan que la patria es una puta
que se tapa el sexo con un águila
Los que se sorprendieron al ver que el burro
toca la flauta y lo sabe hacer muy bien
Los que saben que es más fácil el poema que la vida
Los que en vez de cantar se echan pedos
Los que piden una firma a quien sí pudo trascender
Los narradores que encerraron entre paréntesis
las ilocuciones del personaje
que se quedó atrapado en una mina
Los que escriben un ensayo sobre el soccer
como pateando un balón
          Los pececitos come caca
que les limpian la pecera a los peces gordos
de la poesía
Los que tienen los testículos hinchados
de las ganas de vivir
Los que de noche pusieron la mano en la llave del gas
Los ganadores de concurso que presumen su cheque
en la sección de sociales
Los que se peinan y visten de gala   
                 para ir al espejo   
como un homenaje a sus hacedores
Los que saben que el gobierno es un gigante estúpido
capaz de utilizar el David como pisapapeles
Los que escriben que pintar es liberar a los colores
Los que encontraron descanso al nombrar una silla
Los que empezaron sirviéndose de la palabra
y terminaron convirtiéndose en su servidor
Los poetas que dejan de ver poesía en las cosas   
cuando están con su mujer 
porque de hacerlo  
la emoción de estar con ella (con la musa,
la palabra) bajaría:
                     la poesía sabe mejor
cuando a escondidas es tu amante
Los que saben que
                       leer un verso debe ser     
                       una experiencia similar
                       a la de introducir el dedo    
                       en un toma corriente
Los que entienden la poesía porque escucharon
el mugido de las vacas
Los que escriben poesía para perdonar a Dios
Los loritos licenciados con su jaula muy aparte
Los loritos parloteando frente a monos chilladores
Los de la gritería metafísica
Los perros que mondan los huesos de Octavio
Los lobos chimuelos aullando a la luna
Los que van al Instituto a mal vender su ramillete
Los que (por culpa de sus malos libros)
sacaron a la poesía del top-ten
Los que se cansaron de comprobar que la poesía de hoy
es la tonadilla de siempre (escribir poesía es
como andar en un vocho)
Los que se encerraron en su cuarto
para planear el nuevo mundo
Los que hacemos el amor como dos aviones
que colisionan
Los que escriben un verso como haciendo un hadooken
Los menores de edad que se hartaron de vida
Los que se inyectan esta línea intravenosa
Los que leyeron en voz alta como arrojando piedras
Los que saben que leer en público es dar de balazos  
a unas latas vacías
Los que con sus versos inventaron la ciudad
que hoy los olvida (¿nuestras calles ya no son
ese poema?)
Los poetas del XXI: “pinches vándalos
becados por el FONCA”
Los que sueñan con tirarse a una mujer  
que lentamente se los trague
Los que destapan la pluma
como quitándole el seguro a una granada
Los que escriben un caminito de gasolina
Los que exprimieron su corazón
apretando las piernas
Los que se sientan al final del autobús   
como si fueran una bomba
Los que tomaron veneno
para que se vendieran sus libros
Los que caminan
con las manos en las bolsas y los ojos en la luna
Los que palpan el cielo mirando nubes
Los que quisieron mover el mundo
soplando fuerte
Los que sienten un correr de mariposas
                  por la tráquea
Los que saben que su voz tan sólo empaña los cristales
Los que terminaron de colorear
los dibujos de su hermanita muerta
Los que en vez de hacer botánica dijeron:
pasa un perfume de rosas por estos renglones
Los que sienten asco de ellos mismos  
cuando caen en lugares comunes y dicen: “la novela
es la oportunidad de vivir cien años en dos días”
Los que están condenados a repetirse
Los que así mismos se copian
Los que piensan que al cerrar los ojos
provocarán una falla en el alumbrado público
Los que necesitaron una navaja
para dibujarse la sonrisa
Los que por más que tocan no están palpando
Los que escuchan otras voces
para entender la propia
Los que leyeron cien libros para escribir un verso
Los que nos negamos a morir antes de haber escrito    
un poema Piedra de sol, un poema Muerte sin fin
Los que queremos redactar el alimento de los ángeles
Los que encontraron a la belleza en un mingitorio
Los que estaban concursando
cuando se declaró desierto el Aguascalientes
Los albañiles con las manos cargadas de futuro
Los pobrecitos escritores “X” 
impersonales como una sombra
Los que abren la ventana
para echar sus tripas
Los que levantan la mano sin alcanzar la estrella


Christopher Amador

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