jueves, 20 de octubre de 2011

MUJER TAXISTA


Alejandro Alvarez

Su nombre es Sara, tiene cincuenta y siete años de edad, maneja un minitaxi en la Ciudad de México. En una esquina compra un cigarro suelto, lo enciende mientras se pone la luz verde del semáforo e inicia su relato.
Fumo sólo para espantar el hambre, no se me ha hecho vicio bendito sea Dios. He ruleteado desde hace veinticinco años para varios patrones, luego que mi esposo murió en el sismo del ochentaicinco. Quedé sola con una niña de cuatro meses y un niño de año y medio. Sentí que se me cerraba el mundo y pensé en hacer una barbaridad. Alguien me dijo, y todavía escucho sus palabras como si fuera ese momento, que la vida me había puesto en el camino este reto, que no era el momento de irme de calavera. Estaba sin casa, sin muebles, sin más ropa que la que traíamos puesta y unos pesos que nos daban por compasión amigos de mi esposo. Ya se imaginará la ciudad en aquellos momentos, cada quien preocupado por saber de sus seres queridos apenas volteaban a ver las desgracias de otros. Aunque sí hubo muchos que noche y día escarbaban en busca de gente que ni conocían entre el tiradero de piedras  de edificios derrumbados. Me regalaron unas cobijas usadas y estuve varias semanas en un cuarto con mis hijos durmiendo en el suelo. Cuando la ciudad empezó a levantarse fui con un amigo de mi esposo que tenía taxis y le rogué que me ayudara. Quién sabe cómo me vería, el caso fue que le ordenó a un muchacho que me enseñara a manejar y los principales rumbos de la ciudad. Lo que sea de cada quien, pendeja no soy mucho así que rápido aprendí las dos cosas.
Ha habido varios momentos de mi vida que no olvidaré jamás. Ahorita precisamente está por recibirse mi hijo de contador, ya le pagué el alquiler del traje y le aboné para la fiesta y el anillo. El chistecito me va a salir como en cuatro mil varos pero no me duele para nada. Hoy tengo que juntar por lo menos trescientos para seguir abonando. Ya le dije a mi hijo que me perdone pero ni su hermana ni yo estaremos en la fiesta acompañándolo. Si apenas puedo para lo suyo. Pero con unos quinientos chelines nos vamos a ir a cenar a un buen restorán para festejar los tres.
Me acuerdo cuando mijita iba a cumplir sus quince años. Ya ve que todas las jovencitas quieren su fiesta ¿no? No pus cómo cree que yo iba a poder, pero empecé una tanda para regalarle una tele blanco y negro. Y ahí estoy en una de esas tiendas que tenían el sistema de ir apoquinando por semana. Cuando faltaba como un mes vino una de esas devaluaciones de las de antes y que me dice el de la tienda que si no pagaba de un jalón todo lo que restaba mi deuda se triplicaba, que el dólar, que el peso, que no se que madres. Y ahí voy como loca a buscar un prestamista y sí, luego encontré uno que me prestó trescientas lanas y se quedó con la tele en garantía. La noche anterior al cumpleaños fui a pagar y a recoger la tele. Muy buenas gentes, hasta eso, ni abrieron la caja para ver si no los estaba cuenteando. Llegué a la casa con la cajota, le puse su moño y una tarjetita y al otro día en la mañana que la va viendo mijita y se la pasó chillando horas y horas, que porqué lo había hecho, que si esto, que si lo otro. Bueno hasta me hizo chillar a mí que creí que ya había llorado todo lo que tenía que llorar en la vida. Eso sí, viendo la tele nueva que hasta la fecha sigue funcionando.
Esta chamba es muy noble, pero muy cabrona. No me doy tiempo ni para bajarme a echar un taco en forma una media hora. Mi turno es de ocho a ocho, aunque a veces me tengo que colgar, como hoy, hasta las once de la noche pa´ completar el chivo. Al patrón nomás le preocupa que llegue a hacer las cuentas. Me han asaltado nueve veces. En una de esas casi me matan. Eran tres muchachos que estaban bien drogados. Después de quitarme el dinero y las llaves del taxi uno de ellos se bajó y me ordenó que me fuera sin voltear. Imagínese cómo iba yo de espantada y del coraje, las piernas me temblaban y apenas me sostenían. Pues que me alcanza ese chavo y que me sorraja un tubazo en la espalda gritando ´te dije que corrieras pinche vieja, te va a cargar la chingada´. Voltié ahogándome sin aire en los pulmones por el golpe y que me sonaja el segundo fierrazo ahora en una pierna y que me caigo. Ya en el suelo me iba a dar el tercero en la cabeza pero metí mi brazo izquierdo y eso me salvó pero me lo rompió en dos pedazos, me hizo polvo el codo. Por eso lo traigo chueco. Yo creo que otra vez Dios me ayudó, el joven vio mi brazo colgando y se fue como si nada ¿Va a usted a creer que nadie se metió, ni avisó a la policía, ni nada? y eso que había mucha gente en la calle. Casi un mes estuve sin chambear pero moreteada, enyesada y todo empecé de nuevo. ¿Qué otra cosa le queda a uno?

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