Mi amigo, Pablo Brangsburg (mi ex compañero de aventuras editoriales en el San Diego Hoy, y Diario 29 , de Tijuana), me envía esta sabrosa crónica sobre experiencias en diversas barras y clubes del mundo, del arquitecto y escritor tiuanese, Diego Moreno, que aquí comparto gustosamente con s lectores de Malekón)
Por Diego Moreno
Hay una línea muy fina que separa a una dama de una puta, a un
empresario de un ladrón, a un hombre bueno de un tonto. Hay una línea no tan fina
que separa a un club de una barra.
Mientras que en un club pulula gente con código de barras en la frente,
etiqueta en la ropa, oro en la muñeca y marca en el calzado, en una barra se ve
gente a secas.
El del club tiende a ser ladrón, el de la barra, a ser forajido. Aquel habla
de asuntos, este de aventuras. Hándicap en el golf, dominó, apuestas, marcas,
autos, Las Vegas y bailes de jazmín son algunas cuestiones del club. Política,
mujeres, vino y música lo es todo para los de la barra.
En el mundo hay cada vez más clubes y menos barras. La gente cada vez es
menos gente y más número. Y los que somos gente a secas, cada vez escaseamos
más. Aquellos dan todo por graparse una etiqueta que los clasifique como parte
del inventario de un club experto en desplumar a cambio de relumbrar. Dar un
insumo a gente que consume.
A los endémicos, los que acudimos a las barras curtidas de historia,
destinos, encuentros y aventuras, todo eso que fabrica el tiempo, nos bastan un
rincón y la voz del amigo. Vivimos para adentro, pertrechados atrás de los
bordos de la irrealidad, reacios al consumo.
En los clubes está los que duran, en las barras, los que somos. Aquellos
cumplen años. Nosotros, al igual que los ladrones y los toreros, vivimos la
vida de golpe. Allá están los que gastan, acá los que alucinamos.
Caminando por esos costados, he encontrado espacios como El Cachi Anaya,
de Culiacán o el Garota de Ipanema de Río de Janeiro, el rincón de un
maravilloso trompetista culichi y el lugar donde Tom Jobim y Vinicius de Moraes
escribieron la canción símbolo del Brasil de los 60´s.
El Hussong’s de Ensenada o Le Baron Rouge de Paris se parecen en que
reciben lugareños y fuereños, hay aserrín y cáscaras de cacahuate en el piso,
música junto a la barra y sans souci por todas partes.
El Kentucky en Ciudad Juárez, de Pancho Montes, hermano de Tongolele, el
lugar favorito de Tin Tan, Carlo Ponti y Sofía Loren es la mejor barra del norte.
Tiene una rockola de la que brota música de las grandes bandas y corridos norteños.
A la de El Cucú de San Miguel de Allende, barra favorita de José Alfredo Jiménez,
le brota mariachi tras mariachi.
El Ruben Hood de Tijuana lo hicimos gente de la construcción mientras
que The Waterfront, la barra más vieja de
San Diego, fue creada por pescadores italianos. A la gente que hemos caído al
Traspié de Buenos Aires o La Prosperidad de Mérida le gusta bailar, igual que a
los que aparecen por el Evangelus de
Santa Fe, Nuevo México. Tango, Cumbia y Country.
El Dandy del Sur de Tijuana es un monumento amplio: entre la voz de
Sinatra y un tequila caben todos los mamíferos, todos los emplumados, todos los
opíparos, todas las aletas, todas las pezuñas, todas las branquias. Todos los
buches. Todos los espíritus.
En La Bodeguita del Medio y El Floridita de La Habana, y muy cerca de
ahí, en La Terraza, de Cojímar, habita el espíritu de Hemingway. En El Parian y
La Farola de Oaxaca los de Malcom Lowry, D.H. Lawrence.
Pie de Página: Después de una noche viajando en un guayín de doce plazas
por la sierra Madre del Sur para encontrarme en Oaxaca con mi amigo Pablo (me
tocó el asiento #12. Ni les cuento el cuento para bajar a orinar…) y luego de
visitar Santo Domingo, lavaderos, plazas y galerías -y de darle una acalambrada
al pintor Francisco Toledo- nos fuimos a La Farola para llenarnos de burbujas
de mezcal salpicadas con chapulines de maguey. Ahí mismo nos encontramos con
Lowry, Lawrence, Lenin, Lula y no recuerdo cual otra L. Viaje mágico aderezado
con burbujas.
En El Zacazonapan de Tijuana los
de Leonardo di Caprio y Tom Cruise amantes de la yerba, al igual que la barra
de El Hotel California, en Todos Santos, Baja California Sur, donde los Eagles compusieron
la canción emblemática. Patas de Satanás prendidas aromatizan el ambiente.
Alucinantes horneadas gratuitas son repartidas entre la concurrencia.
En El Crystal Palace de Tombstone, Arizona hay un cantante de country
que se las sabe todas. El Barmacia de Guanajuato, La Bicicleta de Guadalajara, el
Ancira de Monterrey, El Fray Marcos de Nogales, El Belmar de Mazatlan, El
Dragon Rojo de Tijuana, La Chiquita y La Salina, de Rosarito Baja California,
El Borda de Taxco, La Cantina de Matachic, Chihuahua, El Trece Negro de
Ensenada son cazuelas de capirotada: en ellos he convivido con poetas,
carpinteros, forenses, pintores, contrabandistas, fotógrafos, talabarteros,
pescadores, trapecistas, escritores, cuatreros, detectives, senadores,
agricultores, mineros, músicos, payasos, embalsamadores, sacerdotes,
científicos, jueces, actores, periodistas, cantineros, ventrílocuos,
gambusinos, cazadores, meseros. Gente a secas.
En las barras del centro histórico de la Ciudad de México han pasado
todos y de todo. El Gallo de Oro, La Ópera, Don Pepe, La Puerta del Sol, Salón
Victoria, La Antigua Roma, Salón Madrid, Salón Gante, La Cucaracha, La Vaquita,
La Risa, El Centenario, Salón Kloster, Salón Niza, La Potosina, La Casa de las
Sirenas, El Horreo, El Lepanto han sido, y siguen siendo, arenas de batallas
épicas, figuras, celebridades, traidores, burócratas, artistas, políticos.
Vampiros todos. Junto a Diego, Siqueiros y Orozco, en los altos de El Nivel, la cantina más vieja de México, me dieron un
grado de urbanista. En los bajos lo celebré. Ahí me dieron grado de forajido.
UNAM. Promoción X.
Esperar la salida del sol en la banqueta, cuando la mañana aún está
desnuda, es un hermoso espectáculo. Cualquier banqueta funciona si no llueven
piedras. La acera frente a la Puerta de Alcalá, nos funcionó a mi amigo Juan Antonio
y a mí como remate de parranda por todo Madrid en una madrugada de invierno en
que mi amigo consiguió dos vasos rebosados de Duque de Alba en la barra donde
estaba el rey Juan Carlos mientras yo dibujaba sentado en la acera. El matador
de elefantes andaba en aventura de faldas.
Recién disfruté otra buena banqueta en compañía de mi amigo Paco, al
rematar una jornada de barras en la Ciudad de México amaneciendo en la calle de
Allende, frente a la vieja Cámara de Diputados, devorando quesadillas recién
hechas en una maravillosa cocina ambulante, después de haber jugado billar en
una alucinante cueva de gente a secas.
Mi amigo es un tahúr que se las sabe todas en eso de las bolas.
Mi amigo Juan Pablo y yo rematamos un tour de barras en La Habana
mirando el amanecer en el malecón de altas olas, azotado por un fuerte norte,
todavía saboreando el sonido y la luz de un recorrido lleno de música, aromas y
voces. Y de gente a secas. Fumábamos habanos y bebíamos ron. Inolvidable.
Después de una tarde escuchando música de salterio y llenándonos de
tequila en La Ópera, mi amigo Gonzalo y yo caminamos a Plaza Garibaldi para
seguir hasta el amanecer que rematamos devorando tamales de tinga con salsa
verde envueltos en hoja de plátano. No nos dio tifoidea.
He sumado banquetas y amaneceres con mi amigo Rodolfo. Las de El Gato
Tuerto, Dos Hermanos, El Ambos Mundos, El Nacional, Café Paris y el San Francisco, en La Habana; las de El
Cien Tequilas en Querétaro, El Manhattan, en Tijuana y otras en Sao Paulo,
Houston, Buenos Aires, Guanajuato, Rio de Janeiro, Puebla, Chetumal, Cancún,
Ciudad de México, Guadalajara…
Con Horacio, mi hermano, las he recorrido todas, algunas muy peligrosas.
En particular una barra en el sur de Jalisco, donde nos metimos a un caserón
ruinoso, de Sayula en el lugar, y nos encontramos con Apolonio Aguilar, trapero
de profesión, quien nos contó de Perico Zurres, a quien luego dos fierro. añas nos recomeiv>
Nunca lo hemos hecho adrede. Los forajidos no reconocemos fierro.
deliocarrasco@gmail.com
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