No solo a los antiguos expendios de carbón se debe el nombre de este céntrico barrio porteño.
Su leyenda negra tiene como epicentro un garage, un patio frontal adaptado como taller mecánico, propiedad de un folclórico personaje conocido originalmente como El Capullo, para luego graduarse como Al Capullo.
Con Al, ya retirado, espoleado por los excesos, tuve una relación muy cordial, sobre todo a partir de aquella mañana en que fui a buscarlo para que revisara mi OPEL 69, de 5 velocidades, que se había "amachado" a unos pasos de su taller.
Capullo emergió de la fosa todo embadurnado con la materia prima de su oficio, grasa y aceite requemados, recocidos, enarbolando como estandarte la no menos tiznada portada de lo que parecía un libro.
Con tal emplaste, me costó trabajo reconocer el título y nombre del
autor: Crónicas fronterizas( Icbc,, Mexcali, 1994), de mi autoría.
Al estaba que no cabía de lurio y muy agradecido. Era la primera vez que su nombre, Al Capullo, saltaba de la nota roja a un librito con ciertas pretensiones literarias.
"Nomás no se te olvide echarle agua, no todo es poesilla", me recomendó luego de echar a andar mi recalentada reliquia alemana.
Al estaba que no cabía de lurio y muy agradecido. Era la primera vez que su nombre, Al Capullo, saltaba de la nota roja a un librito con ciertas pretensiones literarias.
"Nomás no se te olvide echarle agua, no todo es poesilla", me recomendó luego de echar a andar mi recalentada reliquia alemana.
Sin cobrarme un quinto.
Lo volví a requerir para
trabajito menores, afinaciones, cambios de aceite, en otras muy esporádicas
ocasiones, y todo bien, en su justo precio y aprecio.
Por eso regresé al Barrio Negro cuando tuve necesidad de reparar las “cabezas” de otra entrañable navecilla; no por su modelo reciente, sino por la
historia personal condensada en las
millas recorridas, y en sus asientos, sobre todo el de atrás, que se hace cama.
Ahora el trato fue con los herederos del fundador
del taller, que de vez en cuando se asoma
por la ventana de la casa familiar, y se sienta en una poltrona en el porche
convertido en yonke, a contemplar los toros desde la barrera con una sonrisa enkrystalada.
Y fue aquí cuando la negrura del barrio se me
vino encima. Diez meses después, los Capullitos no habían podido rearmar el motor. Decidí
recurrir a las autoridades correspondientes: Profeco y PGJE, demanda penal.
La Profeco
procedió y sancionó con multa al infractor. El MP 6, no
ha conseguido que, en tres meses, los
agentes ministeriales le den un informe
de la investigación del caso lpz/266/amp6/2013.
Hace unos días
acudimos directamente a la comandancia ministerial a investigar las razones de tal inmovilidad, a preguntar qué pasaba o no pasaba.
LA
respuesta: “La agente encargada de ese expediente estaba enferma”.
La verdad: No es un caso aislado. Como dice la propia secretaria del MP, "hay infinidad de quejas por la misma causa".
La PGJE es uno de los flancos más débiles de
la actual administración estatal- esa especie de BARRIO NEGRO INSTITUCIONAL-, plagada de botudos y sombrerudos del Valle de Santo Domingo, que ciertamente no representan a
lo mejor de ese pueblo de gente trabajadora y capaz.
L
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