martes, 2 de septiembre de 2008

DENISE DRESSER Y LAS PEQUEÑECES DE JELIPE



EL PAÍS, PARA ATRÁSPENSAR CHIQUITO
Nada de pensar en grande. Nada de apostarle al “cambio” como bandera de lucha. Nada de promesas que no se pudieran cumplir. Nada de reformas verdaderamente ambiciosas con la capacidad de transformar al país. Desde el inicio de su presidencia, Felipe Calderón ha optado por el pragmatismo minimalista. Ha promovido la idea de lo posible por encima de lo deseable. Ha preferido pasos modestos pero seguros, en vez de saltos ambiciosos pero arriesgados. Y durante su primer año esa estrategia de “pensar chiquito” resultó funcional gracias a la aprobación de reformas que tanto presume. Pero hoy ya comienzan a ser cada vez más visibles los costos de esa ruta, así como sus límites. El presidente de los pasos pequeños descubre que como no inauguró un nuevo camino para México, corre el riesgo de quedar atrapado por el PRI en un callejón sin salida.Sin duda Felipe Calderón vio el sexenio de Vicente Fox y juró no reproducirlo. Él no sería el presidente de la parálisis. Él no sería otro administrador de la inercia. Él sabría cómo negociar con el PRI y llegar a acuerdos que su predecesor siempre buscó, pero no logró concretar. Él no tendría un gabinete donde cada uno de sus miembros hacía lo que se le daba la gana. A lo largo del primer año, el presidente que llegó hizo todo lo posible para demostrar cuán diferente era del que se había ido. Y de allí que gran parte de su energía se centrara en sacar acuerdos, obtener reformas, privilegiar la negociación eficaz por encima de la transformación quizás deseable pero inasible. El pragmatismo pequeño e incrementalista se volvió el sello de su administración.Calderón no buscaría ser el presidente del cambio sino el presidente del empleo. No intentaría remodelar la casa, sino “vivir mejor” en ella. No promovería reformas integrales que solucionaran los problemas de fondo, sino reformas parciales que le compraran tiempo y le permitieran acumular capital político. Pensó y piensa que en realidad no tenía otra opción. Como lo ha dicho desde el inicio de su gobierno y lo ha reiterado a lo largo de la última semana, el PAN no tiene mayoría. La realidad del gobierno dividido entonces lo obliga a negociar y pactar, ceder y retroceder, hacer concesiones y vivir con su efectos, aunque fueran contraproducentes. Y como pocas veces puede negociar con el PRD, toca una y otra vez en la puerta del PRI. Así comienza la dinámica que distingue a la presidencia de Felipe Calderón y explica por qué ahora se encuentra en una posición difícil. Porque el PRI pacta pero obtiene cada vez más cosas que quiere a cambio. Porque el PRI se suma a las iniciativas del presidente pero también las condiciona. Porque el PRI aprueba reformas pero, por el tipo de intereses que protege, también las diluye.Paradójicamente, el presidente que tanto quiso distanciarse de su predecesor emula la estrategia que inauguró. Sólo que Calderón es más eficaz. Vicente nunca pudo llegar a acuerdos con el PRI y ahora Felipe lo hace. Vicente nunca pudo obtener el apoyo de un Congreso dividido y ahora Felipe lo celebra. Vicente nunca pudo vanagloriarse de reformas electorales, fiscales, judiciales y ahora Felipe puede aplaudir su aprobación. El problema es que a un costo muy alto. Quizás el presidente no tiene más alternativa que el pragmatismo que lo propulsa a los brazos del PRI. Quizás ante las constricciones que produce un gobierno dividido, no le queda más remedio. Pero al ir de la mano con los representantes del pasado, no puede romper con él. Al conseguir el consenso a toda costa, sacrifica la ambición moral que alguna vez lo caracterizó. Al aliarse con los artífices de las peores prácticas, no puede denunciarlas. Al obligar a su partido a cerrar filas con los priistas, contribuye a limpiarles la cara. Al pactar con el viejo PRI —Beltrones, Gamboa, y tantos más— ayuda a restaurarlo.Y Calderón obtiene lo que quiere pero da más de lo que recibe. Entrega más de lo que le otorgan de vuelta. Empieza a perder más de lo que gana. Al igual que Vicente Fox, coloca el centro de gravedad de su gestión en el Congreso y en la capacidad para sacar reformas allí. Concentra tanta atención en la dinámica del Legislativo, que se le olvida actuar como representante del Poder Ejecutivo. Pasa tanto tiempo en la negociación con el PRI, que se le olvida tratarlo como adversario. Necesita tanto al PRI, que acepta todos sus términos y para mal. Su gobierno demuestra un pragmatismo quizás necesario pero no lo suficientemente sagaz. Una y otra vez, Manlio Fabio Beltrones le gana la partida al presidente y a sus negociadores. Una y otra vez el interlocutor designado por el gobierno panista aprovecha oportunidades para desacreditarlo. Una y otra vez los priistas consiguen lo que quieren de Felipe Calderón, a quien están logrando someter.Tanto el presidente como su partido no parecen entenderlo: el PRI viene de regreso y en una posición mucho más sólida. Antes los priístas estaban divididos; hoy marchan unidos. Antes se peleaban entre sí; hoy pelean para volver a Los Pinos. Antes no tenían otra opción que Roberto Madrazo; hoy acicalan a un joven dinosaurio para que no lo parezca. Antes no podían argumentar que la alternancia ha fracasado, hoy se preparan para hacerlo. Antes no podían usar el argumento de la eficacia en su favor; hoy los traspiés del gobierno panista les permite enarbolarlo. Encuesta tras encuesta los priistas se posicionan para ganar posiciones en el Congreso y eventualmente recuperar la presidencia. Ocho años de gobierno panista les han ayudado. Ocho años de pragmatismo contraproducente los han solapado. Ocho años de cambios tan pequeños llevan a que el PRI se haya vuelto —de nuevo— tan grande.Por eso, al gobierno de Felipe Calderón le hace falta lo que los estrategas políticos estadounidenses llaman un “game-changer”. Algo que cambie el juego en su favor. Algo que alerte al presidente sobre las consecuencias de negociar con los priistas de la forma como lo ha hecho. Algo que indique la capacidad de arrinconar a Beltrones/Gamboa y no sólo reaccionar ante ellos. Algo que cambie las percepciones de debilidad que crecen en torno a su gestión. Algo similar a lo que ha hecho John McCain al escoger a Sarah Palin como su compañera de fórmula. Algo que debe ir mucho más allá de anunciar el “Día del Secretario” y diseminar spots y conceder entrevistas a los medios y reiterar que México va por el camino correcto. Porque el camino que Felipe Calderón ha pavimentado es el que le permitiría al PRI regresar a Los Pinos. La apuesta presidencial al pragmatismo de pasos pequeños ahora está empujando al país hacia atrás.— México, D.F.mazzucato@ideasypalabras.com.mx


Casa mexicana
Denise Dresser


"Estamos lejos, muy lejos de casa. Nuestra casa está lejos, muy lejos de nosotros", canta Bruce Springsteen. Y así se siente vivir en México en estos días atribulados. Lejos del hogar y cerca de todo aquello que lo acecha. Lejos del sosiego y cerca de la ansiedad. Lejos de la paz y cerca del miedo. Siempre alertas, siempre nerviosos, siempre sospechando hasta de nuestra propia sombra. Invadidos permanentemente por el temor fundado a caminar en la calle, andar en el auto, abrir la puerta, parar a un taxi, cobrar un cheque, sacar dinero de un cajero automático, recibir la llamada de algún secuestrador, perder a un hijo, enterrar a un padre. Aristófanes definió la casa como el lugar donde los hombres prosperan, pero hoy en México, la casa colectiva se ha vuelto el lugar donde demasiados mueren. Acribillados por un narcotraficante o asaltados por un delincuente o baleados por un policía o asfixiados por un miembro de la banda "La Flor".
Ante ello, la realidad -trágica, impactante, desgarradora- es que los caseros en la clase política no saben qué hacer. O peor aún: aunque lo sepan no parecen dispuestos a asumir la responsabilidad que les corresponde. Basta con examinar la reunión reciente del Consejo Nacional de Seguridad Pública y sus secuelas. Las caras largas, los discursos solemnes, las promesas reiteradas, las declaraciones enérgicas, el mensaje de "ahora sí". Allí están los 75 compromisos contraídos incluyendo la depuración de las policías y la creación de unidades antisecuestros y la construcción de penales federales y la regulación de la telefonía móvil y una nueva ley para combatir el delito del secuestro y una nueva base de datos entre tantos más. Compromisos encomiables. Compromisos aplaudibles. Compromisos anunciados con anterioridad, reciclados una y otra vez.Porque no importa cuántos consejos se instalen o cuántas cumbres se organicen o cuántos compromisos se enlisten o cuántos discursos se pronuncien o cuántas marchas se organicen. México continuará siendo el tipo de país convulso que es mientras los criminales no sean castigados. Y eso jamás ocurrirá mientras los íconos de la impunidad sigan habitando la casa de todos, en lugar de ser expulsados de ella. Mientras los que violan la ley permanezcan en el poder, en lugar de ser removidos de allí. Mientras los responsables de la violencia promovida desde el Estado sean convocados en vez de ser sancionados. ¿Qué credibilidad puede tener el Acuerdo por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad cuando Mario Marín lo suscribe? ¿Qué credibilidad puede tener una iniciativa para sancionar el secuestro cuando Ulises Ruiz la avala? ¿Qué credibilidad puede tener un esfuerzo por fomentar la transparencia cuando Romero Deschamps lo firma? ¿Qué posibilidad de éxito puede tener una cruzada contra el crimen enarbolada por quienes lo han perpetuado?
Ah, la raíz de todo es la impunidad, aseguran todos. "El crimen creció gracias a la impunidad", dice el Presidente. "La proliferación del crimen no puede entenderse sin el cobijo que muchos años le fue brindando la impunidad", reitera. "La frustración ciudadana apunta a la impunidad con la que actúan los delincuentes y al grado de encubrimiento o franco involucramiento que ha desplegado el crimen organizado", argumenta. Tiene razón. Pero el problema es que Felipe Calderón y muchos otros miembros de la clase política se refieren a impunidad como si no hubieran contribuido a institucionalizarla. Como si la impunidad fuera un fenómeno desvinculado de su propia actuación. Como si la culpa fuera tan sólo de ciudadanos apáticos y una sociedad que ha perdido los valores. Como si la impunidad no hubiera sido fomentada por gobernadores venales y líderes sindicales corruptos y presidentes acomodaticios. Como si los sentados en el Consejo de Seguridad la semana pasada no hubieran contribuido -desde hace décadas- a hacer de la impunidad una condición sine qua non del sistema político.Para comprobarlo le pido a los lectores que hagan un experimento intelectual -sugerido por mi amigo, el embajador Alberto Székely- y respondan a las siguientes preguntas. ¿Qué pasaría si hechos similares a los del 2 de octubre de 1968 ocurrieran hoy en el 2008? ¿Qué ocurriría si el Ejército disparara contra civiles desarmados? ¿Cómo responderían el sistema judicial y sus instituciones? ¿Presenciaríamos a un Presidente que reconoce culpas o le permite a los militares y a Juan Camilo Mouriño evadirlas? ¿Presenciaríamos a una Suprema Corte que se erige en defensora de los derechos humanos y las garantías individuales o que las ignora como en el caso de Lydia Cacho? ¿Presenciaríamos a unas televisoras que reportan cabalmente lo ocurrido o aplauden al Presidente por actuar con la mano firme mientras celebran que "fue un día soleado"? ¿Los partidos se aprestarían a denunciar a los responsables o intentarían "blindarlos" como hace hoy el PRI con Mario Marín? ¿La impunidad inaugurada hace 40 años sería combatida por todos los niveles de gobierno o más bien los involucrados intentarían protegerse entre sí?
Éstas son preguntas relevantes porque apuntan a lo que Graham Greene llamaría the heart of the matter, "el corazón del asunto": un sistema político y un andamiaje institucional construidos sobre los cimientos de la impunidad garantizada, la complicidad compartida, la protección asegurada, la ciudadanía ignorada. Un sistema que sobrevive gracias a la inexistencia de mecanismos imprescindibles de rendición de cuentas como la reelección. Un sistema que continúa vivo a pesar de la alternancia porque en realidad jamás fue enterrado. Dado que nunca hubo un deslinde de las peores prácticas del pasado, sobreviven en el presente. Dado que nunca hubo un Estado de Derecho real, ahora resulta imposible apelar a él. Dado que nunca se diseñaron instrumentos para darle peso a la sociedad, ahora no acarrea grandes costos ignorar sus demandas o atenderlas teatralmente con la instalación de un Consejo.
Por ello el verdadero reto para el gobierno y la sociedad es entender el significado de un verdadero "hasta aquí". Y eso entrañaría ir más allá de las 75 medidas contempladas hasta ahora. Entrañaría combatir la cultura de la impunidad en los lugares donde nació y creció: en Los Pinos y en el Ejército y en el SNTE y en el SNTPRM y en la Secretaría de Gobernación y en la Quinta Colorada de Tabasco y en la gubernatura de Puebla y en las mansiones de Arturo Montiel. Porque si no somos capaces de alzar la vara -como lo exige Alejandro Martí- para medir el daño que la clase política le ha hecho a la casa mexicana, será cada vez más difícil convivir en ella.

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