sábado, 13 de septiembre de 2008

CESARE PAVESE, CIEN AÑOS DESPUÉS...( Tomado de Laberinto, suplemento cultural de Milenio Diario)



In memoriamCesare Pavese, cien años despuésEl autor de El oficio de vivir nació el 9 de septiembre de 1908; el siguiente texto y los poemas que lo acompañan, son una invitación a la lectura o relectura de su obra, a escuchar su voz y conocer sus obsesiones.13-Septiembre-08Un clásico, como escribía su amigo Calvino, es un libro que no deja de decirnos las cosas que tenía que decirnos, es por ello que las obras de Cesare Pavese siguen haciéndose escuchar.Mucho más allá de las recurrencias, de los aniversarios.Más allá de las ofertas especiales, más allá de la escuela que se sigue alimentando espiritualmente, y sigue alimentándonos, de Pavese. Seguimos yendo a las librerías o a la biblioteca, únicamente, y con un sentido de libertad, para no dejar de escuchar esa voz. Y es una voz muy reconocida, y muy familiar. El ritmo del estilo, esa cadencia de poesía en forma de prosa, una especie de música. Y sin duda alguna, los temas. La colina, pero también la ciudad, siendo esta ciudad casi siempre Turín. El mito. Los amores difíciles, por no decir imposibles. La soledad, la melancolía, el llamado de la sangre y de la tierra. Y, sin embargo, también el suicidio, del cual el mismo Pavese pidió, —ingenuamente— que no se hiciera la única cosa que, contrariamente, habría sido hecha con puntualidad, es decir, las habladurías. Haciendo correr a este gran autor el riesgo de volverse un icono de adolescentes en un estado de amor (desquiciado, sin solución), un infeliz que narra su desgracia a las costureras. Obviamente no era así, pero la trampa de romanticismo se disparó puntualmente, y también el apego morboso a las formas de la muerte de Pavese, no sólo de su vida en forma de palabras.Pero lo que cuenta es que sus palabras salgan todavía de las páginas, y entren en nosotros, los lectores, con un inmutable poder. Palabras con una irresistible seducción. Pasa sin que se detenga, y pasa cada vez más. Incluso en estos tiempos de clásicos olvidados, de polvo sobre libros maravillosos, las palabras de Cesare Pavese han mantenido su música inconfundible y dan en el blanco. Lo confirman los vendedores de libros, para quienes Pavese es un “long seller”, comenzando con la obra que de alguna manera las encierra a todas, es decir, La luna y las fogatas. Pero lo dicen también las bibliotecas y los bibliotecarios. El lector de Pavese es joven, pero no sólo eso. Muy frecuentemente es un re-lector: el tiempo permite descubrir nuevos tesoros en las páginas con las que entramos en contacto en los pupitres de la escuela, a los 18 o 20 años (incluso si los profesores lo proponen a partir de la secundaria: quizá demasiado temprano). Es también cierto que, una parte de los lectores de Pavese, son también los obligados a leerlo, o bien los estudiantes: sin embargo, aunque se trate de un clásico “de los programas de escuela”, el viaje en los pupitres, muy frecuentemente, continúa entre las colinas, o en las calles de Turín, reconocibles en las novelas o en los cuentos, pero incluso en las poesías, en el diario o en las cartas. Por esto, leer o estudiar a Pavese en la escuela no se parece para nada al tener que tragarse a Los novios en grandes dosis, casi homeopáticas: lo que se lee a la fuerza, en este caso y casi milagrosamente, después se sigue leyendo o releyendo. Por amor.
Tomado de La Repubblica, 5/09/2008.Traducción: Verónica Najera***
La noche
También la noche se te parece,
la noche remota que lloramuda,
dentro del corazón profundo,
y para las estrellas cansadas.
Una mejilla toca una mejilla
—es un estremecimiento frío,
alguien se debate y te implora,
solo,extraviado en ti misma, en tu fiebre.
La noche sufre y anhela el alba,
pobre corazón sobresaltado.
Oh rostro cerrado, oscura angustia,
fiebre que entristeces las estrellas,
hay quién aguarda el alba como tú
escrutando en silencio tu rostro.
Estás extendida bajo la noche
como un cerrado horizonte muerto.
Pobre corazón sobresaltado,
Un día lejano eras el alba.
La casa
El hombre solo escucha la voz calma
con entornados párpados,
como si un hálito le soplara en el rostro,
un respirar amigo que remonta, increíble,
desde el tiempo ya ido.
El hombre solitario oye la voz antigua
que sus padres escucharon antaño,
clara y absurda, una voz que, como el verde
de estanques y colinas, se oscurece al crepúsculo.
El hombre solo conoce una voz de sombra,
acariciante, que brota en tonos calmos
de un manantial oculto: la bebe absorto
con los párpados bajos, como si no estuviera al lado.
Es esa voz que un día ha detenido
al padre de su padre, a cada ser de la sangre muerta.
Una voz de mujer que resuena secreta
sobre el umbral de casa, cuando cae la sombra.

Traducción: Horacio Armani
Maurizio Crosetti
Foto: Torino Archive

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