lunes, 1 de septiembre de 2008

ESCRITOR INVITADO: CARLOS FUENTES EN LA CONVENCIÓN DEMÓCRATA


REFORMA 01 septiembre 2008.
Con su decisión, Obama busca seguridad
Convención demócrata
Carlos Fuentes
Vi el estadio de Denver dos horas antes del evento y pensé: esto no se llena ni regalando palomitas de maíz. A las nueve de la noche no cabía el proverbial alfiler. Ochenta mil personas llenaban el espacio y, afuera, otras diez mil pugnaban por entrar. Venían a oír y aplaudir a Barack Obama. Venían, en realidad, a conocer el futuro de los Estados Unidos de América.Porque si no hubo una ruptura con el pasado, sí hubo una clara separación. El pasado fue convocado, vino y habló. El vicepresidente y premio Nobel de la Paz, Al Gore, subrayó la lealtad que le debemos al milagroso planeta que habitamos y la necesidad de políticas del medio ambiente que nos alejen de la extinción, porque los milagros a veces no son para siempre. Hillary Clinton cedió con buen talante sus “dieciocho millones de estrellas” repitiendo la mantra de su campaña: los temas pendientes de la agenda social. Habló John Kerry, candidato derrotado de la anterior contienda.Y habló Edward Kennedy, no para retornar el pasado ni para enterrarlo, sino para precisar que las dinastías de ayer debían ceder el lugar a las ciudadanías de hoy. Porque Barack Obama viene de la soledad. Él mismo lo recordó: su pasado no es el del común de los americanos. Hijo de madre soltera, hechura del esfuerzo personal y de la educación. Graduado de Harvard que optó por “Main Street” en lugar de “Wall Street”, dedicándose al servicio social en Chicago. ¿Barack Obama? Pudo llamarse Barry Obama o Barack Smith, apuntó el candidato.Kennedy se hizo un favor y se lo hizo a Obama. Celebró a su dinastía sólo para prolongar obligaciones, no para reclamar derechos. Hizo valer su casi solitaria oposición en el Senado a la fatídica guerra de Iraq para asociarla, positivamente, a la agenda social y económica postergada, deformada, mutilada por el gobierno de Bush-Cheney. Fue un llamado, con la autoridad del pasado, a resolver los problemas del presente y del futuro. Queda el ejemplo notable de la oposición de Kennedy a la guerra en Iraq, a los tribunales secretos, al espionaje ilegal de los ciudadanos: los pecados de la Casa Blanca de Bush contra la salud democrática.Bill Clinton regresó a la tribuna de la Convención para despojarse de pequeñeces electoreras y reclamar su sitio como uno de los mejores presidentes de los Estados Unidos, el único demócrata reelecto después de Roosevelt y Truman, el otro demócrata electo después de Carter. Clinton estuvo a la altura de su propio prestigio de estadista y gobernante. Al apoyar abiertamente a Obama apoyó el legado de Clinton.El legado de Clinton: veinte millones de nuevos empleos, un superávit de quinientos mil millones de dólares, una política exterior de paz primero, fuerza sólo como excepción, una sociedad fuerte como condición de un gobierno fuerte y de una conducta exterior coherente. “Al mundo le impresiona más el poder de nuestro ejemplo que el ejemplo de nuestro poder”.Clinton recordó estos principios para que el electorado, a su vez, recordase el fracaso de Bush: el descenso del empleo y la crisis de la economía, el déficit de quinientos mil millones de dólares, igual al superávit que dejó Clinton; una guerra innecesaria en Iraq y la burlona libertad de los culpables del 11 de septiembre: Bin Laden y Al-Qaeda, alojados en la frontera del pobre aliado paquistaní Musharraf; el descenso de los impuestos a los más ricos y el aumento del presupuesto bélico a costa de los programas sociales.¿Para qué seguir? El régimen Bush-Cheney ha sido el peor de la reciente historia norteamericana. Lo cual permitiría asegurar una fácil victoria para la oposición demócrata y Barack Obama. No es así. Ambos candidatos (al menos antes de la Convención de Denver) corren parejos en intención de votos y las encuestas pueden ocultar el mal endémico de la sociedad norteamericana: el racismo. Que los adelantos en materia de igualdad racial son inmensos es evidente en todos los órdenes de la vida. El desafío de Rosa Parks sentándose en la primera fila de un autobús, las manifestaciones de Jesse Jackson y la cruzada de Martin Luther King no fueron inútiles. Pero ¿un afroamericano en la Casa Blanca? De allí el vigor con el que Barack Obama propone una gran reforma social, económica y política que incluya a toda la ciudadanía, blancos y negros, hombres y mujeres, unidos en poner al día la agenda norteamericana en todos los renglones: educación, salud, trabajo, prioridades internacionales. No requiere concurso menor llenar el vacío y componer los errores de los pasados ocho años.¿Tiene Obama la capacidad y la experiencia para ello? Cuando se esgrime —y se esgrime mucho— este argumento contra el candidato demócrata, se olvida que tanto John Kennedy como Bill Clinton eran menores que Obama al llegar a la presidencia. Kennedy tenía más o menos el mismo tiempo en el Congreso entonces que el que tiene Obama hoy. Clinton, como gobernador reelecto de Arkansas, tenía más. Pero Abraham Lincoln llegó a la presidencia con un limitadísimo pasado político, aunque —como lo recordó Gore— con el señalado valor de haberse opuesto “a una guerra injusta” —contra México—, como Obama se opone a la de Iraq.¿Representa Joseph Biden, a sus 65 años, el complemento de experiencia que requeriría Obama? Si así es, no deja de ser saludable. Ningún joven presidente puede suplir por sí solo la gama de consejos que pueden darle personas de más edad. Quedarse solo para no tener cerca a nadie superior es una receta no sólo de mezquindad, sino de fracaso. Obama acaso se cura en salud, aparte de que Biden es un hombre lúcido, valiente y gran compañero de fórmula.— México, D.F.ideasypalabras@prodigy.net.mx

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