Cambio y fuera
Adriana Malvido
Las imágenes se agolpan: más de 30 mil muertos, migrantes asesinados y desaparecidos en la esclavitud, niños y jóvenes masacrados en Ciudad Juárez, trata y abuso sexual de menores, el feminicidio impune que culmina con la atroz ejecución de Marisela Escobedo, estudiantes atravesados por las balas entre dos fuegos, el incendio… un horror tras otro.
Como si pensara en el México de 2010, el escritor inglés John Cowper Powys (1872-1963) advertía en El arte de olvidar lo insoportable: “Pareciera que estamos por completo perplejos, paralizados incluso, como aturdidos por una profusión de voces contradictorias, en lo que se refiere a nuestra confrontación con la verdad”. Por una parte, dice, tenemos un duende interior implacable que nos ordena luchar contra las verdades desagradables y por otra, nos fustiga a regodearnos en las más horrendas. Hay un choque entre el optimismo y el pesimismo, entre quienes “buscan hermosear, para sus propios fines aviesos las ensangrentadas ambulancias del universo” y quienes “cultivan obstinadamente el rencor destructivo”. En ambos casos, el sentido común se lava las manos, sentencia el autor de este ensayo (Textos de Me cayó el veinte, Escuela Lacaniana de Psicoanalisis, traducción de Antonio Montes de Oca).
Los defensores del pesimismo negro pretenden ser honestos y no puede nadie refutarlos negando la evidencia de la realidad. Pero en sus vidas privadas, aunque no lo reconozcan, practican el “arte de olvidar”, porque vivir pensando en el sufrimiento que hombres, mujeres, niños y animales están soportando en este instante en algún lugar del planeta, resultaría intolerable. Quienes pierden el arte instintivo de borrar imágenes caen en la locura. Porque el horror extremo alojado en nuestro cerebro puede engendrar “sublimes hidras y espantosas quimeras” sin limite ni fin.
“La vida carece de una verdad. Tan sólo posee una posibilidad infinita de horror y una posibilidad infinita de mágica belleza”. Lejos de la necedad simplona del optimista, Powys propone conservar la facultad de renacer cada día, aprender a no hundirse en la oscuridad, a olvidar cada mañana “lo que cada ayer trajo consigo de horror y malicia sanguinaria”, olvidar el miedo y huir de sus sabuesos al entregarse al amor o al trabajo. Olvidar mientras contemplamos un amanecer o el brote de una rama, amar desprevenidamente, perder nuestra identidad en el otro, rescatar la sabiduría de la gente sencilla que sigue el arado, el mar, los sueños… descubrir a tiempo la esencia de la vida.
Si adquirir el secreto del arte de la vida es adquirir el secreto del arte de olvidar, eso me permite, por un instante, vislumbrar un feliz año nuevo para todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario