Desconocer al otro, a la otra, reconocerse en lo desconocido. Salir, desde el rincón del
fondo, reinventando la ruta entre las mesas. Alcanzar la banqueta. Y leer en los restos
de la noche, la novela del sueño colectivo.
Has cruzado la acera de una costa a otra, y te sientes el mar, un mar espeso, turbio.
“El mar más muerto de los mares muertos”.
Quisieras cometer el sacrilegio del musgo, que penetra la piedra, la habita, la
transforma. Creer en el más alto milagro de la fe: bastante ha hecho el hombre con
ponerse de pie, y conquistar el reino de unas cuantas costumbres.
Seguir el rumbo de los callejones bajo el soplo del hasch…
Arrojar tres monedas en una pandereta, y admirar la conversión del mimo en una
Estatua. Darle la vuelta al mundo en bicicleta por la ruta indicada en el mapa del ciclista
Danés. Escuchar la oferta del camello marroquí, y su vibrante zoología fantástica:
tigres, burros, yeguas…
Viajar en la mirada de las brujas, precariamente asidas, a pelo, del caballo…
Sentir un sudor frío al rozar el perfil de una gitana, y su mirada terriblemente oscura.
¿Qué le dirían mis manos, las de la abuela puta de Carrer de la Verge, las del joven
Artista que sale del Liceu con paso titubeante?
Confabular las lenguas. Hablar todas las lenguas. Y asistir al combate con la
certidumbre de Dios, el primer día. Creer en el espacio que se descubre y en las
horas que se conquistan…sin mirar hacia atrás, en busca de la mujer que te sigue los
pasos.
Seguir al pasajero del metro de las doce hasta una estación desconocida. Subir las
escaleras contra un viento helado que castiga la frente. Salir a una avenida de
iridiscentes grifos y lentas fumarolas, y ponerse a orinar en una esquina, como quien se
desangra.
fondo, reinventando la ruta entre las mesas. Alcanzar la banqueta. Y leer en los restos
de la noche, la novela del sueño colectivo.
Has cruzado la acera de una costa a otra, y te sientes el mar, un mar espeso, turbio.
“El mar más muerto de los mares muertos”.
Quisieras cometer el sacrilegio del musgo, que penetra la piedra, la habita, la
transforma. Creer en el más alto milagro de la fe: bastante ha hecho el hombre con
ponerse de pie, y conquistar el reino de unas cuantas costumbres.
Seguir el rumbo de los callejones bajo el soplo del hasch…
Arrojar tres monedas en una pandereta, y admirar la conversión del mimo en una
Estatua. Darle la vuelta al mundo en bicicleta por la ruta indicada en el mapa del ciclista
Danés. Escuchar la oferta del camello marroquí, y su vibrante zoología fantástica:
tigres, burros, yeguas…
Viajar en la mirada de las brujas, precariamente asidas, a pelo, del caballo…
Sentir un sudor frío al rozar el perfil de una gitana, y su mirada terriblemente oscura.
¿Qué le dirían mis manos, las de la abuela puta de Carrer de la Verge, las del joven
Artista que sale del Liceu con paso titubeante?
Confabular las lenguas. Hablar todas las lenguas. Y asistir al combate con la
certidumbre de Dios, el primer día. Creer en el espacio que se descubre y en las
horas que se conquistan…sin mirar hacia atrás, en busca de la mujer que te sigue los
pasos.
Seguir al pasajero del metro de las doce hasta una estación desconocida. Subir las
escaleras contra un viento helado que castiga la frente. Salir a una avenida de
iridiscentes grifos y lentas fumarolas, y ponerse a orinar en una esquina, como quien se
desangra.
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