miércoles, 25 de febrero de 2009
JUAN PABLO ALDACO: SUEÑOS
Sueños
Me levanto ansiando un día realmente nuevo. La enjundia natural del aire me recibe, a partir del primer bostezo de la mañana. Este cuarto es víctima del silencio, pero afuera todo es presa del bullicio y el ritmo. Lo primero que observo es cómo ese sol ya está, postrado, bajo la mancha de las sombras extinguidas. Enciendo un cigarro, prendo el computador, y sigo apoyado de los recuerdos de mi pasado, herramienta eficaz para fijarme el futuro que vivo a todas horas. Mi vista ahora está lúcida, después del desvelo. Los vendedores, calle abajo, aúllan con un tono que empobrece el sueño de los escasos durmientes.
Alguien tira la primera pieza, no somos tú ni yo; un hombre robusto aparece entre el humo del cigarrillo. Los perros parecen estar contentos, mientras afuera el caos es más que exterminio. Debajo del balcón, puedes palpar con tus ojos a un millón de caballos que enfurecidos persiguen el polvo que sus patas levantan, como queriendo desterrar la tierra misma. Entonces de la tierra emerge el Diablo y es a partir de su presencia, cuando comienza el mundo a girar sobre su propio eje.
Al día siguiente despiertas con los residuos del sueño anterior. Todavía no sabes a ciencia cierta si lo has vivido con transparencia. Crees que fue ridículo e intentas recapacitar. Pero nadie imagina ni mucho menos asume, hasta que lo sabe, un mundo monótono, repleto de calles paralelas, polvo, gritos, carriles, manchas, sangre, humo. Doy con la prueba a diario, dándome cuenta que debo buscar el antídoto.
II
Desde que sé que el mundo es magia, cada que salgo a la calle, programo mis instintos, recordando el quehacer de los que fueron grandes. Trato incluso de usurpar alguna idea imaginativa de algún peatón vecino, agregándole notas musicales, ritmos sólo concebidos en la mente, mientras mi paso se difumina como todos los otros, en el punto sublime del desenlace.
Entro al vagón del metro de la ciudad, esa urbe de muchísimas vidas, de almas en desconcierto, de afonías ruidosas. Trato de mirar los ojos de las damas y cuando estos llegan a captar la atención de mi mirada, con ella comparto una noción espiritual casi inexplicable. Y al llegar a tu estación, sales desconcentrado, preguntándote si acaso la mirada es la hija de las palabras.
Vuelves a tu estancia, sigues recordando. ¿Y qué será de mi memoria muerta? Llorando no he encontrado más que lo más puro, es como si las lágrimas desenmascararan el infierno que ellas producen. Y sigo, y sigo atado a la meditación, a la pesca de imágenes insólitas, a la recolección de pistas que puedan indicarme la inmadurez del mundo, y la superioridad de la vida.
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