sábado, 14 de febrero de 2009

UN APRENDIZ DE PERIODISTA EN CARTAGENA...DE Laberinto, suplemento literario de Milenio Diario.



En 1948, Gabriel García Márquez, estudiante de Derecho, se inició como columnista en El Universal, un diario recién fundado en el que muy pronto comenzó a destacar por la originalidad de su estilo.

2009-02-14•Reportaje



Gabriel García Márquez, Gabito, llegó a Barranquilla el 29 de abril de 1948, dos días después que su hermano Luis Enrique. [...] Los sistemas de transporte del país estaban en caos como resultado del Bogotazo y Gabito, con una maleta pesada y un traje oscuro, se tuvo que trepar a un camión del servicio postal para llegar a Cartagena, ciudad que sería su nuevo hogar. [...]

Había vuelto al Caribe, a un mundo en el que el cuerpo humano era aceptado por lo que es, en su belleza, fealdad y fragilidad; estaba de regreso en el reino de los sentidos. Nunca había estado en la heroica ciudad, y lo impresionó su magnificencia y su desolación. No había escapado a los efectos del Bogotazo pero, como toda la costa, había regresado rápidamente a una normalidad incómoda a pesar del estado de sitio, el toque de queda y la censura.

El joven fue directamente al Hotel Suiza, en Calle de las Damas, que también era residencia de estudiantes, sólo para descubrir que su acaudalado amigo José Palencia no había llegado aún. El dueño no quiso darle una habitación a crédito, y se vio forzado a deambular por la ciudad con hambre y sed, y eventualmente tuvo que acostarse en una banca de la plaza principal, deseando que Palencia llegase pronto, pero no fue así. Gabito se durmió en su banca y fue arrestado por dos policías por violar el toque de queda, o tal vez sólo fue porque no tuvo un cigarrillo para darles. Pasó la noche en el piso de una celda. Ésta fue su introducción a Cartagena, los augurios no eran buenos. Finalmente, Palencia llegó al día siguiente y los dos hombres fueron admitidos en la residencia.

García Márquez fue a la universidad a un par de cuadras de distancia y se las arregló para persuadir a las autoridades que lo evaluaron frente a sus futuros compañeros de que lo aceptasen por el resto del segundo año de Leyes, incluyendo el aprobar las materias que había reprobado en el ciclo anterior. Era estudiante de nuevo.

Él y su amigo retomaron la vida desde donde la habían dejado en Bogotá, salieron a beber y a fiestas, a pesar del toque de queda, y actuaron en general como estudiantes de clase alta, lo que Palencia en realidad era y Gabito no tenía recursos para ser. Esta vida idílica terminó unas pocas semanas después, cuando el inquieto Palencia decidió continuar su camino y García Márquez se mudó al dormitorio colectivo, que costaba 30 pesos al mes por pensión completa y lavado de ropa.

La suerte dio un giro. Mientras caminaba por la calle de Mala Crianza, en la vieja zona de Getsemaní, adyacente a la ciudad amurallada, se encontró con Manuel Zapata Olivella, un médico negro que había conocido en Bogotá un año antes. Al día siguiente Zapata, un filántropo popular entre sus amigos, y quien luego sería uno de los principales escritores y periodistas de Colombia, llevó al joven a las oficinas de El Universal, en la calle San Juan de Dios, justo a la vuelta de la pensión de estudiantes, y se lo presentó al director editorial, Clemente Manuel Zabala. Resultó que Zabala, que era amigo de Eduardo Zalamea Borda, había leído los cuentos cortos de García Márquez en El Espectador y ya era su admirador. A pesar de la timidez del joven, lo contrató como columnista y, sin discutir los términos o condiciones, dijo que lo esperaba al día siguiente y que estaba ansioso por imprimir su primer artículo.

En esa época, García Márquez parece haber considerado al periodismo sólo como el medio para un fin y como una forma inferior de escritura. Sin embargo, ahora había sido aceptado como periodista precisamente debido a su prestigio literario preexistente, justo después de cumplir 21 años. Contactó a sus padres inmediatamente para informarles que podría mantenerse a sí mismo durante sus estudios. Dada su intención de abandonar la carrera de Leyes ni bien pudiera, y de jamás practicar la abogacía aun cuando calificase, el mensaje calmó su conciencia significativamente.

El Universal era un periódico nuevo. Había sido fundado sólo 10 semanas antes por el Dr. Domingo López Escauriaza, un político liberal patricio, que había sido gobernador del estado y diplomático y que ahora, a la luz de la creciente violencia conservadora, había decidido abrir un nuevo frente en la guerra de propaganda en la Costa. Esto había sucedido un mes antes del Bogotazo. Era el único periódico liberal en esa ciudad muy conservadora. [...]

Zabala presentó a García Márquez a otro recluta reciente, Héctor Rojas Herazo, un poeta y pintor joven, de 27 años, procedente del puerto caribeño de Tolú. No reconoció a Gabito, pero había sido su profesor de arte ocho años antes en el Colegio San José, en Barranquilla. Ésta fue otra de las extraordinarias conjunciones que ya estaban marcando la vida de García Márquez, Rojas Herazo estaba destinado a ser uno de los poetas y novelistas más grandes del país, al igual que un pintor admirado. Duro y leonino, era más ruidoso y más grande, más dogmático y aparentemente más apasionado que su nuevo amigo, era comunicativo e irritable al mismo tiempo.

Bastante pasada la medianoche, cuando Zabala había revisado y corregido todos los artículos de cada página de las ocho que tenía el periódico, invitó a sus dos jóvenes protegidos a cenar. Los periodistas estaban exentos del toque de queda y, con esto, García Márquez se embarcó en una nueva vida, una que duraría muchos años, en la que trabajaba casi toda la noche y dormía, cuando dormía, durante una gran parte del día. Esto no sería fácil en Cartagena, donde las clases de Leyes comenzaban a las 7 a.m. y Gabito llegaba a casa una hora antes.

El único lugar que estaba abierto tan tarde en la noche era un restaurante llamado “La Cueva”, muy cerca del mar, detrás del mercado público, que estaba dirigido por un exquisitamente bello homosexual negro llamado José de las Nieves. Era allí donde los periodistas y otros búhos comían bistec, tripa y arroz con camarones o cangrejo.

Cuando Zabala ya había regresado a su cuarto solitario, García Márquez y Rojas Herazo caminaron por la zona del puerto, que comienza en el Paseo de los Mártires, donde nueve bustos conmemoran las muertes, en 1816, de algunos de los primeros rebeldes contra el imperio español. Luego, Gabito se fue a su casa a trabajar. Después de unas pocas horas de ansiedad, pero enamorado de su propia retórica, fue a mostrarle su primera columna al jefe. Zabala la leyó y dijo que estaba bastante bien escrita, pero que no serviría. Primero, era demasiado personal y literaria y, segundo, “¿No te has dado cuenta de que estamos trabajando bajo un régimen de censura?” Zabala tomó un lápiz rojo que había sobre su escritorio. Casi de inmediato, la combinación del talento innato de García Márquez y el celo profesional de su jefe produjeron artículos leíbles, absorbentes y notoriamente originales desde la primera vez.

Todas las columnas firmadas de García Márquez en El Universal aparecieron bajo el título de “Punto y Aparte”. La primera, la que recibió la mayor atención del editor, era un texto político sobre el toque de queda y el estado de sitio, sutilmente disfrazado como una meditación general sobre la ciudad. El joven escritor preguntaba proféticamente cómo, en una era de violencia política y deshumanización, podía esperarse que su generación resultase en “hombres de buena voluntad”. Evidentemente, el periodista novato había sido radicalizado abruptamente por los eventos del 9 de abril.

El segundo artículo era igualmente sobresaliente. Si el primero había sido implícitamente político en el sentido tradicional, el siguiente era casi un manifiesto sobre la política cultural: era una apología del acordeón humilde, un vagabundo entre los instrumentos musicales, pero un elemento esencial en el vallenato, una forma musical desarrollada en la Costa por músicos generalmente anónimos y, para García Márquez, un símbolo de la gente de la región y su cultura, y una manera de satisfacer su propio deseo de desafiar las preconcepciones de la clase gobernante. El acordeón, insistía, no sólo es un vagabundo, sino un proletario. El primer artículo había sido un rechazo al tipo de política que provenía de Bogotá, el segundo adoptaba las raíces culturales recién recuperadas por el escritor.



Foto: Robert McCurdy
Por primera vez, el futuro de Gabriel García Márquez estaba moderadamente asegurado. Desempeñaba un trabajo en el que otra gente reconocía que era bueno. Era un periodista. Aunque continuaría estudiando leyes esporádicamente y con poco entusiasmo, había encontrado su salida de la profesión legal hacia el mundo del periodismo y la literatura. Nunca miraría hacia atrás.

Durante los 20 meses siguientes, escribió 43 textos firmados y una cantidad mucho mayor de contribuciones sin firmar para El Universal. En general, era periodismo de creación literaria y comentario a la antigua, más para el entretenimiento que para la información política, ciertamente más cercano al género de las “crónicas” diarias o semanales que no habrían estado fuera de contexto en un periódico latinoamericano de los veinte. Por otro lado, una de las tareas de García Márquez era revisar los cables que salían de la máquina de teletipo a fin de seleccionar noticias y proponer temas para los artículos de comentario y las extrapolaciones literarias que eran tan importantes en el periodismo de aquella época. Esta práctica cotidiana debe haberle dado experiencia en la manera en la que los elementos de la vida diaria eran transmutados en “noticias”, en “historias”, que desmitificaban inmediatamente la realidad ordinaria y proveían de un antídoto poderoso a sus excursiones recientes en la obra de Kafka.

En esa época, los periodistas de casi todas partes eran obligados a adoptar el enfoque práctico del estilo periodístico de EU y, desde el principio, García Márquez lo adoptó. Esto lo convertiría en un tipo de escritor muy diferente a la mayoría de sus contemporáneos latinoamericanos, para los que los modos de Francia y los franceses de hacer las cosas seguían siendo los modelos a seguir en una era en la que Francia misma estaba comenzando a ser rebasada por la modernidad.

Aunque todavía tenía que aprender mucho, la originalidad del nuevo columnista fue obvia desde el principio y debe haber sido una dicha para el editor que lo contrató. Sólo tres meses después, en su artículo sobre el escritor afro-colombiano Jorge Artel, estaba pidiendo implícitamente una literatura a la vez local y continental que represente a “nuestra raza” —una perspectiva sorprendente para que fuera adoptada por el nieto del coronel Márquez a los 21 años— y que le dé a la costa del Atlántico “una identidad propia”. [...]

En cierto sentido, no podría haber sido un peor momento para convertirse en periodista en Colombia. La censura fue impuesta inmediatamente después de los eventos de abril de 1948, aunque en la Costa con menos brutalidad que en el interior del país. García Márquez comenzó a practicar el periodismo debido a la violencia, pero ésta limitó severamente lo que podía hacer un periodista. Durante los siguientes siete años, bajo [las presidencias de] Ospina Pérez, Laureano Gómez, Urdaneta Arbeláez y Rojas Pinilla, aunque con intensidades variables, la censura del gobierno estaría continuamente activa. Por lo tanto es mucho más significativo que el primer artículo de la carrera de García Márquez, con fecha del 21 de mayo de 1948, haya implicado una posición política claramente izquierdista. Nunca divergiría de esta amplia perspectiva; pero sin embargo jamás, en última instancia (como solían decir los marxistas), ésta limitaría o distorsionaría su ficción. [...]

En esta época, García Márquez vivía una vida más desesperada [económicamente] que en su época de Bogotá, y ahora se habituó a una virtual indiferencia ante sus propias necesidades físicas. Aun aquí, en la Costa, era famoso por sus horrendas camisas multicolores —generalmente sólo tenía una a la vez— y sus sacos a cuadros, usados sobre pantalones negros de lana de algún traje viejo, calcetines amarillo canario que colgaban sobre sus tobillos y los polvorientos mocasines que nunca limpiaba. Tenía un intento de bigote ralo y cabello enrulado y desordenado que rara vez veía un peine. Aun después de contar con la habitación [en casa de su colega] Franco Múnera, dormía cuando y donde la fatiga y el amanecer lo encontraban. Era delgado como un fideo y sus amigos, conmovidos por el hecho de que permanecía eternamente alegre y nunca parecía sentir lástima por sí mismo ni pedía ayuda, muchas veces cooperaban para comprarle las comidas de día e incluirlo en las excursiones nocturnas.

Las opiniones de conocidos y amigos variaban. Muchos, especialmente los social-conservadores, pensaban que era excéntrico al punto de la locura o, en ocasiones, que era homosexual. Hasta amigos como Rojas Herazo dicen en retrospectiva que era una especie de mariquita (un muchacho tan bueno). Tanto Rojas como otro amigo, Carlos Alemán, recuerdan la puerilidad de García Márquez, su vital forma de andar —que no ha perdido— y su tendencia a bailar con alegría cuando alguien le daba una nueva idea o estaba excitado sobre una propia para escribir una historia. Los conocidos lo recuerdan tamborileando siempre con los dedos sobre la mesa mientras esperaba su almuerzo, o sobre cualquier otra cosa que tuviese a mano, cantando bajito o en voz muy alta, la música siempre envolviéndolo.

García Márquez aprendió todo lo que tenían para enseñarle sus nuevos amigos. También desarrolló algunas ideas claves sobre su vocación a una edad sorprendentemente temprana. Por ejemplo, tomó la declaración de George Bernard Shaw de que de ahí en más se dedicaría a los eslóganes publicitarios y a hacer dinero; Gabito comentó que esto era algo en lo que debían pensar aquellos que, como él, estaban “resueltos a no escribir por razones comerciales y que aún así nos encontramos haciéndolo por vanidad”. [...]

Fue en esta época que Zabala recibió un mensaje de Zalamea Borda, en Bogotá, preguntándole qué estaba pasando con las actividades literarias de su joven protegido. De hecho, García Márquez había abandonado sus cuentos por el momento, pero jamás pudo decirle que no a Zalamea y rápidamente revisó otro, La otra costilla de la muerte, que fue publicado en El Espectador el 25 de julio de 1948. Debe haber sido halagador y profundamente consolador saber que un personaje importante seguía pensando en él y auspiciando sus intereses en Bogotá.

El 16 de septiembre de 1948, García Márquez viajó a Barranquilla por asuntos del periódico y, en lugar de tomar el autobús de regreso, decidió buscar a algunos colegas periodistas que le habían recomendado sus amigos de Cartagena. Fue otra decisión histórica. Se dirigió a las oficinas de El Nacional, donde trabajaban Germán Vargas y Álvaro Cepeda. Ambos eran parte de una fraternidad bohemia informal que eventualmente sería conocida como “Grupo Barranquilla”. La apasionada pero juiciosa contribución de García Márquez a las discusiones literarias esa primera noche impresionó al tercer miembro del grupo, Alfonso Fuenmayor, quien era el editor asistente del periódico liberal El Heraldo, y le pidió a Gabito que lo buscase antes de volver a Cartagena.

A García Márquez le encantó descubrir que estos periodistas aparentemente curtidos lo conocían por su reputación y fue recibido como un hermano perdido por mucho tiempo, presentado al gurú literario local, el escritor catalán Ramón Vinyes, y luego llevado a un recorrido de bares y burdeles que terminó en el legendario establecimiento La Negra Eufemia, que luego sería inmortalizado en Cien años de soledad. Allí Gabito selló su propio triunfo personal y su lazo con el grupo cantando mambos y boleros por más de una hora. Pernoctó en casa de Álvaro Cepeda quien, a diferencia de los otros, era de la misma edad y tenía gustos similares por las camisas con flores y atuendos de artistas, tenía el cabello más largo que él y usaba sandalias, como un hippy pionero. [...]

El contacto con el Grupo Barranquilla lo inspiró —y le dio la confianza— para comenzar a trabajar en su primera novela, La casa. Fue una novela sobre su propio pasado —posiblemente un relato en el que había estado pensando por mucho tiempo. Trabajó en ella durante la segunda mitad de 1948 y luego más intensamente a principios de 1949.

Su amigo, Ramiro de la Espriella y su hermano, Oscar, vivían en la gran casa del siglo XIX de sus padres en la Segunda Calle de Badillo, en la vieja ciudad amurallada. García Márquez era un visitante frecuente, a menudo comía allí y a veces se quedaba a dormir. La casa tenía una gran colección de libros y él pasaba mucho tiempo en la biblioteca leyendo historia colombiana. Oscar, el mayor de los hermanos recuerda: “Mi padre lo llamaba ‘Valor Cívico’ porque decía que se requería de mucho valor para vestirse así... Mi madre lo quería como a un hijo... Llegaba con su gran rollo de papeles atado con una corbata, y lo desenvolvía y se sentaba a leernos lo que había escrito”. [...]

El joven sería ostensiblemente desagradecido con individuos específicos en años posteriores de su vida, y continuamente le ha restado importancia a la contribución de su periodo en Cartagena a su desarrollo; pero también es cierto que los escritores de Cartagena reclaman demasiado crédito por el impacto de la ciudad y sus intelectuales en el novelista en ciernes, y subestiman lo mucho que sufrió por cómo lo trataron allí.

García Márquez fue un muchacho pobre durante sus siete años de escuela, dependiente de las becas y la benevolencia de otros. En Bogotá siempre tuvo poco dinero y en Cartagena —y luego en Barranquilla— estuvo muy cerca de la indigencia. De alguna manera se las arregló para sonreír y ser, casi siempre, positivo durante esos tiempos; tanto los amigos como los que no lo fueron confirman que virtualmente nunca expresó lástima por sí mismo ni pidió favores. Cómo mantuvo la ecuanimidad, cómo se aferró a su confianza, cómo desarrolló su resolución y logró fortalecer y dar forma a su vocación en estas circunstancias arduas, con una familia con otros 10 hijos menores que él que también vivían en una pobreza relativa, es algo que sólo se puede explicar con palabras como valor, carácter y determinación inamovible.

Traducción: Franco Cubello



Los tempranos trabajos literarios y periodísticos de Gabriel García Márquez en Colombia, sus primeras estancias en Europa (Hungría, París y la Guerra fría en Europa del Este), la Revolución cubana y México, así como el personaje mediático y político, son algunos de los perfiles que se reúnen en la biografía Gabriel García Márquez. A Life (Bloomsbury, 2008) de Gerald Martin, publicada con gran éxito en Reino Unido. Gerald Martin, su autor, es académico de la Universidad de Pittsburgh y de la London Metropolitan University. Desde hace quince años ha entrevistado a más de 300 personajes, entre ellos, Fidel Castro, Felipe González, Álvaro Mutis, Mario Vargas Llosa, Tomás Eloy Martínez y al mismo García Márquez, para escribir este libro, en el que trata de “no perder la perspectiva crítica ni el recuento de una vida que revela el poder de la literatura y el periodismo como complementos”.

Gerald Martin

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