sábado, 31 de julio de 2010

Extinción de la izquierda


Joel Ortega Juárez

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  • 2010-07-31•Acentos
Desde 1989 y luego en 1994 —cuando estuve en ambas campañas por la gubernatura de Tabasco— no había asistido a ningún mitin o marcha de AMLO.
La experiencia del domingo pasado en el Zócalo me produjo sensaciones encontradas.
La gran mayoría de las decenas de miles de participantes en el mitin eran pobres y viejos.
Había algunos sobrevivientes del naufragio de las izquierdas socialistas y comunistas, incluso algunos que figuraron en el gobierno de Salinas (no olvidar que Adolfo Orive es coordinador del PT en la Asamblea del DF) se paseaban sin ningún rubor; había también funcionarias de gobiernos panistas estatales.
Lo más significativo era el impresionante presídium (mezcla soviético-castrista con formato de espectáculo Televisa) integrado por decenas de burócratas del PT, Convergencia, PRD bejaranista y las comparsas bufo-intelectuales que han oscilado del fanatismo cuauhtemista, submarquista y hasta ahora siguen fieles al Peje.
Espacio estelar tuvieron los priistas.
Enrique González Pedrero fue uno de los oradores principales, olvidando su apoyo a Díaz Ordaz, que lo llevó a renunciar a la revista Política y le evitó apoyar a Ramón Danzós Palomino, candidato sin registro por el Frente Electoral del Pueblo, promovido principalmente por el PCM; se omite también su papel como dirigente del IEPES en 1987 nombrado por Salinas y antes su puesto como secretario general del PRI en 1972-74 en pleno echeverriato y desde luego cuando fue gobernador de Tabasco 1983-87.
La lista es interminable de prominentes ex priistas, curiosamente estuvieron ausentes los que encabezó Cuauhtémoc Cárdenas en la Corriente democrática.
No es la primera vez que en México esa corriente de poder encabeza a grandes contingentes populares, desde el PNR de Calles, el PRM de Cárdenas e incluso el PRI de Salinas-Camacho-Colosio.
Tampoco es un fenómeno exclusivamente mexicano, no hay que olvidar a Mussolini en Italia y a Perón en Argentina, que encabezaron poderosísimos movimientos de masas populares.
Una parte de la explicación de la debilidad de las izquierdas comunistas y socialistas fue precisamente su adhesión al cardenismo, lección no aprendida cuando se repitió el fenómeno con Cuauhtémoc Cárdenas y hace varios años detrás de López Obrador.
Es innegable la fortaleza de su movimiento y su rechazo consistente al gobierno de Calderón, lo que para muchos es suficiente para acreditarlo como movimiento de izquierda.
AMLO puede ganar en el 12. ¿Triunfaría la izquierda?

Enrique Krauze:“El PAN nunca ha entendido la cultura”



Creo en la crítica y me gusta la polémica”, asegura el director de Letras Libresen una conversación que va del Bicentenario a la necesidad de restablecer el diálogo en la familia cultural mexicana, roto después de las elecciones de 2006.

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  • 2010-07-31•De portada


Fotos: Pascual Borzelli Iglesias
Las palabras de Enrique Krauze son contundentes, animadas por esa pasión crítica de la que hablaba Octavio Paz. En las oficinas de la editorial Clío, el historiador comenta los errores del gobierno federal en las conmemoraciones del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, también cuestiona los debates políticos e intelectuales en México –porque “son de escuelita”–, recuerda su amistad con Carlos Monsiváis y explica los motivos de su crítica implacable a Andrés Manuel López Obrador, quien “dividió al país en dos”. Durante el diálogo, cada pregunta recibe una respuesta amplia y categórica que es, al mismo tiempo, una oportunidad para la reflexión y la polémica.
¿Qué piensa de la manera como se han desarrollado los festejos del Bicentenario de la Independencia?

El Bicentenario era, más allá de los festejos, una oportunidad de participación ciudadana y debate colectivo, una oportunidad para enriquecer la vida pública del país. Lo es todavía, aunque ya no creo que se aproveche. Hasta ahora hemos tenido chispazos positivos, como el caso de Discutamos México, un esfuerzo valioso aunque con programas desiguales y hechos de manera algo rápida e improvisada. También hemos tenido espectáculos lamentables, como el mórbido e inútil desfile de los huesos de los héroes. Entonces, hay algunas cosas que están bien, pero en términos generales ¡qué deslucido, qué triste, qué superficial se ve este festejo de la Independencia, incluso comparado con el de 1910!
El énfasis del gobierno federal parece estar más en el Bicentenario que en la Revolución.

El gobierno de Felipe Calderón ha sido incapaz de ver con claridad qué hacer con el Bicentenario. Hay que decirlo con todas sus letras: falló desde un principio. Desechó a personas que pudieron haber hecho un buen trabajo, como Rafael Tovar, y eligió a gente limitada, con una visión anacrónica de la historia, del género llamado “historia de bronce”. Ha faltado, por decirlo así, una filosofía del Bicentenario. Es obvio que había muchas propuestas que no se escucharon, o se escucharon a medias, o se escucharon tarde. Desde principios de 2007, por ejemplo, comenté que debían de separarse los festejos de la Independencia y la Revolución. Escribí ampliamente sobre esto y pronto publicaré un libro —Adiós a los héroes— donde recojo estas ideas. Una de ellas consistía en aprovechar la Conmemoración de la Independencia (que nos vincula claramente y está fuera de toda discusión) para hablar de la riqueza cultural de nuestra historia, todo aquello que Luis González llamó “La construcción de México”.
Es verdad que se recogió la idea de llevar la obra sintética de Luis González a los hogares de México. Pero se necesitaba la contraparte: que los pueblos de México hablaran. No basta con poner un lema: “200 años de ser orgullosamente mexicanos”. Había que llenarlo de sustancia, llevarlo a cada municipio, a cada pueblo; contar (o más bien escuchar) las hazañas locales. Hubiera sido una gran ocasión de recoger la microhistoria de los muchísimos pueblos y ciudades del país, para formar con ellas el mosaico nacional. Propuse que la iniciativa partiera de las escuelas, pero no se hizo, o se está haciendo de manera tardía y muy limitada.
En cuanto a la Revolución, lo que a mi juicio convenía era precisamente discutir su legado en los grandes temas nacionales: agrario, obrero, educativo, democrático. Una reflexión crítica y autocrítica al mayor nivel. Se está haciendo sólo a medias.
Usted habla de la necesidad de debatir los grandes problemas nacionales, pero cuando menos en los medios de comunicación parece que esto sí se está haciendo.

Desde hace mucho tiempo he insistido en que necesitamos mayor calidad, sofisticación e inteligencia en el debate público. Sin duda, ahora el debate en México —en la prensa, en la radio, en todos los medios— es mejor de lo que era hace veinte años, en los tiempos hegemónicos del PRI. Esto hay que admitirlo. Sin embargo, es mucho menos rico de lo que podría ser, y en esto lo que importa es el formato. Los medios de comunicación masiva tendrían que estar inventando fórmulas de debate que sean mucho más que conversaciones de sobremesa. Un debate debe ser preparado a fondo. Los debates mexicanos por televisión son inocuos, académicos, de escuelita, hay que darles un grado más y hacer debates “a la inglesa”, en donde tanto el moderador como los participantes saben que al final de cuentas va a haber un triunfador y un perdedor: que va a “correr sangre”. (Nosotros en el portal Lupa Ciudadana estamos preparando debates con ese formato.) Son cosas que faltan. En suma, sí estamos mejor que antes, pero no estamos discutiendo con la profundidad, el compromiso y la pasión que deberíamos los grandes problemas nacionales.
¿Qué impide que existan en México debates de altura?

En la vida intelectual y política de México hay varios vicios. Uno es el vicio académico. En el área de las humanidades hay una especie de casta que escribe para sí misma, sólo se lee a sí misma y tiene una opinión excesiva sobre sí misma, es inmune a la crítica y a la autocrítica; tiene la pretensión de estar haciendo ciencia, y algunos órganos de la prensa recogen sus opiniones sin cuestionarlas, como si fueran, en efecto, verdades científicas.
Otro vicio muy arraigado en la vida intelectual mexicana es el dogmatismo y la intolerancia, que está presente en órganos de izquierda herederos del dogmatismo y la intolerancia de la Iglesia del siglo XIX, enemiga del pensamiento liberal. En estos órganos, guardianes del dogma, no se practican las reglas básicas de un debate intelectual de altura: la discusión respetuosa, la escucha de opiniones ajenas, la fundamentación de ideas propias.
Entonces, entre un academicismo endogámico y un dogma- tismo intolerante, hay un espacio muy reducido para el pensamiento abierto, plural y liberal. Los académicos no tienen pasión y los dogmáticos tienen demasiada, ciega pasión.
¿Esto ha contribuido a que hayan desaparecido las polémicas intelectuales?

La autenticidad, el compromiso que se vivió en los ochenta en México, cuando la polémica entre Vuelta yNexos, entre Octavio Paz y Carlos Monsiváis, no existe ahora. Tendríamos que retomar esa pasión intelectual y crítica, porque si no todo se va a extinguir, a disolver, en un páramo de mediocridad: dogmática, académica, mediática. Yo no objeto, por cierto, el surgimiento de los comentaristas políticos, es algo positivo, pero muchos de ellos hablan como oráculos y no tienen un libro publicado.
Paz decía que en México debemos reconciliarnos con el pasado. ¿Lo estamos haciendo?

No, no nos estamos reconciliando con el pasado, hacerlo significaría muchas cosas que, de nuevo, tienen que ver con el debate. Tendríamos que estar debatiendo seriamente los mitos nacionales, volver al tema de lo indígena y español, revisar las distintas vertientes de interpretación de la historia de México en el siglo XIX, ver qué tanta mitología arrastró consigo la Revolución Mexicana, incluido el muralismo. Vivimos en una selva de mitos: el mito del petróleo, el mito de la soberanía…. Tendríamos que estar avanzando mucho más en la desmitificación de nuestra historia para ver a los héroes como hombres de carne y hueso (con virtudes y defectos). Para ver a la Independencia y la Revolución en toda su complejidad, como un proceso en el que intervienen otras figuras además de los “héroes”. Sobre todo, deberíamos rescatar la vida de México en estos 200 años, una vida que fue forjada no por individuos únicos (aunque estos hayan sido centrales) sino por élites rectoras, centenares de figuras, generaciones enteras, del mundo eclesiástico, intelectual, cultural, militar, empresarial, etcétera. Por lo demás, deberíamos rescatar a la Reforma: fue el “momento eje” de México, mucho más decisivo que la Independencia y la Revolución. Pero la mitología de la violencia nos “jala” hacia la veneración de los insurgentes y los revolucionarios. Para mí, por cierto, el mejor insurgente es el más reformista, Morelos, y el mejor revolucionario es Madero, el demócrata liberal.
Todo lo anterior para que el mexicano saliera del 2010 con una idea más plural, más diversa, más compleja, más crítica de la historia de su país; no veo que se esté haciendo. Por eso vivimos el 2010 de manera sonámbula y superficial.
¿Cómo evaluaría las relaciones del PRI con la cultura?

Históricamente el PRI, el sistema político mexicano, tuvo relaciones estrechas y positivas con el mundo de la cultura. Cómo olvidar a las generaciones de diplomáticos que, siendo intelectuales, siendo excelentes escritores, le dieron lustre a las relaciones exteriores de México. Lo mismo cabe decir de la Secretaría de Educación Pública, con secretarios muy reconocidos.
La integración del intelectual mexicano al poder, hasta cierto momento, fue bastante generalizada y funcional. Pero esto se rompió en los sesenta, y qué bueno, porque si el intelectual no utiliza sus armas, que son las de la crítica, se ata de manos y se pone al servicio no del público sino del poder.
De los sesenta en adelante, con Daniel Cosío Villegas a la vanguardia, luego con Octavio Paz y después con otros intelectuales, se comenzó a trabajar en la crítica del poder. Muchos participamos en esa labor, tomamos distancia del poder hegemónico del PRI y creo que hicimos una buena contribución a la transición democrática.
En los últimos diez años, debido al efecto centrífugo de la democracia, el poder ha dejado de escribirse con mayúscula, ha dejado de ser hegemónico: está distribuido en diversos polos. El PAN tiene el poder Ejecutivo, pero el poder también está en el Legislativo (que controla sobre todo el PRI), en el Judicial, en los estados (con partidos diversos), en los medios electrónicos, en los grupos empresariales, en la Iglesia, en los sindicatos, incluso en el narcotráfico. Ha desaparecido esa pirámide de poder que conocimos durante ocho décadas. Uno de esos poderes, minúsculo si se quiere, es el de los intelectuales. Más que un poder, es un prestigio, una autoridad. Lo ideal es que el intelectual cuide ese pequeño poder independiente.
Director de la editorial Clío, autor de libros como <em>Caudillos culturales en la Revolución mexicana</em>, <em>Biografía del poder</em> y <em>Travesía Liberal</em>, Enrique Krauze afirma que en México no nos estamos reconciliando con el pasado.
Director de la editorial Clío, autor de libros como Caudillos culturales en la Revolución mexicanaBiografía del poder y Travesía Liberal, Enrique Krauze afirma que en México no nos estamos reconciliando con el pasado.
¿Y cómo se relaciona el PAN con la cultura?

El PAN nunca ha entendido la cultura, a pesar de haber sido fundado por un intelectual. No entiende la cultura ni la entenderá, más allá de que tenga buenos o malos funcionarios. La labor de Consuelo Sáizar es buena, pero el gobierno no tiene un proyecto cultural, no sabe cuál es su legado y tiene una seria crisis de identidad. Naturalmente, su relación con los intelectuales es tenue, lejana o mala.
No creo que haya ahora en México ningún intelectual (salvo Alonso Lujambio, que ha escrito libros sobre ese partido) que pueda considerarse ligado al PAN. Tampoco veo muchos intelectuales del PRI. Pero sí hay varios ligados al PRD. La izquierda, alrededor de López Obrador, sí pudo integrar a buena parte de la familia intelectual, cultural y académica de México en 2006, y sigue reteniéndola en gran medida.
¿Con quién se identifica usted?

Con ningún partido. El pensamiento liberal no tiene partido que lo represente. Lamentablemente, entre la izquierda y los liberales existe una ruptura, cuando su convergencia fue un sustento muy importante en la transición democrática. La convergencia entre Heberto Castillo y Luis H. Álvarez fue absolutamente central, pero detrás de Heberto había la convicción de una izquierda que tenía que volverse moderna y del lado de Álvarez un pensamiento mucho más liberal que reaccionario. Entre estos personajes, o si se quiere entre Paz y Monsiváis, guardadas todas las diferencias, cabía el diálogo.
Yo hablé mucho con Monsiváis sobre este tema. Pocos días antes de que lo internaran, me envió una carta que desde luego conservo, diciéndome que estaba horrorizado con los escritos “estalinistas” que publicaban algunos órganos periodísticos criticando a los disidentes cubanos. Nos acercamos por el viejo afecto que nos unía y porque sabíamos que el diálogo entre una revista cultural liberal, heredera de Paz y Cosío Villegas, y el pensamiento de izquierda es fundamental.
En una entrevista para Milenio Televisión, usted comentó que la muerte de Monsiváis debería servir para buscar la concordia en la familia cultural mexicana. Históricamente, ¿ha existido esa concordia?

Por supuesto que las diferencias intelectuales han estado siempre presentes; han existido rencillas entre personas y entre distintas escuelas y revistas. Pero desde que Ignacio Manuel Altamirano la fundó, en la cultura nacional hay una continuidad: en el Porfiriato, en el Ateneo, en los Contemporáneos, en la generación de Octavio Paz.
Veamos el ejemplo de Paz y Revueltas, dos personajes tan distintos y a la vez tan parecidos: nacieron el mismo año, ambos fueron rebeldes, autocríticos y críticos del poder. Convergen en el 68, pero nunca se pelean, siempre se respetan. Eso es lo que yo quisiera. Y luego las siguientes generaciones, la de Fuentes, la de García Ponce, la de Ibargüengoitia… tenían diferencias, pero eran una familia.
Octavio Paz criticó a Monsiváis y éste a Paz; Héctor Aguilar Camín también criticó a Paz y yo, en un texto muy fuerte, a Carlos Fuentes. Estos actos tuvieron su importancia pero no invalidaban una especie de unidad fundamental en la familia cultural mexicana. Todo se rompió en 2006, porque ahí sí se saltaron las trancas. Nunca había ocurrido una integración tan grande no sólo con un proyecto, sino con una persona (sin olvidar el antecedente de Echeverría). La descalificación como “traidores”, de “derecha”, a los que no estaban con AMLO, fue y es escandalosa. Y así, sobre la base de que unos son traidores y otros son santos, no se puede dialogar.
¿Cuál sería la salida a todo esto?

El diálogo, la buena fe —y no estoy hablando de una tregua, sino de una concordia esencial—. Quizá nunca voy a convencer a los que piensan de manera dogmática de mis razones, pero todos merecemos respeto. La vida cultural e intelectual mexicana, debido a las querellas del 2006, se ha degradado, ha perdido la altura y se ha vuelto insoportablemente militante, y sobre esa base nada se puede hacer.
La prueba de lo que estoy diciendo está en internet, en los blogs, donde se dicen cosas increíbles. No hay ya respeto a las obras, a las formas, a las trayectorias, a las ideas. Es una cloaca. ¿Quieres una prueba adicional? Hace dos años caminaba distraídamente por la calle de Argentina, rumbo al Colegio Nacional, cuando de pronto alguien se me cruza rápidamente y me grita: “¡Qué muera Octavio Paz!” Esa es otra muestra de cómo estamos.
¿No pensó que podría ocurrir algo desagradable al presentarse a los funerales de Monsiváis en Bellas Artes?

Nunca tuve la menor duda de ir a Bellas Artes. Conocí a Carlos desde 1969. Fue un amigo entrañable y siempre nos vimos con respeto y afecto, aunque a veces nos criticábamos. Ese día, muchas personas se me acercaron con simpatía. Un muchacho, muy respetuoso, me dijo: “Don Enrique, ¿qué le parece esta demostración del pueblo? Esto es lo que gana un intelectual que está con el pueblo y no con el poder”. Yo le dije que me parecía magnífica. Pero que la implicación (que yo estaba con el poder) era equivocada.
¿Cómo encara ese señalamiento?

Yo no estoy en lo absoluto con el poder. Nunca he estado con el poder, ni con el político ni con ningún otro. Yo ejerzo mi trabajo como escritor y editor de una revista de literatura y de crítica independiente, y tengo un espacio en la televisión nacional (que no me subsidian ni pagan) que llega a un millón de personas por semana (hasta la fecha llevamos más de 350 programas de historia que se han transmitido en todo el país). Si esto, el que la empresa Clío tenga este espacio en Televisa, se interpreta como que yo estoy con “el poder”, pues es una consideración falsa. Porque también Carlos Monsiváis y Carlos Montemayor aparecían en Televisa y les pagaban. Lo mismo sucede con Elenita Poniatowska o Rolando Cordera, todos muy respetables.
Un reportero de Proceso escribió que yo era asesor de Calderón y accionista de Televisa. Envíe una carta a la revista, que publicaron en su edición en internet, donde les digo: “Si ver al Presidente de manera incidental, es ser su asesor, entonces Julio Scherer fue asesor de varios de ellos”, como se ve en su libro Los presidentes. Yo no soy accionista de Televisa, soy miembro de su consejo y tengo un programa ahí desde hace doce años. Y si todo trato con esa empresa (a la que he criticado públicamente) es infamante, que me expliquen por qué hay periodistas de Proceso que aparecen en Televisa, o por qué la revista entabló relaciones cordiales con ella planeando programas en el año 2000.
Volviendo a mi presencia en Bellas Artes. Yo quise significar todo mi afecto y reconocimiento a mi amigo Carlos y mostrar, o tratar de hacerlo, que la demonización por parte de los dogmáticos no me atemoriza.
¿Cree posible la reconciliación que propone? ¿Qué le diría a la familia cultural mexicana?

Mi mensaje al ámbito cultural, desaparecidos casi todos los patriarcas, es el siguiente: no se trata de querernos, se trata de respetarnos, y de hablar. De polemizar lealmente. No es posible que en el mundo intelectual mexicano hayamos descendido a las bajezas, insultos y descalificaciones que algunos órganos practican ahora. Todos los que hemos trabajado por la cultura en México tenemos que hacer el esfuerzo de recobrar un mínimo de esa concordia, de ese respeto que se perdió el día en que apareció el personaje que dividió al país en dos.
¿López Obrador?

Así lo creo. Y no me hubiera tomado el trabajo de escribir ese texto [“El mesías tropical”], de no pensar que López Obrador iba a dañar el país como en efecto lo dañó. Por ejemplo, desprestigiando a la institución electoral; un millón de observadores fueron puestos en entredicho por la voluntad de una persona. Entonces, que una buena parte de la cultura y del sector académico se haya enamorado del proyecto de López Obrador merecía una crítica. Todos los odios que me he concitado alrededor de eso, los asimilo con gusto. Pero es hora de tender una mano a la zona razonable de ese conglomerado y decir: “Señores, vamos a dialogar”. Yo he abierto siempre las páginas de Letras Libres. Pero ellos tienen cerradas (selladas) sus páginas para las voces liberales o disidentes.
Además del texto que menciona, usted ha escrito otros bastante impopulares.

A mí no me ha interesado nunca ser popular, creo en la crítica y me gusta la polémica. En lo que no creo y a lo que me opongo es a la descalificación.
José Luis Martínez S.

viernes, 30 de julio de 2010

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JOSÉ CÁRDENAS ha dedicado cuarenta años al oficio de la información. Vive del radio y la tele. Odia el rumor. La prensa escrit...
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La primera persona es impropia para los textos de un reportero. Sólo se justifica cuando el informador debe aclarar asuntos relacionados con su oficio. Los periodistas no somos noticia, salvo cuando los demás nos hacen noticia. En esta ocasión, ocupo esta tribuna para defender mi trabajo. Para responder a alusiones personales.
Por difundir la “otra” fotografía y una carta de Diego Fernández de Cevallos me han salido maestros de ética como barros en la cara de un adolescente. No necesito maestros de periodismo (de eso aprendí hasta donde fue posible, cuando fue necesario; quizá ya no doy para más). “Colegas” me han paseado por sus catedrales; los escucho desgañitarse desde el púlpito de su impoluta conducta. Condenan. Cuestionan. Dudan, luego existen. Yo sonrío. 
Hace muchos años, uno de esos jueces morales llevó la calumnia al extremo de acusar a un periodista incómodo para sus jefes en Los Pinos. Lo acusó de haber depositado millones de dólares en EU. Lo demandaron por habliche; por andar de correveidile. Como los jarritos de Tlaquepaque, se rajó del merito asiento. El mismo lenguaraz me acusa de poner en riesgo una vida humana a cambio de unos minutos de fama. Minutos que, por cierto, después de 40 años, no me hacen falta. Otro me acusa de publicar filtraciones de la PGR. Si lo sabe, ¿podría demostrarlo? Los más benévolos, cuestionan mi credibilidad. 
Estas lecciones gratuitas me las gané por una sencilla razón: hice lo que ellos no pudieron. Obtuve un documento importante y lo divulgué por televisión, radio, prensa y una red social de innegable impacto. Rebotó en la primera plana de diez diarios nacionales y se reprodujo en algunos medios del extranjero. 
Si la información me la mandaron los “misteriosos desaparecedores” o me la dictaron los marcianos, es asunto mío. Conté con el aval de mis dos casas editoriales: Grupo Fórmula y EL UNIVERSAL. “Los medios de comunicación —dijo un editorial de mi periódico— se han colocado en los extremos. Algunos que apelan a los derechos de la víctima han optado por el silencio. Otros han privilegiado la obligación de informar.” 
Los más interesados en la vida de Diego son familia y amigos. Ellos, hasta ahora, ni me han reclamado, ni desmentido. Lejos de eso han confirmado la autenticidad de la carta con la petición desesperada de El Jefe Diego. 
Pero los sumos sacerdotes del oficio dictaron sentencia. Condenaron, por principio, un logro ajeno. En este gremio sobra mezquindad. ¿Conseguir información relevante es delito? ¿Qué quieren, que les pida permiso? 
Nada me sorprende ni afecta. Seguiré haciendo lo que hago. En beneficio de lectores y audiencia, con cuya atención me he visto favorecido a lo largo de mi carrera. Corriendo riesgos. Nadie me puede acusar de nada. A lo mejor de pendejo. Nunca de ladrón. Tengo la lengua larga porque tengo la cola corta. 

RESPUESTA DE COPPOLA A LA IRRUPCIÓN DE GASTRONÓMICOS EBRIOS EN CONVIVIO POR EL REGISTRO DE SU PRECANDIDATURA



  • Palabras del Senador Luis Coppola‏

Palabras que el precandidato del PAN, Senador Luis Cóppola Joffoy no pudo pronunciar debido a la presencia agresiva de Miembros del sindicato de Gastronómicos que, borrachos , irrumpieron en la celebración, golpeando a los presentes y lanzando gas pimienta.

Inscripción Precandidato
Estimados amigos, amigas; señores del Comité Estatal del Partido Acción Nacional; Señor Rentería, señores del Coro Gastronómico, gracias Narciso por enviarlos:
Vengo a solicitar mi inscripción para contender por la candidatura del Partido al Gobierno de Baja California Sur, con el convencimiento de que ha llegado el momento en el que el PAN encabece un Movimiento Ciudadano, e impida que este mal gobierno se perpetúe en  sus herederos putativos, que nos quieren recetar otros seis años más de latrocinios, arbitrariedades y abusos.
Propongo encabezar, desde el PAN,  la formación de un gran frente ciudadano, con o sin siglas de partidos, con personas de todo tipo de ideología y creencias, una ola que llegue a todos los estamentos de la administración pública estatal, para limpiarla, para transparentarla
No es que las administraciones anteriores a Narciso fueran buenas, no; pero nunca se llegó a este nivel de ignominia y oscurantismo, de arbitrariedad e ilegalidad. Ya le conocíamos sus mañas en Los Cabos, de su paso como Presidente Municipal, ahora lo conoce todo el Estado.
Narciso todo lo oscurece. Todo parece lo que no es. Comienza oscureciendo su pelo, y sigue con la administración pública, la procuraduría, hasta llegar a los tribunales. Llevamos años detentando la vergonzosa distinción de tener el Estado con las cuentas más opacas de toda la Federación. Los presupuestos más oscuros, pero eso sí,  los funcionarios con más clara riqueza. Ahí están los Ramírez, los Alcántar, los Agúndez.
Yo propongo cambiar todo esto de raiz; encabezar una administración de gente decente que se base en las nuevas ideas, en la transparencia y en la honestidad.
Propongo utilizar todo ese enorme potencial que sale de nuestras universidades cada año para incorporarlos a la Administración Pública y a la creación de nuevos negocios, apoyándolos con asesoría y financiamiento. Que nuestro potencial universitario nos catapulte como un Estado de innovación, prosperidad y oportunidades. Aprovechar  nuestras condiciones geográficas y climáticas para ser el estado de la república cabeza en prosperidad.
Propongo establecer luz y claridad en nuestras cuentas, cada centavo gastado del presupuesto que lo sea con la pulcritud de saber que es ajeno, y con el sentimiento de que lo sacamos del bolsillo del habitante más humilde del Estado. Pagar sueldos moderados, acordes a nuestra realidad. Contar con una Contraloria Social, y no de cuates. Las cuentas, claras y publicadas; peso por peso, centavo por centavo. Pasar de ser la administración más oscura de la República, a ser la más transparente.
Propongo el manejo de la administración en todas sus áreas utilizando gente honesta de probada honorabilidad en el Estado. Gentes que todos conozcamos por capacidad y buena fama, sean del partido que sean. Se acabará la importación de funcionarios hechos al vapor y que para colmo falsean sus títulos universitarios.

Por último, propongo no coronar más reinas de fiestas, ni mises, ni cortar listones. Se acabó esa forma ilusa de botar el dinero un gobernador, aparentando que hace algo.
Gracias por su asistencia Sr. Rentería, Coro Gastronómico. Ustedes son exactamente el ejemplo de un pasado remoto en este Estado, que yo quiero enterrar. Ustedes son la antitesis de los jóvenes con ideas, con capacidad, con estudios, que yo quiero que se abran el futuro y nos empujen hacia adelante.
Termino con una frase de mi admirado Manuel Gómez Morín: “Ideas y valores son nuestras armas. No tenemos otras, pero tampoco las hay mejores”. Yo no soy acarreador ni despensero, y eso no lo verán en mi campaña.
Gracias por venir, amigos
Luis Coppola

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