miércoles, 14 de julio de 2010

Balandra es nuestra


El movimiento social que bloqueó un “desarrollo” en Sudcalifornia
Sandino Gámez Vázquez


Entre 2001 y 2008 el ecosistema y el espacio público de Balandra estuvieron bajo la amenaza de ser transformados en una marina para yates y una zona deresorts y condominios para babyboomers. Pero en 2008 la zona fue declarada Área Natural Protegida municipal, luego de una movilización social local sin precedentes para conservar su uso público y la salud del ecosistema.
            Balandra es un estero, una playa y un manglar de los más grandes de la Bahía de La Paz, en la península mexicana de California. Su playa es utilizada continuamente por los habitantes de La Paz desde hace cientos de años para alimentarse o por recreación. Su manglar es indispensable para toda la cadena alimenticia en la bahía.
En 2001 los habitantes de la ciudad de La Paz se enteraron que había en el mundo un crecimiento en el mercado inmobiliario costero a través de un evento práctico y simbólico: el gobierno de Baja California Sur vendió a 12 pesos el metro cuadrado un terreno público de 350 hectáreas en la punta de una península de arena que sirve de rompeolas al puerto de La Paz y que formaba parte del paisaje natural intocado al que estaban acostumbrados los locales.
Esta privatización fue sugerida por el gobernador del estado al congreso local con el argumento de favorecer la economía de la ciudad mediante la llegada de inversiones foráneas llamadas “desarrolladoras turísticas”. A partir de ese año se anunciaron diversos “desarrollos turísticos” para La Paz, en un modelo que los paceños reconocieron pronto como similar al de la zona Cabo San Lucas-San José del Cabo.
Estos “desarrollos” son unidades habitacionales aisladas de la población local, colocadas en lugares costeros con gran belleza natural y destinadas a la compra por extranjeros, particularmente estadunideses de California, Arizona y Colorado. Es un negocio rentable porque los costos son bajos: la tierra y los recursos humanos, materiales y naturales de la localidad se obtienen a precios de tercer mundo; mientras que las unidades habitacionales son vendidas a personas de la clase media de Estados Unidos o Canadá, que no podrían obtener una propiedad similar en su lugar de origen.
El esquema de los desarrollos en la zona de La Paz estaba dirigido específicamente a babyboomers o jubilados que utilizarían la hipoteca de su casa en Estados Unidos o su fondo de jubilación para comprar una casa o condominio en México.
Uno de estos “desarrollos” fue proyectado para Balandra. Sus proponentes anunciaron, primero, una inversión de 400 millones de dólares y luego una de 300 millones. El proyecto nunca fue mostrado al público, pero se supo que implicaba la construcción de una marina dentro del estero, edificios de condominios en los cerros, y hoteles y residencias en el valle cercano. El vocero de los proponentes fue Miguel Alemán III, hijo de un ex gobernador de Veracruz y nieto de un ex presidente de la República. Exhibió títulos de propiedad de los años 1960 que se superponían a los de otros propietarios formales de la zona, quienes también deseaban “desarrollar”.
En 2004, para evitar el “desarrollo” de la zona, el XI Ayuntamiento de La Paz la decretó Área Natural Protegida bajo su jurisdicción. La respuesta del principal de los afectados fue veloz: alegó ante un juez federal la violación de sus derechos de audiencia; el juez aceptó la queja y ordenó al Ayuntamiento dejar sin efecto el decreto. La debilidad de esta declaratoria se debía a que las Áreas Naturales Protegidas municipales no estaban definidas claramente en las leyes estatales de Baja California Sur.
Al mismo tiempo que el decreto municipal se desvanecía en 2005, desde su paseo por el malecón del puerto los paceños miraban todos los días en el horizonte del Mogote la construcción de las casas y condominios del “desarrollo” construido en tierra privatizada y cuyo nombre comercial es ‘Paraíso del Mar’. También, en una playa cercana, llamada Costa Baja, los paceños vieron (y siguen viendo) la deformación de los cerros y de la costa para construir un hotel aislado y una marina, en un emporio de gran ostentación que sigue en crecimiento en el camino que conduce a las playas. También se anunciaron otros proyectos inmobiliarios para extranjeros en la costa virgen del Golfo de California, cada uno más ambicioso que el anterior.
Ese mismo 2005 aparecieron las primeras manifestaciones sociales de inconformidad por la manera como se estaba corrompiendo la vida de los locales a través de un modelo que dejaba pocos beneficios y muchos perjuicios; entre ellos el despojo de tierras, la formación de círculos de miseria en ciudades y pueblos, el incremento en la violencia e inseguridad, la pérdida del acceso a los litorales, la destrucción del paisaje y la especulación de bienes raíces.
Al tiempo que en medios alternativos se escribía sobre las consecuencias futuras del “desarrollo turístico”, algunas organizaciones no gubernamentales ambientalistas promovieron su estudio y recabaron la opinión de los paceños. Grupos de estudiantes de licenciatura, maestría y doctorado (en La Paz hay tres centros de investigación científica y una universidad) informaron sobre la riqueza de los ecosistemas cercanos a La Paz, en particular de El Mogote, hasta entonces prácticamente desconocido para los locales.
Esta reacción inicial de la sociedad civil impactó a gobernantes y “desarrolladores”. Sin saber bien a qué se enfrentaban, los primeros aumentaron su discurso sobre los beneficios de la llegada de inversiones, empleos y riqueza, y los segundos bajaron las cifras de inversión y llamaban a alcanzar acuerdos. En el interior del XII Ayuntamiento de La Paz, pese a que el presidente municipal había declarado muy pronto su simpatía por la llegada de inversiones a Balandra, algunos funcionarios, apoyados por diversas ONG y ciudadanos comenzaron a rehacer en 2006 el decreto de protección del área y establecieron contacto con diputados del Congreso local para realizar las adiciones necesarias a la ley.
En 2007, diversas organizaciones de la sociedad civil, escritores, artistas, académicos, estudiantes, funcionarios públicos y ciudadanos generaron un núcleo de comunicación alrededor de una idea sintetizada en el lema: “Balandra es nuestra, tenemos que protegerla”. La campaña no estaba destinada a convencer a los “desarrolladores” o a los gobernantes locales, sino a mostrar a los paceños cuál es el sentido de la propiedad social en Balandra.
Aprovechando voluntarios, en pocos meses se colectaron casi 20 mil firmas de ciudadanos (de una población total de 200 mil) que exigían al XII Ayuntamiento que garantizara la protección del uso público del área de Balandra. Por la ciudad se popularizaron estampas para coche (muy apreciadas por los locales), pulseras y camisetas con el lema y con la silueta de un hongo de piedra que hay en Balandra y que ahora es otro de los símbolos de La Paz. Se hicieron conciertos de música, mítines, exhibición de documentales, promocionales y caminatas. Los columnistas de los medios impresos y los comunicadores en los electrónicos tuvieron que considerar el tema de continuo, cada vez de manera más favorable, y los medios más oficiales —renuentes a dar cualquier información sobre Balandra— fueron obligados a entrevistar a personas con gran prestigio artístico e intelectual que visitaron en ese año la ciudad y simpatizaron con la causa de los paceños.
Las firmas sirvieron para que el XII Ayuntamiento de La Paz pidiera al Congreso de Baja California Sur las adiciones necesarias en las leyes estatales para la creación segura de áreas protegidas por interés público municipal. Estas áreas no implicarían la rescisión de la propiedad, sólo la limitación de su uso: Miguel Alemán III podría cultivar cardones y mangles en Balandra, por ejemplo, aunque no podría construir cabañas permanentes o limitar el acceso de los paceños al área.
Las deliberaciones en el Congreso local, de 2006 a 2007, recibieron una presión intensa por parte de los grandes propietarios de tierra (no sólo de la zona de Balandra), de los inversores de bienes raíces, del gobierno estatal y de la población de La Paz. Pero la presión de la población fue mayor: los diputados aprobaron por unanimidad las reformas. La actual presidenta municipal de La Paz, Rosa Delia Cota Montaño, era entonces la presidenta del Congreso y estuvo ausente de la votación.
Con la reforma aprobada, el XII Ayuntamiento todavía titubeó durante meses para expedir el decreto de creación del Área Protegida de Balandra. Lo hizo finalmente el 26 de marzo de 2008, una semana antes de que expiraran sus tres años de gobierno.
La llegada del XIII Ayuntamiento, que carecía de simpatía hacia la regulación de las inversiones privadas, no ha ensombrecido este éxito. De hecho la apatía inicial del actual Ayuntamiento ha demostrado la fortaleza del papel de los ciudadanos sobre la protección de los espacios públicos en La Paz. La experiencia de lo sucedido en Balandra —cómo una población local bien informada puede revertir la afectación de sus intereses colectivos—recibió en 2008 el Premio Internacional de Dubai para las Mejores Prácticas para Mejorar el Ambiente Vivo, auspiciado por la ONU. El premio fue otorgado con este resumen: “De la inconformidad a la acción colectiva: Un movimiento social para proteger la Bahía de Balandra, en La Paz, un recurso ecológico e ícono natural y social en el noroeste de México contra el interés privado que trató de transformar su playa en un desarrollo turístico”.
Este 2010, luego de otros dos años más de trabajo, los paceños están a punto de conseguir que el gobierno federal expida un decreto que colocaría a Balandra dentro del Sistema Nacional de Áreas Naturales Protegidas. Esto le daría mayor seguridad jurídica y le brindaría mayores recursos para su administración, además de integrar una importante porción del área marina como zona de conservación y toda la zona federal marítimo-terrestre.
Nada de la protección a Balandra ha sido obtenido de manera gratuita como una gracia del gobierno municipal, del estatal o del federal. Ha sido la presión constante de una población conciente de la necesidad de guardar para el futuro las riquezas del presente y el pasado. Por eso queremos que lo sucedido en Balandra sea una regla y no una excepción. ¿Quién más se va a ocupar de proteger lo que es nuestro sino nosotros mismos? Aquí es donde los pacíficos paceños se convirtieron en gigantes.

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