}Ni aquellos que creen en los milagros se atreverían a predecir que en 50 años Namibia o Guatemala podrían tener un PIB per cápita dos veces mayor al de México, predicción tan improbable como la de que México alcanzará en 2060 un PIB per cápita de más del doble del de la Unión Europea. Pero los milagros ocurren. En 1960, Corea del Sur tenía un ingreso por habitante 60% inferior al de México y tiene una riqueza por habitante de casi dos y media veces la de los mexicanos.
Los sudcoreanos duplicaron su PIB per cápita entre 1962 y 1973, lo hicieron de nuevo de 1973 a 1986 y una vez más en los siguientes diez años. ¿Qué explica que los mexicanos incrementaran su ingreso al 2% anual mientras que los sudcoreanos lo hicieron al 5.5%?
La respuesta está en la productividad, y dentro de ella en la acumulación de conocimiento, el uso de nuevas tecnologías y la innovación. De acuerdo al Banco Mundial, de no ser por la acumulación de conocimiento, el PIB per cápita de los sudcoreanos sería hoy 30% menor y no 135% mayor al de los mexicanos.
Entre las muchas causas que generan una baja productividad, dos de ellas son de particular importancia: el rentismo y la falta de acumulación de conocimiento. Ambas prácticas están ampliamente extendidas en nuestro país.
La primera de ellas se refiere a empresas o individuos que en lugar de agregar valor mediante la producción de bienes y servicios buscan capturar ingresos a partir de decisiones políticas, decisiones que se traducen en ingresos o rentas que provienen de monopolios, de la protección a sectores específicos, de tratos preferenciales y subsidios y de regulaciones que limitan la competencia, decisiones que al privilegiar a unos pocos no generan riqueza y van en detrimento de consumidores y contribuyentes.
Los buscadores de rentas en México afectan gran parte de nuestra vida diaria; capturan parte de los impuestos e imponen costos que no se pueden eludir. Ahí está el subsidio a la pérdidas millonarias de Pemex-Refinación o al precio del agua; ahí está el sobreprecio a los servicios de telefonía, las comisiones bancarias o a las tarifas aéreas; el financiamiento de una creciente nómina en educación sin que ésta se traduzca en una mejor enseñanza; ahí está la renta que el crimen organizado se apropia por permitir a las empresas operar en sus zonas de control. Todo a costo de mayores precios y menor calidad. Un negocio redondo para los rentistas y una pérdida neta para todos los demás.
Habiendo estas cuantiosas rentas para apropiarse, ¿para qué buscar crear riqueza mediante nuevas empresas, innovaciones, mejoras a los servicios o el uso y desarrollo de nuevas tecnologías?
La segunda causa de la baja productividad está en un engranaje institucional incapaz de promover la innovación: ni el sector público ni el privado invierten lo suficiente en investigación y desarrollo (0.5% como porcentaje del PIB), no existe financiamiento mediante fondos de capital de riesgo ni recursos humanos para innovar. México tiene el menor número de investigadores per cápita entre los países de la OCDE y la mala calidad educativa daña el potencial para el desarrollo del conocimiento. Encima, no se ha creado una cultura de colaboración en proyectos de innovación. Sólo el 6% de dichos proyectos se realizan conjuntamente entre empresas e investigadores.
El resultado es que los mexicanos no innovamos y generamos relativamente poco conocimiento. Vaya como botón de muestra que México se ubica por debajo de Sudáfrica, Brasil, China y Polonia en número de patentes, incluso después de ajustar por el tamaño de la población.
Pero quizá la muestra más palpable de nuestra incapacidad para innovar es echar un vistazo a las 50 compañías más grandes. Muchas de ellas son exitosas en el entorno internacional, pero ninguna es de reciente creación y pocas destacan por haber creado riqueza a partir de sus innovaciones o por estar en sectores de alta tecnología. En la lista no hay una Hyundai o una LG (Corea) o una Embraer (Brasil). Mucho menos un Facebook, innovación pura nacida de un grupo de jóvenes (en EU y no en México) y valuada en 11 mil millones de dólares. Los anteriores son ejemplos de cómo el conocimiento y no las rentas generan la verdadera riqueza de los países.
Si esperamos otros 50 años viviendo a expensas de rentas que no agregan valor y seguimos relegando la innovación, la tecnología y el conocimiento seguiremos hablando del milagro ajeno, pero no del mexicano. Serán muchos los países que nos habrán rebasado, como lo hizo Corea del Sur. Los milagros no caen del cielo, se inducen.
Twitter: @cmarquezp carlos.marquezpadilla@gmail.com
Politólogo
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