Política cero
Jairo Calixto Albarrán
Si nuestros políticos y legisladores hubieran leído, como dicen que leyeron, a Monsiváis, seguramente no se les hubiera ocurrido la peregrina idea de incrustar el nombre del autor de Nuevo catecismo para indios remisos en las áridas paredes del Palacio de San Lázaro, ahí donde esa bola de vivales hacen su nido. Cualquiera que haya hojeado Amor perdido sabría que imaginar su apelativo con letras de oro en un antro de vicio y perdición como ése, le habría parecido no un honor, sino una afrenta. Digo, quién querría pasar una eternidad en un lugar donde hay más humor involuntario que voluntad política, y en el que el desfile de criaturas del averno lo hacen ver como una sucursal de la New’s Divine o una guardería subrogada del IMSS.
Digo, aunque hay periodos en San Lázaro que pueden inspirar una buena crónica gore, una reflexión sobre los beneficios de la interpelación con adjetivos, o un ensayo sobre el papel de la güeva en la transformación de los diputados en monos, la mayor parte del tiempo debe ser un fastidio.
O sea, ¿cómo iba a estar a gusto don Charly en un lugar tan solemne, tan deschistado y tan lleno de mexicanos con mucho pasado, dudoso presente y ningún futuro?
La contradicción es mayúscula, tanto que el maese habría dicho, escandalizado ante la perspectiva de ver sus generales en el salón de plenos de tan desprestigiado sitio donde las almas pierden toda esperanza.
O mínimo le habría hecho como Xóchitl Gálvez en Hidalgo: exigir la anulación de los comicios por causas de trácala mayor. Si en las elecciones en aquella zona tan lejos de Dios y tan cerca de Osorio Chong la cosa parecía organizada por una caterva de maleantes, lo de Monsi en el Congreso de la Unión es, sin duda, uno de los actos de mayor resentimiento de que se tenga memoria. Hartos de ser caricaturizados por el niño artillerode La Portales, la diputadiza no encontró mejor manera que condenarlo a aguantar sus folclóricos melodramas rancheros por toda la eternidad.
Era eso o ponerle salón Carlos Monsiváis a la zona de confort de la PGR donde Chávez & Chávez busca la manera de arrojar al concepto narcoterrorismo a las mazmorras del imperio de los eufemismos donde yacen los tontos útiles y las minorías ridículas. O, ya en el colmo, ponerle Los Salieris del Monsi a las oficinas de prensa del PAN, ahora regenteadas por ese ex baterista de Timbiriche y gran luchador por la democracia, Max Cortázar.
Pobre Monsi, le tocó entrar a las estadísticas de los daños colaterales de esta guerra que él gobierno, dicen, va ganando, aunque no lo parezca.
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