Lorenzo Meyer
29 Jul. 10
La ética del miedo político puede ser muy funcional para mantener el orden existente pero es disfuncional para lograr un orden democrático y justo
Un teórico de actualidad
El espíritu de Thomas Hobbes (1588-1679), el teórico inglés del absolutismo, pareciera haberse instalado ya en México no sólo porque nuestra sociedad desciende cada vez más hacia el Estado de naturaleza, ése que el autor del Leviatán (1651) caracterizó como uno donde, por la ausencia del Estado, la lucha es de todos contra todos, donde domina el temor y se vive una vida "solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta". Hobbes también está aquí porque él fue el primer pensador moderno que propuso que desde lo alto de la estructura de poder se generara el miedo político como la mejor forma de control del Estado sobre la masa de súbditos.
¿Veremos en 2012 la reedición del 2006?
En su discurso inaugural de 1933 y con los efectos de la Gran Depresión encima, el presidente Franklin D. Roosevelt se presentó como el anti-Hobbes al advertir que: "A lo único que debemos tenerle miedo es al miedo mismo, terror indescriptible, irracional, injustificado, que paraliza los necesarios esfuerzos para convertir el retroceso en progreso". Roosevelt tomó esta idea de su conciudadano Henry David Thoreau que, a su vez, la tomó del francés Michele de Montaigne. Las dos propuestas, la de crear y la de combatir el miedo político, se barajan hoy en México. Nosotros estamos en crisis, pero mientras unos ven la salida en fomentar el temor al cambio otros consideran que a lo que debemos temer es al miedo al cambio. Desafortunadamente, el temor a cambiar ganó la partida en el 2006 y puede volver a hacerlo en el 2012. En México, los que mandan le temen al cambio desde abajo por lo menos desde hace dos siglos, a raíz de la irrupción de las masas en la guerra de independencia.
Aquí ya se inició abiertamente la lucha por la sucesión presidencial y también se echó a andar la maquinaria para convertir el proceso en una reedición del anterior: en una guerra sucia que lleve a la recreación de una atmósfera que propicie que el electorado acuda a votar movido, de nuevo, por ese tipo de temor, "que paraliza los necesarios esfuerzos para convertir el retroceso en progreso".
La del 2006 fue una campaña donde fomentar desde el poder político, económico y eclesiástico un ambiente de peligro condujo al ascenso del candidato conservador pero también a la agudización de la polarización y del encono. La desconfianza, el rencor, la malquerencia y la descalificación del otro forman ya parte de la supuesta democracia mexicana. Sin embargo, sin un mínimo de confianza entre los rivales es imposible diseñar una estrategia de largo plazo que permita la recuperación del dinamismo económico, de la seguridad pública y, lo principal, de la confianza en el futuro.
Exacerbar de nuevo el miedo como instrumento electoral, y a su inevitable acompañante -la intolerancia-, es una tentación para quienes ven en el mantenimiento del status quo la mejor defensa de sus intereses. Al iniciarse 2006, diferentes encuestas mostraban que el candidato de la derecha, Felipe Calderón, iba atrás en las preferencias electorales. Entre los factores que en vísperas de la elección hicieron que disminuyeran las preferencias por Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el candidato de la izquierda, hubo uno determinante: el desarrollo de una muy efectiva campaña de miedo. Los expertos en mercadotecnia electoral contratados entonces por el PAN elaboraron una serie de spots que presentaron a AMLO como "un peligro para México". La base de esa idea fue equiparar a AMLO con el presidente de Venezuela -un personaje que de tiempo atrás ya había quedado catalogado por los medios internacionales, especialmente norteamericanos, como una mezcla de populista, demagogo, autoritario e irresponsable- e identificar el proyecto de la izquierda mexicana con el puesto en marcha en Venezuela. En esas condiciones, definir a un AMLO tabasqueño, con los conceptos de "mesías" y de "tropical" fue sólo la culminación del esfuerzo por difundir la idea que, con una mezcla de Garrido Canabal con Hugo Chávez en la Presidencia, México sería el paraíso de la política tropical y que, por tanto, cualquier alternativa sería la salvación del país.
El miedo como estrategia de Estado
La idea de manipular políticamente el miedo es el centro de la obra de Corey Robin, un profesor norteamericano de ciencia política, interesado en explorar las implicaciones del ataque terrorista sobre Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001 (El miedo. Historia de una idea política [México: FCE, 2009]). Para este autor, el miedo político es "el temor de la gente a que su bienestar colectivo resulte perjudicado... o bien la intimidación de hombres y mujeres por el gobierno o algunos grupos" (p. 15).
Robin sitúa teóricamente el uso del miedo en la visión del Estado de Hobbes. Para el filósofo inglés, "la responsabilidad del Estado era enseñar al pueblo a temer ciertas cosas y a obrar sólo en función de los miedos" (p. 26). Por sí solas, las armas son insuficientes para mantener el poder del soberano, se necesita acompañarlas de un temor institucionalizado.
La teoría de Hobbes, basada en el contrato social y la búsqueda obsesiva de la seguridad individual, fue una reacción muy comprensible a la revolución puritana encabezada por Oliver Cromwell, que culminó con el triunfo del parlamento, la decapitación del rey Carlos I y la pérdida de 180 mil vidas inglesas. Para Hobbes, Cromwell y los suyos eran revolucionarios cuyos discursos llevaban a que el común "amara la democracia", pero la democracia no podía desembocar nunca en un buen gobierno, es decir, en uno capaz de dar seguridad a los miembros de la comunidad en su vida y bienes. Para que una condición como la creada por la rebelión de Cromwell no se volviera a repetir, era necesario que el Estado hiciera del miedo su elemento constitutivo hasta que llegara a ser "una base moral negativa sobre la cual los hombres vivirían en paz". Para que el miedo llegara a ser la base de una ética común, el Estado debería de educar al ciudadano al punto de que no evaluara positivamente el arrojo ni que la idea de la libertad estuviera por encima del valor de la vida misma. Desde esta perspectiva "mientras menos arrojado sea [el individuo] mejor será para la mancomunidad". Para Hobbes, el ciudadano ideal debería ser precisamente lo opuesto a Cromwell y a sus puritanos: temeroso, racional, sensible y sabio.
Para Robin, el valor que Hobbes da al temor en política tiene un carácter fundamentalmente contrarrevolucionario. El miedo como forma de vida de los súbditos evitaría justamente que se volviera a intentar lo que un coronel del ejército de Cromwell propuso en una reunión: que "los más pobres de Inglaterra tienen que vivir su vida, como los de arriba" (p. 80). Según Hobbes, para evitar lo anterior, este tipo de miedo tendría que ser elevado a la categoría de virtud y la búsqueda del honor o la gloria catalogados como vicios. En suma, el miedo político debería llegar a ser "una forma de vida colectiva alimentada por la participación consciente de todos los súbditos, de las elites autoritarias de la sociedad civil y de instituciones como la Iglesia y las universidades" (p. 82).
La inspiración de la derecha aquí y ahora
Posiblemente sin haberlo leído nunca, los que hoy mandan en México son hobbsianos a carta cabal. El sustrato de la campaña electoral de los conservadores en 2006 -el presentar la oferta de cambio del candidato del PRD como un "peligro para México"- hubiera sido justificada como moral por el autor del Leviatán. Aunque, desde luego, Hobbes habría tenido que admitir que, en la práctica, sus seguidores tenían un fallo serio, pues esas fuerzas hoy en el poder no han podido justificar su ética del miedo con eso que Hobbes suponía que era la razón básica, prácticamente única, de ser de su tipo de dominación: el proveer de seguridad a la vida y a la propiedad del individuo. Hoy México es el país del miedo y de la inseguridad, donde sus autoridades no pueden garantizar la tranquilidad ni siquiera de la minoría dirigente -ahí está el caso del secuestro de Diego Fernández de Cevallos para probarlo.
Ética del miedo
Hobbes supuso que la "ética política del miedo" evitaría la lucha de todos contra todos y reinarían la seguridad y la vida pacífica. Sin embargo, por lo que podemos ver en México, el triunfo de los que llegaron al poder montados en el miedo a la democracia ha sido el establecimiento de una realidad sin brillo, brutal, sin justicia y donde el temor y el desaliento han sustituido a la esperanza. Ojalá logremos evitar que se vuelva a repetir el 2006 en el 2012 y podamos mandar a Hobbes por donde vino y no volverlo a tener entre nosotros.
29 Jul. 10
La ética del miedo político puede ser muy funcional para mantener el orden existente pero es disfuncional para lograr un orden democrático y justo
Un teórico de actualidad
El espíritu de Thomas Hobbes (1588-1679), el teórico inglés del absolutismo, pareciera haberse instalado ya en México no sólo porque nuestra sociedad desciende cada vez más hacia el Estado de naturaleza, ése que el autor del Leviatán (1651) caracterizó como uno donde, por la ausencia del Estado, la lucha es de todos contra todos, donde domina el temor y se vive una vida "solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta". Hobbes también está aquí porque él fue el primer pensador moderno que propuso que desde lo alto de la estructura de poder se generara el miedo político como la mejor forma de control del Estado sobre la masa de súbditos.
¿Veremos en 2012 la reedición del 2006?
En su discurso inaugural de 1933 y con los efectos de la Gran Depresión encima, el presidente Franklin D. Roosevelt se presentó como el anti-Hobbes al advertir que: "A lo único que debemos tenerle miedo es al miedo mismo, terror indescriptible, irracional, injustificado, que paraliza los necesarios esfuerzos para convertir el retroceso en progreso". Roosevelt tomó esta idea de su conciudadano Henry David Thoreau que, a su vez, la tomó del francés Michele de Montaigne. Las dos propuestas, la de crear y la de combatir el miedo político, se barajan hoy en México. Nosotros estamos en crisis, pero mientras unos ven la salida en fomentar el temor al cambio otros consideran que a lo que debemos temer es al miedo al cambio. Desafortunadamente, el temor a cambiar ganó la partida en el 2006 y puede volver a hacerlo en el 2012. En México, los que mandan le temen al cambio desde abajo por lo menos desde hace dos siglos, a raíz de la irrupción de las masas en la guerra de independencia.
Aquí ya se inició abiertamente la lucha por la sucesión presidencial y también se echó a andar la maquinaria para convertir el proceso en una reedición del anterior: en una guerra sucia que lleve a la recreación de una atmósfera que propicie que el electorado acuda a votar movido, de nuevo, por ese tipo de temor, "que paraliza los necesarios esfuerzos para convertir el retroceso en progreso".
La del 2006 fue una campaña donde fomentar desde el poder político, económico y eclesiástico un ambiente de peligro condujo al ascenso del candidato conservador pero también a la agudización de la polarización y del encono. La desconfianza, el rencor, la malquerencia y la descalificación del otro forman ya parte de la supuesta democracia mexicana. Sin embargo, sin un mínimo de confianza entre los rivales es imposible diseñar una estrategia de largo plazo que permita la recuperación del dinamismo económico, de la seguridad pública y, lo principal, de la confianza en el futuro.
Exacerbar de nuevo el miedo como instrumento electoral, y a su inevitable acompañante -la intolerancia-, es una tentación para quienes ven en el mantenimiento del status quo la mejor defensa de sus intereses. Al iniciarse 2006, diferentes encuestas mostraban que el candidato de la derecha, Felipe Calderón, iba atrás en las preferencias electorales. Entre los factores que en vísperas de la elección hicieron que disminuyeran las preferencias por Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el candidato de la izquierda, hubo uno determinante: el desarrollo de una muy efectiva campaña de miedo. Los expertos en mercadotecnia electoral contratados entonces por el PAN elaboraron una serie de spots que presentaron a AMLO como "un peligro para México". La base de esa idea fue equiparar a AMLO con el presidente de Venezuela -un personaje que de tiempo atrás ya había quedado catalogado por los medios internacionales, especialmente norteamericanos, como una mezcla de populista, demagogo, autoritario e irresponsable- e identificar el proyecto de la izquierda mexicana con el puesto en marcha en Venezuela. En esas condiciones, definir a un AMLO tabasqueño, con los conceptos de "mesías" y de "tropical" fue sólo la culminación del esfuerzo por difundir la idea que, con una mezcla de Garrido Canabal con Hugo Chávez en la Presidencia, México sería el paraíso de la política tropical y que, por tanto, cualquier alternativa sería la salvación del país.
El miedo como estrategia de Estado
La idea de manipular políticamente el miedo es el centro de la obra de Corey Robin, un profesor norteamericano de ciencia política, interesado en explorar las implicaciones del ataque terrorista sobre Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001 (El miedo. Historia de una idea política [México: FCE, 2009]). Para este autor, el miedo político es "el temor de la gente a que su bienestar colectivo resulte perjudicado... o bien la intimidación de hombres y mujeres por el gobierno o algunos grupos" (p. 15).
Robin sitúa teóricamente el uso del miedo en la visión del Estado de Hobbes. Para el filósofo inglés, "la responsabilidad del Estado era enseñar al pueblo a temer ciertas cosas y a obrar sólo en función de los miedos" (p. 26). Por sí solas, las armas son insuficientes para mantener el poder del soberano, se necesita acompañarlas de un temor institucionalizado.
La teoría de Hobbes, basada en el contrato social y la búsqueda obsesiva de la seguridad individual, fue una reacción muy comprensible a la revolución puritana encabezada por Oliver Cromwell, que culminó con el triunfo del parlamento, la decapitación del rey Carlos I y la pérdida de 180 mil vidas inglesas. Para Hobbes, Cromwell y los suyos eran revolucionarios cuyos discursos llevaban a que el común "amara la democracia", pero la democracia no podía desembocar nunca en un buen gobierno, es decir, en uno capaz de dar seguridad a los miembros de la comunidad en su vida y bienes. Para que una condición como la creada por la rebelión de Cromwell no se volviera a repetir, era necesario que el Estado hiciera del miedo su elemento constitutivo hasta que llegara a ser "una base moral negativa sobre la cual los hombres vivirían en paz". Para que el miedo llegara a ser la base de una ética común, el Estado debería de educar al ciudadano al punto de que no evaluara positivamente el arrojo ni que la idea de la libertad estuviera por encima del valor de la vida misma. Desde esta perspectiva "mientras menos arrojado sea [el individuo] mejor será para la mancomunidad". Para Hobbes, el ciudadano ideal debería ser precisamente lo opuesto a Cromwell y a sus puritanos: temeroso, racional, sensible y sabio.
Para Robin, el valor que Hobbes da al temor en política tiene un carácter fundamentalmente contrarrevolucionario. El miedo como forma de vida de los súbditos evitaría justamente que se volviera a intentar lo que un coronel del ejército de Cromwell propuso en una reunión: que "los más pobres de Inglaterra tienen que vivir su vida, como los de arriba" (p. 80). Según Hobbes, para evitar lo anterior, este tipo de miedo tendría que ser elevado a la categoría de virtud y la búsqueda del honor o la gloria catalogados como vicios. En suma, el miedo político debería llegar a ser "una forma de vida colectiva alimentada por la participación consciente de todos los súbditos, de las elites autoritarias de la sociedad civil y de instituciones como la Iglesia y las universidades" (p. 82).
La inspiración de la derecha aquí y ahora
Posiblemente sin haberlo leído nunca, los que hoy mandan en México son hobbsianos a carta cabal. El sustrato de la campaña electoral de los conservadores en 2006 -el presentar la oferta de cambio del candidato del PRD como un "peligro para México"- hubiera sido justificada como moral por el autor del Leviatán. Aunque, desde luego, Hobbes habría tenido que admitir que, en la práctica, sus seguidores tenían un fallo serio, pues esas fuerzas hoy en el poder no han podido justificar su ética del miedo con eso que Hobbes suponía que era la razón básica, prácticamente única, de ser de su tipo de dominación: el proveer de seguridad a la vida y a la propiedad del individuo. Hoy México es el país del miedo y de la inseguridad, donde sus autoridades no pueden garantizar la tranquilidad ni siquiera de la minoría dirigente -ahí está el caso del secuestro de Diego Fernández de Cevallos para probarlo.
Ética del miedo
Hobbes supuso que la "ética política del miedo" evitaría la lucha de todos contra todos y reinarían la seguridad y la vida pacífica. Sin embargo, por lo que podemos ver en México, el triunfo de los que llegaron al poder montados en el miedo a la democracia ha sido el establecimiento de una realidad sin brillo, brutal, sin justicia y donde el temor y el desaliento han sustituido a la esperanza. Ojalá logremos evitar que se vuelva a repetir el 2006 en el 2012 y podamos mandar a Hobbes por donde vino y no volverlo a tener entre nosotros.
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