viernes, 30 de julio de 2010

¡Cuánta violencia!.





Política cero

Jairo Calixto Albarrán

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  • 2010-07-30•Al Frente. MILENIO DIARIO.
Estamos tan mal que todo nos parece sospechosista. Incluso que Marchelo Ebrard haya salido a la palestra en el mejor estilo de Gomezpunk a declarar que los señores que fueron a cometer crímenes a su ciudad, en una pizzeria, no se la van a acabar, porque de una manera o de otra los van a apañar. ¡Esos son hombres y no payasos, carajo!
Porque lo que hace falta es una autoridad vigorosa, viril, entrona que salvaguarde nuestro pequeño paraíso chilango de la canalla enferma que carcome el bonito interior de la República. Hombres afamados por entrones, por eso traen pantalones.
Todo es tan dudoso para nuestro sobreentrenado sospechosismo, que hasta se nos hizo raro que en medio de la proliferación de multimatazones, movimientos proletarios, escenificación de carnicerías y espectáculos de la precariedad gubernamental, Jelipillo regresara a África a una extraña gira de la que nadie sabe su importancia.
Y luego, peor aún, a consecuencia de la falta de credulidad, se nos hizo más dudoso que Calderón retornara justo cuando se reaviva el caso del Subjefe Diego, se recrudecen los homenajes tarantinescos a la hiperviolencia consensuada, y, justo cuando pasaba casualmente por Guadalajara para darle el Vo. Bo. al estadio de las Chivas por invitación de Vergara (claro, un día antes de la apertura con el graderío lleno, no lo fueran a abuchear como en el territorio Santos Laguna), se arma un operativo monstruoso para apañar a NachoCoronel (quien murió al intercambiar balas con el Ejército, según se afirmó en un escueto mensaje televisivo que al menos no estuvo salpicado de fotografías gore como en la historia de Arturo Beltrán Leyva en Cuernavaca), quien según las malas lenguas era moneda de cambio para liberar a Fernández de Cevallos.
O sea, y en el colmo de nuestra enfermedad, no faltará quien piense que todo esto estuvo organizado por Calderón para salarle la fiesta al Rebaño Sagrado, cobrar la recompensa del FBI, y demostrar que, contra lo que dicen sus críticos consuetudinarios y canallescos, también es capaz de rayarle la carrocería a la Estrella de la Muerte de El Chapo Guzmán.
El asunto es de tal magnitud que en vez de relajarnos un poco porque un capo de esas dimensiones ya no está entre nosotros, nos altera pensar en la respuesta del hampa, en las represalias que esperamos ver como el alumbramiento de un alud de daños colaterales.
Estamos condenados, ya lo decía Calderón, a ser ridículas minorías. No vemos más allá de lo evidente. No sabemos agradecer tanta pinchi violencia que, ciertamente, no es gratuita, sino que va por cuenta de la casa.

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