Acentos
Jorge Medina Viedas
2009-06-07•Acentos. MILENIO.
-->
Todos los días en el país se ensancha el ambiente de degradación. La muerte de más de treinta niños en el incendio ocurrido en Hermosillo, Sonora, es la muestra más dramática de la incuria y la corrupción que asedia a todos los niveles de la sociedad mexicana.
Es una vergüenza que nos tengamos que preguntar quién, por qué el Instituto Mexicano del Seguro Social autorizó la concesión de esa guardería, y no tuvo el cuidado de exigir y vigilar el cumplimiento de las reglas de seguridad que exige cualquier sistema de protección civil en instalaciones de esta naturaleza.
Digamos que cada día damos pasos que nos llevan a nuestra propia descomposición. Vamos imparablemente en la trayectoria de convertirnos en un país inviable, torpe y sin futuro de sustentabilidad.
Ayer fue el descuido de un colectivo local que involucra al concesionario privado de la guardería, a las autoridades del IMSS, a las autoridades locales y a unos seres anónimos que, como los mencionados, en la vida cotidiana dejaron de hacer su labor.
Ignorancia supina que lleva a la desidia criminal, fruto del abatimiento de nuestras reglas y de nuestras responsabilidades como miembros de una comunidad, que abandonamos en aras de un “yo” que cada día se acrecienta a niveles de impudicia y de estolidez. Esta es una de las formas de plantearlo.
Hace semanas fueron las argucias del gobierno federal para gestionar políticamente a su favor la epidemia de la influenza A/H1N1; meses atrás fue la incapacidad manifiesta de los encargados de las finanzas públicas para detectar el colapso económico que se nos venía encima.
Y así. Una serie de incompetencias que tienen que ver con gobiernos que se han ido abandonando a sí mismos. Políticos influyentes, funcionarios de alto nivel, de rango medio, mandos policiacos, en su momento consideraron que el sistema tenía capacidad para tolerar, por la vía del cohecho, una dosis de entendimiento con los grupos criminales. Calcularon mal. Se equivocaron fatalmente. Al mismo tiempo, la población y las demandas crecieron mucho más que las expectativas que pensaron que iban a construir a través de las instituciones.
Hoy sabemos que tampoco fueron eficaces desde el punto de vista técnico económico y provocaron la concentración de la riqueza nacional en unas cuantas manos; además, ignoraban la capacidad de reproducción y de organización de los malevos, y mucho menos fueron capaces de controlar sus propias ambiciones.
El juego macabro de estos políticos socavó al sistema en su conjunto. No sólo eso: en esa inercia de desregulaciones, se dejó que las estructuras y las instituciones de salud, de agricultura, educación, seguridad, las políticas de población, de urbanización, y muchas más, quedaran sujetas al mejor postor. En otras palabras, el gobierno, los gobiernos, con el actual incluido en esa dinámica, concesionan las funciones vitales del Estado y del país, sin parar en mientes en los mecanismos ni en las consecuencias.
El daño social está hecho y puede crecer. Hay millones de jóvenes perdidos en la ignorancia, el desempleo, la delincuencia; otros tantos en la superficialidad, el consumismo, convertidos en idólatras de cantantes, futbolistas, artistas, o del jet set nacional e internacional, y hasta de figuras del narcotráfico, cuyos métodos y actitudes fáciles de llegar al éxito, un gran número de esos jóvenes quieren imitar.
México vive una de las peores épocas de su historia. Casi dos generaciones vivieron el cambio de partido en el Ejecutivo, mientras florecía la desigualdad, la violencia y el derrumbe de los valores. Han comprobado que la degradación de la política fragmenta a la sociedad en sus objetivos comunitarios y morales. Han sufrido una crisis tras otra.
Por añadidura, la fragmentación social permite que se entronicen los intereses de individuos ambiciosos, sin escrúpulos y desalmados, esos que en el día a día, además de que imponen sus normas, derrotan o aíslan a muchos ciudadanos que quieren un país (un planeta) menos injusto, más equilibrado, sustentable en todos los órdenes de la vida.
La muerte de los niños en Sonora amplía la grieta de un problema histórico y estructural que escinde al país. En ese infierno confluyeron todos nuestros males, rezagos y carencias. Ahí se hicieron visibles los avisos ominosos de lo que podría ser nuestro futuro.
No, no es el debate del voto en blanco lo más importante en estas próximas elecciones y para el 6 de julio. El tema central de nuestra hora es qué se proponen hacer los mexicanos para frenar el inclemente proceso de descomposición social, cuyos efectos perniciosos podrían convertirse en el detonante de una convulsión de mayores proporciones.
Jorge Medina Viedas
2009-06-07•Acentos. MILENIO.
-->
Todos los días en el país se ensancha el ambiente de degradación. La muerte de más de treinta niños en el incendio ocurrido en Hermosillo, Sonora, es la muestra más dramática de la incuria y la corrupción que asedia a todos los niveles de la sociedad mexicana.
Es una vergüenza que nos tengamos que preguntar quién, por qué el Instituto Mexicano del Seguro Social autorizó la concesión de esa guardería, y no tuvo el cuidado de exigir y vigilar el cumplimiento de las reglas de seguridad que exige cualquier sistema de protección civil en instalaciones de esta naturaleza.
Digamos que cada día damos pasos que nos llevan a nuestra propia descomposición. Vamos imparablemente en la trayectoria de convertirnos en un país inviable, torpe y sin futuro de sustentabilidad.
Ayer fue el descuido de un colectivo local que involucra al concesionario privado de la guardería, a las autoridades del IMSS, a las autoridades locales y a unos seres anónimos que, como los mencionados, en la vida cotidiana dejaron de hacer su labor.
Ignorancia supina que lleva a la desidia criminal, fruto del abatimiento de nuestras reglas y de nuestras responsabilidades como miembros de una comunidad, que abandonamos en aras de un “yo” que cada día se acrecienta a niveles de impudicia y de estolidez. Esta es una de las formas de plantearlo.
Hace semanas fueron las argucias del gobierno federal para gestionar políticamente a su favor la epidemia de la influenza A/H1N1; meses atrás fue la incapacidad manifiesta de los encargados de las finanzas públicas para detectar el colapso económico que se nos venía encima.
Y así. Una serie de incompetencias que tienen que ver con gobiernos que se han ido abandonando a sí mismos. Políticos influyentes, funcionarios de alto nivel, de rango medio, mandos policiacos, en su momento consideraron que el sistema tenía capacidad para tolerar, por la vía del cohecho, una dosis de entendimiento con los grupos criminales. Calcularon mal. Se equivocaron fatalmente. Al mismo tiempo, la población y las demandas crecieron mucho más que las expectativas que pensaron que iban a construir a través de las instituciones.
Hoy sabemos que tampoco fueron eficaces desde el punto de vista técnico económico y provocaron la concentración de la riqueza nacional en unas cuantas manos; además, ignoraban la capacidad de reproducción y de organización de los malevos, y mucho menos fueron capaces de controlar sus propias ambiciones.
El juego macabro de estos políticos socavó al sistema en su conjunto. No sólo eso: en esa inercia de desregulaciones, se dejó que las estructuras y las instituciones de salud, de agricultura, educación, seguridad, las políticas de población, de urbanización, y muchas más, quedaran sujetas al mejor postor. En otras palabras, el gobierno, los gobiernos, con el actual incluido en esa dinámica, concesionan las funciones vitales del Estado y del país, sin parar en mientes en los mecanismos ni en las consecuencias.
El daño social está hecho y puede crecer. Hay millones de jóvenes perdidos en la ignorancia, el desempleo, la delincuencia; otros tantos en la superficialidad, el consumismo, convertidos en idólatras de cantantes, futbolistas, artistas, o del jet set nacional e internacional, y hasta de figuras del narcotráfico, cuyos métodos y actitudes fáciles de llegar al éxito, un gran número de esos jóvenes quieren imitar.
México vive una de las peores épocas de su historia. Casi dos generaciones vivieron el cambio de partido en el Ejecutivo, mientras florecía la desigualdad, la violencia y el derrumbe de los valores. Han comprobado que la degradación de la política fragmenta a la sociedad en sus objetivos comunitarios y morales. Han sufrido una crisis tras otra.
Por añadidura, la fragmentación social permite que se entronicen los intereses de individuos ambiciosos, sin escrúpulos y desalmados, esos que en el día a día, además de que imponen sus normas, derrotan o aíslan a muchos ciudadanos que quieren un país (un planeta) menos injusto, más equilibrado, sustentable en todos los órdenes de la vida.
La muerte de los niños en Sonora amplía la grieta de un problema histórico y estructural que escinde al país. En ese infierno confluyeron todos nuestros males, rezagos y carencias. Ahí se hicieron visibles los avisos ominosos de lo que podría ser nuestro futuro.
No, no es el debate del voto en blanco lo más importante en estas próximas elecciones y para el 6 de julio. El tema central de nuestra hora es qué se proponen hacer los mexicanos para frenar el inclemente proceso de descomposición social, cuyos efectos perniciosos podrían convertirse en el detonante de una convulsión de mayores proporciones.
jorge.medina@milenio.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario