miércoles, 17 de junio de 2009

MÉXICO CORRUPTO Y ELECCIONES



Héctor Tajonar
2009-06-17•Acentos.MILENIO

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El sistema de partidos que padecemos es otro de los rostros deformes del México corrupto. Sin excepción, los partidos políticos del país encarnan la definición más sintética de corrupción: “La utilización de una institución pública en beneficio privado”.
El régimen de partido hegemónico-pragmático que prevaleció de 1929 a 2000 fue sustituido por una estructura partidaria ineficiente, onerosa y voraz, que ha producido una democracia disfuncional. El patente y justificado hartazgo de un amplio sector de la sociedad mexicana ante los abusos de la partidocracia no es nuevo ni puede medirse solamente a través del porcentaje de abstención o de votos nulos que se emitan en las elecciones intermedias. Existen datos abundantes y fidedignos que indican con toda precisión el rechazo contra ese remedo de pluralismo democrático que es urgente transformar a fondo.
El Latinobarómetro 2008 ofrece cifras contundentes y altamente preocupantes sobre la deficiente calidad de nuestra embrionaria democracia: sólo un 17% de los mexicanos tiene algo o mucha confianza en los partidos políticos y solamente un 31% confía en el Congreso. La Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas de la Secretaría de Gobernación presenta un diagnóstico aún más desolador: sólo un 8% manifestó tener mucha confianza en la Cámara de Diputados, 7% en la de Senadores y el ínfimo nivel de confianza en los partidos políticos se reduce al 4%.
Adicionalmente, el apoyo a la democracia en México descendió 5 puntos entre 2007 a 2008 (de 48 a 43 por ciento), mientras que la satisfacción con la democracia bajó 8 puntos (de 31 a 23 por ciento) en ese mismo lapso. Entre todos los países latinoamericanos, México y Guatemala tienen la más baja percepción de que la democracia garantice la libertad para participar en política (47%). Y una señal de alarma: a un 61% de los mexicanos no le importaría tener un gobierno no democrático si éste resolviera los problemas económicos. La señal es clara: ante una democracia disfuncional en todos los ámbitos, puede surgir la nostalgia autoritaria.
Desde Aristóteles sabemos que existen dos tipos de gobiernos: los que buscan el interés general, a los que él llama constituciones puras (monarquía, aristocracia y república o democracia), y los que defienden el interés personal de los gobernantes, que son las constituciones corruptas (tiranía, oligarquía y demagogia). Almond y Verba tradujeron ese principio a la pregunta: ¿para quién se gobierna? La respuesta que dieron los mexicanos a esa interrogante del Latinobarómetro 2008 también es inquietante: 79% piensa que los gobernantes ejercen el poder para beneficiar sus propios intereses y los de los poderosos. La inmensa mayoría piensa que vivimos en una oligarquía demagógica.
Los partidos políticos no han cumplido con la función que les asigna el artículo 41 de la Constitución en tanto “entidades de interés público”: en lugar de “promover la participación del pueblo en la vida democrática”, han corrompido la democracia; en lugar de “contribuir a la integración de la representación nacional”, sólo se representan a sí mismos; y en lugar de hacer posible el acceso de los ciudadanos al ejercicio del poder público, se han convertido en cofradías herméticas totalmente aisladas de la ciudadanía y que coartan su acceso al poder.
Por todas esas razones simpatizo ampliamente con el movimiento que propone anular el voto como forma de protestar contra esa versión corrupta de un sistema democrático de partidos. A escasas tres semanas de los comicios del 5 de julio, el centro del debate no es por quién votar, sino la conveniencia de anular o no el sufragio. Celebro ese logro, no obstante tengo dudas acerca de la efectividad de la medida y temo que pudiera beneficiar al PRI.
Ante el dilema de votar o no, el problema no es la falta de opciones “programáticas” o “ideológicas” que ofrecen los diversos partidos sino a las características que los unifican a todos: la mediocridad de sus propuestas, sus candidatos y sus líderes, la lejanía del electorado y su falta de representatividad, su voracidad, así como la corrupción de la política con el fin primordial de seguir disfrutando de las jugosas prebendas que ellos mismos se han asignado y que se encargan celosamente de conservar.
“Una democracia que no se autoobserva, que no se autoexamina, que no se autocritica, estará fatalmente condenada a anquilosarse”, escribe José Saramago en El hombre y la cosa. El riesgo de la democracia mexicana no es el anquilosamiento sino la putrefacción.

htajonar@artemultimedia.com.mx

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hasta ahora las mejores propuestas para mi son las de los socialdemocratas
> http://www.psd.org.mx/propone_psd.html
tambien puedes contestar un test y usar otras cosas como banners y postales
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