2009-08-08•MILENIO.
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Por debajo de los estándares. Agosto de 2009. Foto: René Soto
Nueva York.- En medio de la majestuosa, única, frenética Times Square, rodeada de cientos de anuncios espectaculares, pantallas gigantes y rascacielos; aquí en uno de los lugares más privilegiados del comercio mundial aún está el enorme anuncio de la tienda Virgin; hasta hace muy poco la tienda de discos más grande del orbe. Virgin, la tienda, ya no existe. En lo que algún día fue la puerta de entrada, hoy tapiada, hay un pequeño grafiti que dice: “Internet mató a la música”.
El año pasado se vendieron en Estados Unidos la mitad de los discos que se vendieron en el año 2000; la industria de la música atraviesa la crisis más profunda que jamás se haya visto, lo que ha impactado no sólo a las empresas, sino a artistas y consumidores. La piratería —física y digital— ha jugado un papel decisivo en la crisis, pero en países desarrollados también hay responsabilidad de empresas editoras de música que tardaron años en entender la manera en que la tecnología cambiaría su modelo de negocio. Apenas ahora, la industria ha comenzado a encontrar que las nuevas formas de distribución digital pueden generar recursos que, sin alcanzar los niveles del pasado, le permitan sobrevivir. Las claves para el futuro de la música apenas se están dilucidando, pero se empieza a reconstruir sobre un modelo que ha puesto de cabeza la manera en que la industria generaba recursos. Hace apenas unos años, el orden de generación de ingresos era: discos, presentaciones en vivo, mercancía. Ahora, la venta directa de discos está en último lugar después de presentaciones en vivo, patrocinios de terceros, y mercancía relacionada.
Esta revolución tiene un componente sin el cual no puede realizarse: acceso a la nueva tecnología. Hoy en día, si un neoyorquino no tiene una computadora con acceso a internet, o un teléfono con acceso a internet, no podrá obtener novedades musicales, como hasta hace poco lo hacía recorriendo los pasillos de la tienda Virgin.
En la era del conocimiento, donde la mercancía más valiosa es la información, todas las industrias se están mudando, poco a poco, a lo digital. Las crisis de esta transición son evidentes en el periodismo, los libros, la educación, la televisión, el entretenimiento, etcétera. En los primeros lugares de ventas en Estados Unidos está el libro Free, de Christian Anderson, cuyo principal argumento es que en el nuevo mundo digital los objetos tienden a ser gratuitos y todas las industrias del conocimiento y la información deben encontrar maneras de monetizar alrededor de su producto, no con su producto. Los precios de conectividad, almacenaje y distribución de lo digital en el mundo siguen bajando año con año, lo que hace que las formas tradicionales de relación entre productores y consumidores se vuelvan insostenibles. En el caso de los diarios, como lo dijo hace poco Juan Luis Cebrián, quién sabe si en diez años El País, el diario en español más importante del mundo, tendrá una versión impresa.
Gracias a la ley, su aplicación y la falta de infraestructura que ambas han creado, México y los mexicanos están cada vez más ausentes del nuevo mundo. Algunos datos del INEGI:
México está por abajo del promedio mundial de acceso a internet. Al 2007, el número de personas por cada 10 mil habitantes con acceso a la red era menor en el país que, por supuesto los países desarrollados, pero también por debajo de Argentina, Brasil, Chile, Panamá, Colombia o Venezuela.
Si la nueva economía existe en internet, deprime el dato que sólo poco más de un millón de usuarios han hecho una compra por internet el año pasado. Lo de las transacciones en internet tiene un componente además de la falta de acceso que es la falta de aplicación de leyes que den garantías a vendedores y consumidores de productos.
Según Telmex, sólo 25 por ciento de los hogares mexicanos tienen una computadora, muy por debajo del 66 por ciento en países de similar desarrollo económico. 48 por ciento de los hogares con computadora no tiene acceso a internet.
En el mundo, la televisión abierta va muriendo, en beneficio de la especialización de los canales y televisión de paga. La transformación en el ámbito de la publicidad hace incosteables la sobrevivencia de canales y cadenas generalistas que no obtengan recursos de su distribución. La televisión por cable o por satélite hace posible a los suscriptores el acceso a otros servicios de telecomunicaciones como telefonía e internet y pronto muchos otros servicios es de alguna manera la conexión con el mundo. En el país, hay poco menos de siete millones de suscriptores. Otra vez, muy por debajo de los promedios en países similares.
La discusión mexicana alrededor de la ley de medios y las reformas a las leyes de telecomunicaciones ha estado centrada en los productores y distribuidores de los contenidos. Urge agregar a los consumidores. De muy poco servirá ampliar la calidad y cantidad de la oferta si los mexicanos siguen sin tener acceso a ella. ¿De qué sirve centrar la discusión en más televisión abierta cuando eventualmente debería estar condenada a ser una opción más entre miles?
La clave del futuro, si es que queremos participar, está en el acceso a la red y las telecomunicaciones. Y eso debería de ser parte de una política pública, de Estado. Por lo pronto, el gobierno y el Legislativo están paralizados, atrapados por intereses, miedos, ignorancia, dinero y corrupción.
Miente el grafiti de la puerta de Virgin en Nueva York. Internet no mató a la música. La música estuvo a punto de matarse sola por no entender el cambio. En México, estamos cerca de matar más que la música. El futuro. masalla@gmail.com
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