lunes, 10 de agosto de 2009

LA TAXISTA DE OBAMA.


Acentos
Jorge Medina Viedas


2009-08-09•Acentos. MILENIO.

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Para Eduardo Franco, el primer rector de la utopíaUna taxista, mujer de raza negra, extraída de las novelas de Mark Twain, vieja y corpulenta nos trasladó, a mi esposa y a mí, este viernes del Minute Maide Park de los Astros de Houston al Hotel Derek, o sea del centro al oeste de la ciudad. Con voz trémula inició una conversación telefónica (en realidad un soliloquio: sólo alcancé a escuchar por una ocasión una voz que le preguntó algo, sin distinguir si era hombre o mujer) en la que comentaba el incidente policiaco que nosotros, al parecer, habíamos destrabado al solicitar sus servicios.
Hablaba en un tono de lamento; lanzaba sus palabras con la típica voz raspada de los afroamericanos; esporádicamente emitía un sonido corto, gutural, como señal de dolor y de rabia; ella, estacionada frente al estadio en la fila de taxis que esperan pasajeros, se había colocado metros más, metros menos de lo establecido y los policías de la patrulla que estaba al lado del suyo, la reprendieron. La policía quería imponer sus reglas y molestan a personas como ella, renegaba.
Al final de su llamada, a medio camino, nos preguntó, preocupada por nuestro prudente silencio, que si estábamos bien. Le contesté que eran normales estos sucesos y que no se preocupara. Aproveché su evidente regreso a la tranquilidad y me atreví, escéptico y hasta temeroso, a cuestionarle directamente si el proyecto de Barack Obama, la reforma a la seguridad social, iba a triunfar en el Congreso. A la vida hay que agradecerle.
Durante estas semanas, en Estados Unidos, la campaña contra el presidente Obama ha arreciado. Los republicanos, los medios y periodistas conservadores han intensificado sus diatribas y calumnias. Apresuradas y manipuladas encuestas ya sugieren el desencanto temprano de la gente por sus altas expectativas.
El ataque más ridículo es que quiere imponer el socialismo en Estados Unidos. Dick Morris, el consultor de Bill Clinton (y de Fox), que recostado en el cuarto de un hotel ponía al oído de una de las prostitutas de turno la voz del ex presidente estadunidense, con quien hablaba de los temas que apremiaban a la Casa Blanca, expele, en su libelo Catastrophe, un tufo de odio racial oculto de ideología que empieza a expandirse en aquel país contra Obama.
“No nos equivoquemos, dice Morris, ahora tenemos un socialista en la Casa Blanca”, que aprovechando la crisis enmascara sus perversos cambios como reformas y quiere, en realidad, “cambiar nuestra vida, trabajo y hasta manera de pensar”, dice el disoluto consultor de quien del cielo o del infierno le contrate.
En la red, además, circulan miles de denuestos contra el presidente; se pueden ver fotos de Obama con el bigote de Hitler. Otro libro, como el de Morris, Culture of corruption, de Michelle Malkin, prejuicia y enloda a su colaboradores. Por supuesto que su origen de Chicago ha servido para hablar de un presunto rasgo mafioso. Irónicamente, el columnista de Salon, Mike Kendall, escribió que, de acuerdo con sus enemigos, con la reforma a la seguridad social, Barack Obama está pidiendo a los estadunidenses “que maten a las abuelitas”.
La consigna que repiten los republicanos es take back our country (recuperemos nuestro país), título también del primer capítulo del libro de Morris. Un famoso conductor de televisión le preguntó a dos de los legisladores republicanos —que llevan a cabo un mediatour contra la reforma de Obama— por el significado de la demagógica frase, anticipándoles que si no se trataba de “recuperar el color blanco de la Casa Blanca”.
Cuando la taxista negra me contestó, me dijo primero que la reforma iba a ser aprobada. Muchos millones de pobres se van a beneficiar. Habló de lo caro de los médicos, de las medicinas, de los servicios hospitalarios. Pero pronto su voz adquirió un tono distinto al que escuchamos en su alegato contra la policía. En este país, dijo, los ricos quieren ser más ricos y eso ya no debe suceder. Obama ha dicho que todos somos hijos de Dios y que somos iguales, y eso sólo lo puede decir un hombre que quiere el bien para los demás, repitió.
Habló todo el resto del camino sin que nosotros hiciéramos pregunta alguna. Lo hizo como si pronunciara un sermón en una iglesia evangelista. Al menos eso nos hizo sentir. Era una oración por Obama. Un canto coral de fe, de confianza en quien ha sembrado esperanza en el pueblo y en su propia raza, y de esto último no tengo ninguna duda.
No nos percatamos de las oscuras calles de Houston. Llegamos hasta nuestro destino llevados por la taxista negra, en medio de su sinfonía de palabras casi inaccesibles, pero que sabíamos que tenían el propósito de poner en orden las cosas, de su país, del mundo, de la vida misma.jorge.medina@milenio.com
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