viernes, 21 de agosto de 2009

Y FUIMOS (A) WOODSTOCK..



Elitismo para todos
Fernando Solana Olivares


2009-08-21•Cultura. MILENIO.

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Libros, diarios, artículos, sucesos del desasosiego: época Kali-Yuga. Pero en ella también circulan recuerdos iluminados y aniversarios inolvidables de un momento anterior en nuestra biografía tardomoderna, cuando se manifestó una nueva forma de sociedad posible: ritual, comunitaria y fraterna, regida por el amor y entonces inocente pero practicante así de otra forma del poder, ajena a la posesión innecesaria e indiferente a la autoridad, entonces política más allá de las formas políticas comunes, e impulsada por una transformación cultural trascendente y experimentable, por un sentido de lo sagrado inmediato, entonces metafísica y espiritual. Además, creadora colectiva de otra visión estética, multidimensional y sicodélica, como si las imágenes convencionales se hubieran hecho estallar. Los hippies.
—Pero este texto iba hasta Woodstock. ¿Qué onda, ya no vamos a ir?
Timothy Leary, el apóstol del ácido lisérgico, un personaje y pensador determinante en el proceso contra-cultural hippie, acuñó el lema del movimiento: Turn on, tune in and drop out (conectarse, sintonizarse y separarse). La frase puede entenderse como un imperativo de acción y conducta tanto como una metáfora. Conectarse con aquello que expande la mente y multiplica las puertas perceptivas y, al mismo tiempo, desconectarse de los caminos establecidos, burgueses para explorar otros más personales, compartidos con algunos pocos y vivencialmente más intensos. Sintonizarse a los ritmos interiores inexplorados, incluso a las diversas energías que rodean al cuerpo y a la conciencia: sintonizarse a la diversidad no subjetiva de la realidad. Y salirse de eso: el exilio voluntario del sistema capitalista imperante, de su mentalidad masificada, o esclavizada, dicho sea con precisión. Una actitud mental tanto como material.
—¿En qué nos vamos a ir a Woodstock? Me urge ver a Joe Cocker cantando.
El movimiento hippie es heredero de otros tantos y muy viejos movimientos contraculturales de Occidente, cuyo requisito para que sean verdaderamente tales radica en la renovación que proponen, en aquella que practican como conducta vital. La sociedad fraterna hippie es juzgada ahora, mediante el escéptico cinismo imperante, como una ingenua y nostálgica utopía, pero sin duda representa mucho más que ello. Es una frontera anticipada y verosímil que quizá anuncia lo que viene, antes que lo que no pudo socialmente quedar establecido y persistir.
—¿Y si llegamos tarde? El festival sólo durará tres días, asistirán casi medio millón de personas y otras cientos de miles se quedarán varadas en el camino.
Ciertos elementos propios de las subculturas están presentes entre los hippies. Uno de ellos es la brecha entre su visión del mundo y la de los otros habitantes de la sociedad, claramente manifestada en un lenguaje obtenido eclécticamente de la cultura negra, del jazz, del habla vernácula de la calle y de los subterráneos drogos. Su estilo idiomático es existencial porque sus frases mántricas se conjugan en un tiempo presente continuo y lo hacen a traves del uso abundante de las preposiciones: los lingüistas llaman a esto un lenguaje conexivo, el cual busca un vínculo distinto con la realidad. Un sociólogo (Goodman) denominó a sus adherentes los “absurdos”, esos jóvenes rechazantes que se sentían alienados de las vidas académicas y profesionales ofrecidas como futuro irremediable y único por el sistema ideológico en vigor.
Otra característica del movimiento fue la pobreza voluntaria o el desprendimiento material que puso en práctica, formas de restricción de la necesidad que llevan a dar la espalda al consumo y a la acumulación: una de las muchas maneras simbólicas con que los hippies intentaron subvertir las legitimaciones convencionales de la sociedad. Los temas de la Norteamérica indígena —aquella fascinación entre los hijos de los conquistadores blancos y los hijos de los bravos aborígenes derrotados—, del orientalismo convertido en una búsqueda mística y contemplativa, de la arcadia pastoral como una vuelta a la integración con la naturaleza, de la comunidad tribal antes que de la aldea global, del amor como una política concreta e indiscriminada, supraorgásmica y no genital —sólo los hippies y sus contemporáneos pudieron haber acuñado la frase: “aniquila (a los enemigos) con amor”, señala un especialista—, todo ello y mucho más que queda pendiente de señalarse configura un sueño utópico de carácter esencialmente revolucionario, donde antes que cambiar las estructuras exteriores se busca la transformación de la persona, su revolución interior.
—Si no nos vamos ya, nunca me perdonaré que Jimi Hendrix toque en mi ausencia. Voy a tomar aquel autobús amarillo.
Lo dijo Sócrates y dos mil años después lo repitieron los hippies: “Conócete a ti mismo”. Eso le gritaban a los turistas que los fotografiaban como si fueran un grotesco espectáculo en aquel Verano del Amor de 1967 en San Francisco. No era una dramática e ingenua reedición de la cruzada de los niños, sino el poderoso inicio contemporáneo de una emergente y a la vez arcaica y revolucionaria sensibilidad.
Muchos de quienes no fuimos a Wood-stock de todos modos fuimos Woodstock porque seguimos estando emocionalmente allá, donde toda utopía es un ensayo de posibilidades, un ensayo de ocupación pertinente sobre la realidad. Así que aquellos tres días musicales mágicos que sucedieron en un campo de heno siguen ocurriendo y celebrándose todavía. Entonces fuimos hippies. ¿Y hoy qué tal?


fmsolana@yahoo.com.mx

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