jueves, 30 de octubre de 2008

ARMANDO ALANIS: RECUERDOS DE LAS LUNAS...


Antes de participar en aquellas primeras Lunas de Octubre, no conocía al escritor Edmundo Lizardi ni la ciudad de La Paz ni ninguna otra población del noroeste del país. Y es que el norte es ancho y hondo, y La Paz está más cerca del Defectuoso que de Saltillo, mi ciudad natal. El norte es la boca de labios gruesos de ese cuerno de la abundancia desperdiciada que es el mapa de nuestro país. Yo para entonces ya no vivía en Saltillo sino en la Ciudad de México, y fue mi entrañable amigo Daniel Sada, coahuilense nacido en Mexicali, escritor de talla internacional, quien me recomendó con Edmundo. Recuerdo que en el avión oí que hablaban de literatura y del Lunas: eran los escritores Federico Campbell, de Tijuana, y Rosina Conde, de Mexicali, con quienes rápido me presenté. Y en el aeropuerto de La Paz conocí por fin a Edmundo, y desde el primer abrazo y el primer intercambio de palabras en su coche nos convertimos en amigos para siempre, brothers for ever.
Lunas de Octubre fue para mí, pues, la entrada al noroeste (aunque los de La Paz dicen que ellos más bien son peninsulares). Después conocería Tijuana, Hermosillo (con su tradicional Horas de Junio), Guaymas, Bahía de Quino (donde es posible beber agua de mar mezclada con cerveza de lata), Todos Santos y Los Cabos (en otras Lunas de Octubre)…, y próximamente Ensenada y Ciudad Obregón. Y por ahí anda uno, de encuentro en encuentro, haciendo amigos, reafirmando viejas amistades, y participando en las mesas de lectura con cuentos breves, brevísimos, porque me gusta abusar del gerundio pero no del micrófono, que no tengan que decirme a qué hora te callas.
Evito citar a todos los escritores de estos encuentros porque inevitablemente se me olvidarían nombres, y eso es gacho. Sólo citaré al defeño José Luis Martínez, famoso ya en todo el norte como si fuera de ai mesmo, a quien conocí en La Paz y ahora nos vemos a cada rato en la capital para tomar un café en el Sanborns de Aguascalientes o recorrer, en las noches de los viernes, esos lugares a media luz donde el espectáculo es siempre el mismo pero nunca te aburres (aunque hay quien, vencido por sus propios excesos, se queda getón en su silla).
Son ya tres las Lunas de Octubre en las que he participado, de las cinco aparecidas en el firmamento para pintar de blanco el muy azul mar de Cortés. (Fue Cervantes quien cantó ante otro puerto parecido: “…la, aunque azul, líquida plata”). Y bueno, finalmente citaré algunos nombres más entre los asiduos a estas fiestas de la palabra: el vaquero del noroeste, Paco Moon, y la poeta coahuilense del Museo del Desierto, Claudia Moon, quienes llevan a las Lunas en su apellido; las poetas chilanguitas, como las bautizó un cronista, Dulce Chiang y Julieta Cortés; Alicia Quiñones, también chilanguita, quien estuvo en las Lunas pasadas; Francisco Morales, Fidelia, Raúl Acevedo Savín, Enrique Servín, Enrique Mendoza, el de Zeta (el periodista cultural más rápido del norte), Juan Pablo Aldaco (ahora mi vecino), Samaniego, Juan Manz, Ramón Cuéllar, David Muñoz, Manuel Murrieta, Leonardo Varela, Karina, Mara, María Luisa…, tantos otros.
En las más recientes Lunas me reencontré con el queridísimo poeta de la comarca lagunera Marco Antonio Jiménez, quien iba con su mujer, y nos acordamos de aquella velada en Torreón, hace muchos años, en la que también nos acompañaba nuestro común amigo José Francisco Amparán… Y volví a ver, porque acababa de convivir con ellos en Veracruz, en el encuentro Escritores de Mar y Montaña, a Silvia Tomasa Rivera y Efraín Bartolomé (con sus respectivas parejas), dos de los mejores poetas de México, como ya lo dije en Los Cabos, micrófono en mano… Y por ahí andaba todo el tiempo y en todas partes Josué Mendoza Alemán, quien tendrá pronto listo, para que recorra las salas cinematográficas del mundo, el primer documental sobre un encuentro de escritores de que se tenga noticia.
La acogedora planta baja del Antiguo Palacio del Ayuntamiento, la terraza de La Perla con su vista al mar, las veladas a la orilla de la alberca en el hotel Araiza Palmira… Y el sábado el viaje a Los Cabos con increíbles vistas del desierto y del Pacífico, los clamatos con almejas chocolatas en Beer and Arts, el Cerrito del Timbre…
Si rentas un coche, puedes hacer ese mismo recorrido el domingo para tomar el avión en San José del Cabo hacia la Ciudad de México. Nada más no te distraigas cantando canciones en la carretera, ni te detengas en el Beer and Arts a platicar con gringos jubilados mientras te zampas unas tostadas de mariscos con el inevitable clamato, ni te mojes los pies en Playa Bonita, donde el mar es como un león que da zarpazos, pero los da allá, a unos metros, y llega hasta ti mansito para que le acaricies la melena. Mide bien tu tiempo, porque de Los Cabos a San José del Cabo hay todavía un buen trecho de carretera, y para ir de San José al aeropuerto debes pasar una caseta y recorrer otros treinta kilómetros, y bien puede suceder que llegues tarde y sólo la benevolencia de los empleados de Volaris permitirá que abordes el avión cuando ya el vuelo esté cerrado.

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