Despertaste una mañana y fue cuando te diste cuenta. Ya no estabas en tu barrio. Las calles que te guardaban el sueño ya no eran cuarta de Cajamarca o Iquique; el Bosque de los Remedios ya no te invitaba a ingresar en aquellas cuevas, donde siendo aún adolescente, ibas con tus amigos de la prepa para jugar botella, y agarrar lo que pudieran, ya que todos estaban en la antesala de su propia sexualidad.
Desde la esquina de tu casa se podía ver todavía al Popo y el Iztla. Muy temprano los volcanes despertaban con un cántico azteca, esa flauta emitiendo sonido autóctono, mezclado con el ronquido de violines, trompetas y guitarras, mientras el grito de dos borrachos que quedaron tirados en la zona verde del Fraccionamiento las Américas, acallaba el despertar de una urbe capital en plena madurez.
Es un México que ya no existe. Un territorio donde aprendiste a decir: “Con permiso, usted disculpe, tenga la bondad, de ninguna manera, después de usted, como usted lo prefiera…”
Se decía entre los barrios más bajos, que aún el bolerito más humilde mamaba educación proyectada en diptongos o pleonasmos mal construidos, pero eso sí, llenos de humanidad, ahogados con un respeto que con el paso del tiempo se convirtió en cinismo.
El ir al centro de la ciudad era toda una aventura. Tomar el camión en el periférico frente a Echegaray en dirección a Tacuba, donde el mentado metro ya existía llevando y trayendo gente, y te trasportaba al mismo Zócalo capitalino solamente cambiando de líneas. El poder ver en vivo y a todo color el Monumento a Cuauhtémoc, El Ángel de la Independencia, el caminar por la Zona Rosa simplemente con el deseo de entrar en los lugares prohibidos, con esa inocencia oliendo a pendejada que producía que tus pasos te llevaran al Castillo de Chapultepec, donde imaginabas a Juan Escutia envolviéndose en la bandera mexicana, y lanzándose al vacío antes de ser capturado por manos enemigas.
No podía faltar la taquiza que te pondrías a eso las de siete u ocho de la noche, una vez llegada la hora culinaria de unidad nacional. ¿Quién fue el que dijo: México es un país con cara de taco? Todavía sientes la salsa escurriéndose de tus manos, y ese incomparable aroma a carne, sesos, o tripita, que años después tanto anhelaste.
Aquella mañana cansada descubriste que habías cruzado la frontera. Los dioses de Tlaloc te habían guiado por la trinchera más vigilada del planeta. De pronto, el panorama cambió. Las calles eran amplias y bien diseñadas. Ni siquiera podías pronunciar bien los nombres de las avenidas. Los pobladores hablaban una lengua extraña, y aunque a ti te habían enseñado en la escuela cómo decir: “Good morning! How are you! My name is Rigoberto Pantoja Maldonado Nuñez.” Tú no entendías qué chingados te decían.
Por varios años te daba miedo salir a la calle, porque pensabas que alguien te iba a preguntar algo, y tú no sabrías cómo contestar. Te reías de todo. A lo mejor te decían: “Eres un idiota. You are an idiot!” Y tú simplemente sonreías ante tu incomprensión.
En la High School, hasta sacaste malas calificaciones porque para cuando tú entendías la pregunta, pensabas tu respuesta, la traducías, y la ponías en el papel, ya era hora de entregar el examen.
Todo cambió súbitamente. La gente no era educada como en tu tierra. Las familias no comían juntas, al contrario, te diste cuenta que la onda del otro lado de la frontera era vivir por separado. Todos se sorprendían que tú, teniendo 25 años, siguieras viviendo en la casa de tus padres. Eso te hacía sentir mal. Alborotaba tu ego construido por una cultura de machos donde todos se juntan los sábados por la noche a beber tequila, y a cantar Juan Charrasqueado, para a la mañana siguiente, llevarle serenata a la mujer, y con lágrimas en los ojos pedirle perdón.
Descubriste que los gringos son muy especiales. Recuerdas la primera vez que un agente de tránsito te detuvo. Estabas acostumbrado a darles un dinerito por debajo de la manga. El tipo se encabronó a lo máximo. Te pidió seguro del carro. ¿Seguro? ¡Casi gritaste! En los United Estates tienes que estar asegurado para todo, seguro de casa, seguro de vida, seguro médico, para los accidentes inesperados, si de pronto pasa una catástrofe natural tienes que estar preparado. ¿Qué vas hacer sin seguro? What if?
Por el amor de Dios, pensaste, en México lo qué le importa a uno es tener que comer, y por lo menos algo extra para salir con la novia, los amigos o la familia. ¿Quién se va a preocupar por lo qué “puede” pasar? Hay seguros hasta para que te entierren, tú compras tu propiedad de cementerio, y hasta te dicen: Buy it now use it later! ¡Compre ahora, úsela después! Con decirte que hasta puedes asegurar a tu perro o a tu gato. ¡Eso sí causa risa! ¡Imagínate nada más! ¿Cuántos perros mexicanos van a empezar a organizarse para obtener seguro médico en nuestro país?
Pero en fin, no sé qué pasó, pero poco a poco empezaste a cambiar. Te adaptaste al sistema. Lentamente, como no queriendo. Todos los fines de semana vas con tu familia al Mall vestido de shorts bermudas, con tu camiseta y gorrita de los Yanquis de Nueva York, y comes en Olive Garden, Red Lobster o Macayo’s, si es que quieres el sabor de tu tierra interpretado. Platicas con los locales sobre la economía, cuánto te costó tu troca, y hasta planeas tu cena de Thanksgiving recordando a los fundadores de tu nueva nación. Sí, ya tienes otra nación. Estás más apegado al norte. Te juntas con gente de Sonora, Sinaloa y Baja California, se te pega el acento, tu hablar confundido se manifiesta sobre todo cuando trabajas con gringos, chicanos, México-americanos, argentinos aristócratas, y muchos paisas, que te enseñan apreciar la música de banda, y si antes escuchabas a Enrique Guzmán y Angélica María, ahora te delitas con los Tucanes de Tijuana y los Intocables.
Todo cambió. Incluso tu persona. Tu cultura ha ido desapareciendo poco a poco. Aunque lo niegues, estás bien agringado. Te gusta que las personas respeten las leyes. Cuando llegas a una señal de Alto, te detienes completamente observando para ver si algún automóvil tiene el derecho de paso antes que tú. Guardas tus recibos en caso de que necesites devolver la mercancía. Además, recuerda que de joven anduviste con más de dos güeras que te introdujeron a un estilo de vida completamente distinto. You know what I mean! También te has achicanado de más, conoces a Miguel Méndez, y utilizas la metáfora de los peregrinos para darte identidad propia. Ves el show de George López con tu hija, y a veces saludas como el Pachuco mayor, Edward James Olmos: “Simón ese, la raza needs to know.” Has aprendido a valorar entes que no conocías, el orgullo del norte, el desierto de Sonora, poblaciones desde Tijuana a La Paz, cruzando por la avenida Revolución, parada necesaria para todos los turistas. Has caminado por esa grandeza cultural desde Yucatán hasta Nuevo León, pasando por Michoacán, Puebla, Nayarit y Jalisco. Has cruzado la frontera por Texas, Nuevo México, Arizona y California, has volando desde Las Cruces hasta Washington D. C. Has Tomando fotos de la estatua de la libertad y Times Square. Has saltado el charco para estar en Madrid, Paris, Gelsenkirchen, Londres y Roma, para regresar finalmente a la tierra que vio a tus hijos nacer.
Eres lo que eres, y no creo puedas ignorar lo que has vivido. Pero ¿sabes qué? Nunca olvides tu barrio, tus raíces, el suelo que escuchó el primer llanto que brotó de tus pulmones; eres hijo del maíz, bebiste del polvo de la tierra que brotó de la misma boca de los dioses, pero tampoco olvides lo que las tierras rojo azul te han dado, oportunidad en medio de escarnio, y siempre recuerda dónde estás y dónde has estado.
Eres lo eres, soy lo que soy yo, y todavía no he terminado.
© 2008 David Alberto Muñoz, Ph.D.Faculty Philosophy & Religious StudiesChandler-Gilbert Community College2626 East Pecos RoadChandler, Arizona 85225-2499(480) 732-7173david.munoz@cgcmail.maricopa.edu
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