martes, 21 de octubre de 2008

DAVID MUÑOZ: LA BAJA CALIFA...EN LUNAS DE OCTUBRE 2008





Mientras tanto, el suburbio no detenía su rutina diaria. Los magnates locales se juntaban en los restaurantes donde vendían mariscos, cervezas, sin faltar por supuesto un tequila añejado por la gran humedad existente en este puerto cosmopolita…

La Paz, Baja California, México.- Una sirena nos recibió con una ingenua paz que por un momento imaginamos ser una altivez mal justificada. Desde el aire observábamos un mar tranquilo, una cuidad oculta detrás de las mismas complicaciones teóricas postmodernistas, como que estaba entercada en permanecer bajo el esquema de su propio nombre: La Paz. Desde el agente de aduana que revisó mis maletas más de una vez, ya que me vio tomar una foto del aeropuerto internacional, hasta la amable joven que nos registró en el hotel después de haber visto por primera vez las enaguas del paraje bajacaliforniano. Súbitamente nos percatamos que nos encontrábamos ante una nueva encrucijada surrealista empapada de naturalidad.
Al igual que todas las muchachas que se paseaban por el malecón cantando música de banda, esta población ni se percató del huracán que pasó recientemente. Al contrario, todos estaban bebiendo amenamente en bares que tienen música en vivo todos los días, cambiando de géneros sin pedir permiso para ir de música de trova a una melodía de banda sinaloense con todo el volumen en alto, siendo manchadas de esta manera por eróticas manifestaciones humanas que gritaban exigiendo consideración.
La ciudad despertaba lentamente, se negaba a ser apresurada, nadie puede imponerle mandatos, todo lo contario, desde sus taxistas que expresan seguridad pública hasta bailarinas que comparten con sus clientes su trágica condición humana, disertando sus deseos de tener independencia económica, poderío sobre los demás, y tal vez, un sencillo anhelo de borrar el sentimiento de culpabilidad, la urbe desmantelaba todo intento de apresurar sus veredas que se pueden airear desde kilómetros a la redonda.

Los escritores ya estaban reunidos. Ese gremio peculiar de individuos que van desde aquellos que se encierran en su cuarto de hotel durante todo el evento, hasta los que asisten a cada una de las lecturas, los que nada más se la pasan hablando de si mismos, los aventureros que se suben en camiones y todo medio de trasporte, acabando en una esquina oculta donde los mismos locales se sorprenden de ver tal atrevimiento, así como esos individuos con aires de divos, que se levantan para leer poesías llenas de imaginación que algunos juzgaron ser como un toque de mota literaria, te hace reír, pensar perezosamente, pero te deja al final de cuentas aturdido, porque la palabra escrita necesita tener vida, sangre, llanto, risa; si te rasga la medula del pensamiento, sabes que es el poder del vocablo, si te bloquea la vista del pensamiento neto, es meramente retórica sin el poder de enlace.
Mientras tanto, el suburbio no detenía su rutina diaria. Los magnates locales se juntaban en los restaurantes donde vendían mariscos, cervezas, sin faltar por supuesto un tequila añejado por la gran humedad existente en este puerto cosmopolita, población de ya más de medio millón de habitantes donde el tiempo se pierde entre el mar y la calle Independencia, donde encontramos una gran cantidad de travestis que pueden engañar al mismo Papa, dicho con el debido respeto, pero una vez quitado el maquillaje, extractado del mismo desperdicio nuestro, sólo quedan los cuerpos firmes de la juventud, las piernas mostradas tras falditas colegialas, pechos robustos elevados por pura dignidad, cigarros fumados detrás de Las Varitas, mientras algunos simplemente juegan voleibol en el malecón bajo las miradas de algunos transeúntes caminantes que limosnean un pedazo de pan, o se ganan la vida tomando fotografías con una cámara que en el otro lado, sería una reliquia arqueológica.
Por la noche el ruido no logra separar la quietud de La Paz de su propia espalda. Al contrario, entre más gritan los locales, más fuerza cobra esa peculiar habilidad de reciclar el dinero, abrir la garganta de una voz que parece no descansar, yace acostada junto al bufete de comida con sopa de chícharo, frijoles refritos, carne asada y un guiso de pollo casi igual al que hacía mi abuela hace ya muchos años.
Todos parecen ser músicos, todos dicen ser cantantes, cada uno de los pobladores de esta mítica entidad, armonizan un himno entonado al sosiego, en su acento característico parecen hablar a gran velocidad o pausadamente, evocan voces de un ayer jamás evidente, toda la comarca parece ser representada por los pajaritos a quienes se les permite comer las migajas que quedaron después del desayuno en el hotel Araiza Inn, centro de hospedaje para todos los asistentes al V Encuentro de Escritores Lunas de Octubre.
Las mesas continúan una tras otras, entre poesía, narrativa, presentación de libros y demás, había destellos de grandeza literaria, entre discursos existencialistas llenos de veracidad propia, frases engolosinadas de palabra seca, adverbios construidos al revés, complementos indirectos que nunca alcanzaban su propósito, dando la impresión de un poderío ya perdido encontrado por los desmadrados beodos, locos y adictos escritores, que se consuelan unos a otros llenos de su propia humanidad.
El encuentro todavía no terminaba, todavía se pronosticaba noches de parranda, lecturas, promesas, intentos de contactos, egos mal acabados, elogios sinceros, chispazos literarios que son la misma medicina que algunos buscamos.
Estamos presentes. Es Lunas de Octubre.
(Continuara)

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