Con Daniel Sada, al centro.
Por Manuel Murrieta Saldívar
California State University-Stanislaus
—Enviado especial de Culturadoor.com
Fotos: Culturadoor y Mara Romero
Para Ramón Cota Mesa, a la espeera de estas palabras.
LA PAZ, BAJA CALIFORNIA SUR, MÉXICO.- Si Hernán Cortés llegó a este puerto para propagar a la fuerza la hispanidad hasta la alta California, vanguardia de conquistadores y misioneros, uno hace el viaje de regreso más tranquilo. Porque desde San Francisco, quinientos años después, atravieso la California anglosajona que ya no lo es ni tanto, toda la península norte y sur, para traer letras mexicanas desde “el otro lado”. Esto significa bajar del avión de la United en San Diego, encontrar abrazos familiares con el compadre David que viene de Arizona, cruzar la frontera e instalarse en cualquier hotel cercano al aeropuerto de Tijuana.
Luego es el amanecer para mostrar el pase de abordar previo chequeo aduanal, acomodarse a todo dar en el avión Volaris y en hora y media ser cobijado ya con la amabilidad de los organizadores que de inmediato nos instalan en el hotel frente al malecón por donde nunca pasó un huracán, ni siquiera hace unas semanas. Por eso las palapas nos reciben con sus cocos bien helados, una serie de bares y restaurantes, tiendas, expendios que laten de vida como si fuera una muestra de la universalidad del planeta con, of course, el ritmo sabrosón norteño en las mariscadas y las voces de gringos y europeos extasiados con ese encuentro orgásmico del cactus sobre el mar bermejo.
Pero uno no viene de turista, traemos textos amorosos producidos por ojos narrativos que relatan lo nuestro allende al México profundo, ese de mexicanos migrantes, vigorosos e irreverentes que rompen y unen fronteras colocando a los United States como la segunda nación de habla hispana, por arriba de la mismísima España poscortesiana. Entonces pones todo a buen resguardo en el cuarto de hotel y salimos a los encuentros, el de los escritores y el de la ciudad.
El antiguo palacio de gobierno, una construcción de ladrillo centenario, nos hace pasar al interior para encontrarnos la mesa que, aun antes de iniciar cualquier lectura, proyecta ya un aire mágico: está rodeada de un patio colonial con sus arcos desmoronándose, dándole un aire de antigüedad preservada; sobre todo cuando descubres en los muros una vegetación jugosa y húmeda de verde que contrasta con el calorcito playero colándose desde las playas cercanas.
Y sí, en efecto, ahí están los micrófonos en “on”, las botellitas de agua para suavizar gargantas, la manta enorme que confirma la presencia de a quienes estamos a punto de escuchar: “Lunas de octubre 2008” con poetas, narradores, cronistas de ambos sexos y distintas generaciones pero, oh grandeza mexicana, venidos desde distintos rumbos del país con su cargamento de imaginación. Desde la cercana Ciudad Obregón, la enorme Chihuahua, los hermanos tijuanenses, sinaloenses y los del sur sur, vaya, hasta los consagrados de la ciudad de México. Y, sí, también nosotros, los mexicanos peregrinos atreviéndonos a representar a los más de 25 millones de paisanos que también tienen su corazoncito literario desde California a Illinois.
La noche ya es ama y señora, la luna casi no se nota porque se confunde con la luminosidad artificial del centro paceño que empieza ya a inundarse de metáforas, historias crueles, humor ácido, regionalidades. Es que ya empiezan a brotar las voces magnificadas por las bocinas como llamando a la ciudad a una asamblea eterna: ¡vengan, “aquí está lo bueno, la palabra!” Así, escuchamos la carga de poesía barrial y los relatos llaneros que nos transportan a nuestras queridas calles de Hermosillo, bofetadas contra la uniformidad mundial. Capto la metáfora de la violencia que se padece a diario en el eje Tijuana-Ensenada, pero que es una necesidad registrar haciendo poesía a partir de lo inmediato. Y los poemas cósmicos que vienen desde, dígase Veracruz o Chiapas, como brújulas que orientan sobre el mapa de la poesía mexicana; catarsis del mar junto al desierto, flores de cactus, pensamientos de Dios sobre las olas incluyendo hasta el recuerdo de nuestra historia con los relatos sobre Pancho Villa que aún sigue produciendo inspiración casi cien años después.
Edmundo y Karina
Mientras, Edmundo Lizardi es una carga eléctrica materializada en cuerpo humano, es la muestra de que la omnisciencia existe: como creador e inspirador responsable, real y moral del evento, ejecutante junto con los directivos y hasta choferes del Instituto Sudcaliforniano de Cultura (ISC), se desgañita: en dos segundos saluda a los que acaban de llegar, conecta a un autor de Ensenada con otro de Arizona, presenta a los funcionarios culturales con escritores claves; se sienta a escuchar lecturas en cualquier silla; consigue un auto de lujo para ir y venir, presenta a su pareja, diserta sobre las crónicas de los noventas, levanta y sube las gafas como identificándote y se atreve a solicitar enérgicamente el silencio sagrado cuando el vocerío de la puerta de entrada interrumpe la literatura oral de los protagonistas en turno.
Y ya en Los Cabos, desde las alturas de la casa de la cultura ubicada en la colina, el sonido no tiene límite, no hay paredes, revota en la bóveda celeste y en un lunón amarillento que penetra por el arco de piedra sentado en pleno mar, en la última punta de la costa peninsular. Nos escucha un gran público, sí, creo que sí, porque no es solamente ese que tengo frente mí, quizá también nos oyen en las callecitas de abajo, nuestras voces desde las bocinas del cerro, como si fuera la misma musa griega, o la Tonantzin, la inspiración que arrulla a los hijos terrestres y marítimos de abajo. Porque desde ahí y para el cosmos brota una poesía madura y seductora, y también otra precoz pero profunda, declamada por chavos locales y fuereños que casi “performean” sus versos hasta con música “new age”. Y luego nosotros, como diciendo, el gringo se amexicaniza, le gusta la taquiza, y también el mexicano se agringa no sólo en Monterrey, sino también adentro del imperio, por supuesto, con la diferencia de que allá uno se achicaniza… de eso leímos, sí, lo recuerdo bien, micrófono en alto y hasta de pie para que nos escuchen por todas esas fronteras que se han roto.
Estamos encantados, literalmente, cuando escuchamos y convivimos de verdad, un hechizo que nos lleva al túnel de la madrugada, tocamos su luna, para luego bajarnos a la hora de la concreto, regresar a lo palpable al momento de cerrar las últimas lecturas. Nos encontramos entonces con autobuses institucionales que hacen trayectos en tres o cuatro horas, en lugar de dos, un barril de cheve que no alcanza—¿alguna vez alcanzan?— un botellón de tequila envuelta en plástico, un intercambio de comentarios y direcciones electrónicas para continuar la magia, no importa que la realidad económica destruya hoy por hoy al capitalismo tal y como se había conocido antes de la elección McCain Vs. Obama. Vete a checar la bolsa de valores…
Venga entonces la realidad tridimensional de la ciudad, el puerto, la carretera nocturna con sus astros de media noche iluminando las últimas virginidades, y ahora viene esa urbanidad que se te entrega, todita para ti. Y sí, Edmundo, La Paz es enorme y cosmopolita a cualquier hora con sus ostentosos visitantes siempre listos con sus trajes de baño para un chapuzón de alberca de hotel o de mar desde un yate. Si Lizardi, La Paz está en el mapamundi con su poderosa clase media recibiendo autos deportivos desde Tijuas; con sus chicas delicadas, antes y después de Las Varitas, look casi francés o Rodeo Drive, cigarros ligth en mano derecha y un celular rosa en la izquierda. Qué te puedo decir del malecón: microuniverso de la avenida Insurgentes sur del DF; la calle Mill de Tempe, Arizona; la Ocean Drive de Miami; la Marquet Street de San Francisco. Y, claro, reflejos de la ahora cada vez más solitaria Avenida Revolución tijuanense incluyendo tiendas tipo Oxxo, remedos del circle K o Seven eleven.
Sí, mi camarada, un encuentro de escritores es incompleto, ¿quizá inútil?, si nos quedamos restringidos en el comedor-bar-cuarto del hotel, rumiando nuestra grandeza o nuestros fracasos, si limito mi actuación e interrelación alrededor de la mesa de lectura. No, mi gran cronista Edmundo, por eso, aviéntame tu ciudad entera, la que te dio y da vida, la ciudad de los taxistas morenos gordinflones con su habla sonorasinaloense, derribando formalismos, revelando el infinito placer sensual de los paceños que salen del night club rumbo a las casas de citas, a los tacos nocturnos o al buffet mañanero. La ciudad de la marginalidad que también se globaliza, ya está aquí en las cadenas de club topless, imitación del Christie´s de Las Vegas o el Molino Rojo parisino, con sus hermosas chavas locales, bajapeninsulares, madres solteras en busca del sustento para uno o dos hijos; igual que la judía que me bailó en Los Ángeles tatuada con la Guadalupana o la mulata brasileña que entretuvo al Dr. Muñoz en la escapada nocturna de Nogales muy cerca de la línea.
La otra ciudad que completa su presencia en la globalidad que a todos nos atrapa, que destruye ya metrópolis decadentes y derrumba fronteras inútiles: esa misma señora morena que prepara un huevo estrellado, es la misma que hace el servicio en el hotelito de San Diego; ese mismo pordiosero de Modesto, California, lo veo en silla de ruedas a la salida de la tarde de La Paz. Esos mismos migrantes desempleados de la construcción en Phoenix, ahora están aquí de mozos en el restaurantito del aeropuerto o colocando bloques en el futuro Wall Mart que te construyen, La Paz, para que estés a tono, ya no con Tucson, por favor, sino con la mismísima San Juan de Puerto Rico, en español.
Los encuentros, pues, se han logrado, misión cumplida, pero creo sospechar que todo encuentro es el inicio de algo o el rompimiento definitivo: mi maleta está medio vacía por haber intercambiado nuestros libros, traigo textos nuevecitos para futuras correspondencias; ahora ya sé a quien hablarle y a quien no de acuerdo a lo que traigo anotado en mi agenda; me he enterado de las editoriales sudcalifornianas y sus concursos; de otros encuentros de escritores que prometen; me puedo jactar de andar solitario en La Paz, con o sin taxi, ya sé cómo está el rollo. Los encuentros son así, bien lo sabemos, o son de una sola vez, o de varias, con sus promesas de regreso. En el caso de La Paz, como el mar con su vaivén, y como las lunas de octubre, me temo que éste será un encuentro de regresos…
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Contacte al autor: manuelmurrieta@orbispress.com
Se autoriza la reproducción con los créditos correspondientes y notificación al autor.
Desde Los Cabos
. Galeria de fotos en: www.culturadoor.com/galeria.htm
Por Manuel Murrieta Saldívar
California State University-Stanislaus
—Enviado especial de Culturadoor.com
Fotos: Culturadoor y Mara Romero
Para Ramón Cota Mesa, a la espeera de estas palabras.
LA PAZ, BAJA CALIFORNIA SUR, MÉXICO.- Si Hernán Cortés llegó a este puerto para propagar a la fuerza la hispanidad hasta la alta California, vanguardia de conquistadores y misioneros, uno hace el viaje de regreso más tranquilo. Porque desde San Francisco, quinientos años después, atravieso la California anglosajona que ya no lo es ni tanto, toda la península norte y sur, para traer letras mexicanas desde “el otro lado”. Esto significa bajar del avión de la United en San Diego, encontrar abrazos familiares con el compadre David que viene de Arizona, cruzar la frontera e instalarse en cualquier hotel cercano al aeropuerto de Tijuana.
Luego es el amanecer para mostrar el pase de abordar previo chequeo aduanal, acomodarse a todo dar en el avión Volaris y en hora y media ser cobijado ya con la amabilidad de los organizadores que de inmediato nos instalan en el hotel frente al malecón por donde nunca pasó un huracán, ni siquiera hace unas semanas. Por eso las palapas nos reciben con sus cocos bien helados, una serie de bares y restaurantes, tiendas, expendios que laten de vida como si fuera una muestra de la universalidad del planeta con, of course, el ritmo sabrosón norteño en las mariscadas y las voces de gringos y europeos extasiados con ese encuentro orgásmico del cactus sobre el mar bermejo.
Pero uno no viene de turista, traemos textos amorosos producidos por ojos narrativos que relatan lo nuestro allende al México profundo, ese de mexicanos migrantes, vigorosos e irreverentes que rompen y unen fronteras colocando a los United States como la segunda nación de habla hispana, por arriba de la mismísima España poscortesiana. Entonces pones todo a buen resguardo en el cuarto de hotel y salimos a los encuentros, el de los escritores y el de la ciudad.
El antiguo palacio de gobierno, una construcción de ladrillo centenario, nos hace pasar al interior para encontrarnos la mesa que, aun antes de iniciar cualquier lectura, proyecta ya un aire mágico: está rodeada de un patio colonial con sus arcos desmoronándose, dándole un aire de antigüedad preservada; sobre todo cuando descubres en los muros una vegetación jugosa y húmeda de verde que contrasta con el calorcito playero colándose desde las playas cercanas.
Y sí, en efecto, ahí están los micrófonos en “on”, las botellitas de agua para suavizar gargantas, la manta enorme que confirma la presencia de a quienes estamos a punto de escuchar: “Lunas de octubre 2008” con poetas, narradores, cronistas de ambos sexos y distintas generaciones pero, oh grandeza mexicana, venidos desde distintos rumbos del país con su cargamento de imaginación. Desde la cercana Ciudad Obregón, la enorme Chihuahua, los hermanos tijuanenses, sinaloenses y los del sur sur, vaya, hasta los consagrados de la ciudad de México. Y, sí, también nosotros, los mexicanos peregrinos atreviéndonos a representar a los más de 25 millones de paisanos que también tienen su corazoncito literario desde California a Illinois.
La noche ya es ama y señora, la luna casi no se nota porque se confunde con la luminosidad artificial del centro paceño que empieza ya a inundarse de metáforas, historias crueles, humor ácido, regionalidades. Es que ya empiezan a brotar las voces magnificadas por las bocinas como llamando a la ciudad a una asamblea eterna: ¡vengan, “aquí está lo bueno, la palabra!” Así, escuchamos la carga de poesía barrial y los relatos llaneros que nos transportan a nuestras queridas calles de Hermosillo, bofetadas contra la uniformidad mundial. Capto la metáfora de la violencia que se padece a diario en el eje Tijuana-Ensenada, pero que es una necesidad registrar haciendo poesía a partir de lo inmediato. Y los poemas cósmicos que vienen desde, dígase Veracruz o Chiapas, como brújulas que orientan sobre el mapa de la poesía mexicana; catarsis del mar junto al desierto, flores de cactus, pensamientos de Dios sobre las olas incluyendo hasta el recuerdo de nuestra historia con los relatos sobre Pancho Villa que aún sigue produciendo inspiración casi cien años después.
Edmundo y Karina
Mientras, Edmundo Lizardi es una carga eléctrica materializada en cuerpo humano, es la muestra de que la omnisciencia existe: como creador e inspirador responsable, real y moral del evento, ejecutante junto con los directivos y hasta choferes del Instituto Sudcaliforniano de Cultura (ISC), se desgañita: en dos segundos saluda a los que acaban de llegar, conecta a un autor de Ensenada con otro de Arizona, presenta a los funcionarios culturales con escritores claves; se sienta a escuchar lecturas en cualquier silla; consigue un auto de lujo para ir y venir, presenta a su pareja, diserta sobre las crónicas de los noventas, levanta y sube las gafas como identificándote y se atreve a solicitar enérgicamente el silencio sagrado cuando el vocerío de la puerta de entrada interrumpe la literatura oral de los protagonistas en turno.
Y ya en Los Cabos, desde las alturas de la casa de la cultura ubicada en la colina, el sonido no tiene límite, no hay paredes, revota en la bóveda celeste y en un lunón amarillento que penetra por el arco de piedra sentado en pleno mar, en la última punta de la costa peninsular. Nos escucha un gran público, sí, creo que sí, porque no es solamente ese que tengo frente mí, quizá también nos oyen en las callecitas de abajo, nuestras voces desde las bocinas del cerro, como si fuera la misma musa griega, o la Tonantzin, la inspiración que arrulla a los hijos terrestres y marítimos de abajo. Porque desde ahí y para el cosmos brota una poesía madura y seductora, y también otra precoz pero profunda, declamada por chavos locales y fuereños que casi “performean” sus versos hasta con música “new age”. Y luego nosotros, como diciendo, el gringo se amexicaniza, le gusta la taquiza, y también el mexicano se agringa no sólo en Monterrey, sino también adentro del imperio, por supuesto, con la diferencia de que allá uno se achicaniza… de eso leímos, sí, lo recuerdo bien, micrófono en alto y hasta de pie para que nos escuchen por todas esas fronteras que se han roto.
Estamos encantados, literalmente, cuando escuchamos y convivimos de verdad, un hechizo que nos lleva al túnel de la madrugada, tocamos su luna, para luego bajarnos a la hora de la concreto, regresar a lo palpable al momento de cerrar las últimas lecturas. Nos encontramos entonces con autobuses institucionales que hacen trayectos en tres o cuatro horas, en lugar de dos, un barril de cheve que no alcanza—¿alguna vez alcanzan?— un botellón de tequila envuelta en plástico, un intercambio de comentarios y direcciones electrónicas para continuar la magia, no importa que la realidad económica destruya hoy por hoy al capitalismo tal y como se había conocido antes de la elección McCain Vs. Obama. Vete a checar la bolsa de valores…
Venga entonces la realidad tridimensional de la ciudad, el puerto, la carretera nocturna con sus astros de media noche iluminando las últimas virginidades, y ahora viene esa urbanidad que se te entrega, todita para ti. Y sí, Edmundo, La Paz es enorme y cosmopolita a cualquier hora con sus ostentosos visitantes siempre listos con sus trajes de baño para un chapuzón de alberca de hotel o de mar desde un yate. Si Lizardi, La Paz está en el mapamundi con su poderosa clase media recibiendo autos deportivos desde Tijuas; con sus chicas delicadas, antes y después de Las Varitas, look casi francés o Rodeo Drive, cigarros ligth en mano derecha y un celular rosa en la izquierda. Qué te puedo decir del malecón: microuniverso de la avenida Insurgentes sur del DF; la calle Mill de Tempe, Arizona; la Ocean Drive de Miami; la Marquet Street de San Francisco. Y, claro, reflejos de la ahora cada vez más solitaria Avenida Revolución tijuanense incluyendo tiendas tipo Oxxo, remedos del circle K o Seven eleven.
Sí, mi camarada, un encuentro de escritores es incompleto, ¿quizá inútil?, si nos quedamos restringidos en el comedor-bar-cuarto del hotel, rumiando nuestra grandeza o nuestros fracasos, si limito mi actuación e interrelación alrededor de la mesa de lectura. No, mi gran cronista Edmundo, por eso, aviéntame tu ciudad entera, la que te dio y da vida, la ciudad de los taxistas morenos gordinflones con su habla sonorasinaloense, derribando formalismos, revelando el infinito placer sensual de los paceños que salen del night club rumbo a las casas de citas, a los tacos nocturnos o al buffet mañanero. La ciudad de la marginalidad que también se globaliza, ya está aquí en las cadenas de club topless, imitación del Christie´s de Las Vegas o el Molino Rojo parisino, con sus hermosas chavas locales, bajapeninsulares, madres solteras en busca del sustento para uno o dos hijos; igual que la judía que me bailó en Los Ángeles tatuada con la Guadalupana o la mulata brasileña que entretuvo al Dr. Muñoz en la escapada nocturna de Nogales muy cerca de la línea.
La otra ciudad que completa su presencia en la globalidad que a todos nos atrapa, que destruye ya metrópolis decadentes y derrumba fronteras inútiles: esa misma señora morena que prepara un huevo estrellado, es la misma que hace el servicio en el hotelito de San Diego; ese mismo pordiosero de Modesto, California, lo veo en silla de ruedas a la salida de la tarde de La Paz. Esos mismos migrantes desempleados de la construcción en Phoenix, ahora están aquí de mozos en el restaurantito del aeropuerto o colocando bloques en el futuro Wall Mart que te construyen, La Paz, para que estés a tono, ya no con Tucson, por favor, sino con la mismísima San Juan de Puerto Rico, en español.
Los encuentros, pues, se han logrado, misión cumplida, pero creo sospechar que todo encuentro es el inicio de algo o el rompimiento definitivo: mi maleta está medio vacía por haber intercambiado nuestros libros, traigo textos nuevecitos para futuras correspondencias; ahora ya sé a quien hablarle y a quien no de acuerdo a lo que traigo anotado en mi agenda; me he enterado de las editoriales sudcalifornianas y sus concursos; de otros encuentros de escritores que prometen; me puedo jactar de andar solitario en La Paz, con o sin taxi, ya sé cómo está el rollo. Los encuentros son así, bien lo sabemos, o son de una sola vez, o de varias, con sus promesas de regreso. En el caso de La Paz, como el mar con su vaivén, y como las lunas de octubre, me temo que éste será un encuentro de regresos…
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Desde Los Cabos
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