Ramón Cota Meza
2010-01-16•Acentos
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La encuesta Mitofsky “El país que queremos” (Nexos, enero) me recordó el juego adivinatorio infantil: “Piensa un número, ya lo pensé, agrégale x, resta el número que pensaste, te quedó y.” La diferencia es que, mientras en el juego el resultado siempre es exacto, a la encuesta le sobran tornillos y le falta seso. Resulta que Estados Unidos es el país al que más quieren parecerse y menos quieren parecerse los mexicanos. Le sobran tuercas.
Lo curioso es que el porcentaje mayor es el de los mexicanos que no desean que su país se parezca a ningún otro, pero esto no provoca ningún comentario de los intérpretes. Al contrario, el ambiguo editorial de la revista mete su idea con calzador: “La mayoría de los mexicanos quiere un país mejor que el que tiene, un país distinto, otro país.” Un anunciante en televisión fue más allá: los mexicanos quieren que su país se parezca a cualquier otro, menos a sí mismo.
Los comunicólogos serios llaman a esto “efecto de imposición de problemática”. Eric Maigret: “Los sondeos miden un estado artificial de lo social mediante el juego de las ‘no respuestas’, las respuestas cambiantes y las respuestas obligadas a los encuestadores frente a los que se considera legítimo responder (…) La débil coherencia de las actitudes significa que los sondeos pueden guiar en parte las respuestas por su formulación o por el contexto en que se aplican, obligando a adoptar una posición simple.” (Sociología de la comunicación y de los medios… FCE, 2005).
La idea de la encuesta fue tomada de un socialdemócrata español que dijo: “Queríamos parecernos a Francia y Alemania.” No es muy científico tomar sus palabras al pie de la letra. Lo que quiso decir fue: como socialdemócratas estábamos en la ruta de los partidos fraternos de Francia y Alemania. Resultó conveniente. El “nuevorriquismo” español ha sido subsidiado por la Unión Europea. Falta indagar qué tanto se parece la España actual a sus modelos. Tiene más de 20% de desempleo y una deuda cuyo pago llevará generaciones. España no se parece a Alemania; está siendo colonizada por retirados alemanes y por reventados de toda Europa.
Si algo, la encuesta Mitofsky arroja que Estados Unidos es omnipresente y que los encuestadores quieren parecerse a un socialdemócrata español. Creer que una nación puede transformarse imitando a otra es pueril. Los modelos sirven a los individuos, no a las naciones. Un individuo puede desarrollarse siguiendo un modelo, poniéndole contenido y ajustándolo sobre la marcha. No así las naciones, porque carecen de una instancia controladora de las acciones individuales. Cada cual toma su rumbo. Sobrevive la identidad nacional, sustentada en características propias, asunto resuelto desde la formación de los estados nacionales. Por su diversidad, Estados Unidos es la nación menos imitable.
Lo curioso es que los intérpretes de la encuesta se han singularizado por desbancar la pretensión histórica mexicana de parecerse a Estados Unidos y a Francia. Como académicos, todos ellos han asumido la tesis de Tocqueville sobre la inadecuación de la realidad mexicana al modelo constitucional americano. Por tanto, su campaña por la imitación mexicana de Estados Unidos exhibe cinismo respecto de sus propias convicciones profesionales. En el mejor de los casos dicen: “Sí, pero no.” Al parecer, todo se reduce a recibir paga por edulcorar una encuesta insostenible. No wonder.
La orientación política y económica basada en “modelos” está muy desprestigiada. Fue sólo un intermedio platónico en un contexto confuso. Las mentes pensantes están emplazadas a enfocar su esfuerzo en lo que su país puede hacer por sí mismo. El México moderno reclama ser descubierto. La dificultad radica en la pretensión de los intelectuales capitalinos de sentirse cosmopolitas. Humano, demasiado humano. No ven que la sociedad mexicana se ha estado transformando a grandes pasos, como todas las sociedades. Basta ir a las ciudades para ver su modernización. Con el gobierno y a pesar de él, México es un país pujante. En cualquier ciudad media te sorprenderá que nadie se interese en lo que los intelectuales capitalinos piensen de ella. La gente está en lo suyo.
Mucho se habla de la irrelevancia de la Presidencia de la República, muy poco de la transformación de los estados. Por primera vez en su historia, las entidades de la república tienen algo qué decir y están orgullosas de ello. La preocupación capitalina por la rendición de cuentas y los “caciques” reproduce un esquema de análisis anacrónico. No hay caciques en México y no puede haberlos porque la sociedad es diversa y democrática. Sospecho que no hay caciques desde fines del siglo XIX. El argüende sobre caciques es una invención centralista para imponerse.
Como mexicano periférico (no provinciano), nunca he visto a un cacique en mi vida. Si quieres imitar a Estados Unidos, piensa en esto: Right or wrong, it’s my country. blascota@prodigy.net.mx
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