José Antonio Crespo
En memoria de Carlos Rico, académico, diplomático y viejo amigo.
Si revisamos la evolución de las ideas y los valores de la modernidad y la sociedad abierta, veremos que, pese a grandes resistencias, han logrado imponerse gradualmente. Seguramente lo mismo ocurrirá con muchas de las libertades de conciencia que ahora buscan abrirse camino pese a la oposición de diversas iglesias y los grupos conservadores de la sociedad: entre ellas están la despenalización del aborto, la diversidad sexual —con sus derechos inherentes— y la muerte asistida como una decisión personal. La mayor fuente ideológica de resistencia del pensamiento y los valores modernos ha sido probablemente la tradición judeo-cristiana, cristalizada —no exclusiva, pero sí particularmente— en la poderosa Iglesia católica. En su momento, ésta se opuso con toda su fuerza al desarrollo científico y la investigación empírica, porque sus hallazgos contravenían la interpretación literal y estrecha que el catolicismo hacía de la Biblia (la escolástica). Por ejemplo, la Iglesia afirmaba que no podía haber más de tres continentes (que eran reflejo de la Trinidad) o animales distintos a los conocidos en esos tres continentes (como resultaron ser los canguros), pues ponían en duda la narración del arca de Noé. Y calculaba la edad del universo en cuatro mil años (a partir de Adán), algo cuestionado por la geología científica, que descubría fósiles con millones de años. Y, por supuesto, rechazaba la idea de que la Tierra giraba alrededor del Sol, dado que la Biblia habla de una épica batalla en la que Yahavé detuvo al Sol para dar tiempo a la victoria de los hebreos. También condenó el evolucionismo darwiniano, por contradecir la literalidad del Génesis. Al final del siglo XIX, la Iglesia tuvo que reconocer pública y oficialmente que en todo ello se había equivocado, que su interpretación de las escrituras (respecto del conocimiento y la explicación de la naturaleza) había sido errónea.
La reforma luterana, pese a ser un movimiento netamente religioso y teológico, dio paso a una mayor libertad de pensamiento y permitió por tanto la investigación científica, con el consecuente progreso técnico y social (mientras papas, cardenales y obispos se daban vuelo con prostitutas, concubinas y concubinos). No es casual que la Europa protestante se desarrollase más temprana y claramente que la católica (y no es casual la distinta suerte que tuvieron las colonias americanas de una y otra Europa: los prósperos EU y Canadá, frente a la rezagada América Latina).
La historia sugiere que, en algún momento futuro, las libertades de conciencia que hoy se debaten terminarán por abrirse paso. Veamos lo que ocurrió con ideas conservadoras de origen religioso, vigentes apenas hace algunas décadas, como la virginidad hasta el matrimonio (a la que hoy incluso se le ve como una práctica poco racional). O la idea de que había que tener los hijos “que Dios mande” o la imposibilidad de divorciarse, algo ya plenamente aceptado en las sociedades modernas. En un pasado más remoto, eran desechadas incluso medicinas, tratamientos y analgésicos, por razones religiosas, pues si se sufría de algún mal era porque así lo había querido Dios. Lo mismo puede suceder con la condena a la homosexualidad que hace la Iglesia, enviando incluso al infierno a quienes tienen tales preferencias (mientras esconde y encubre a los sacerdotes pederastas). No se conoce con precisión la causa de la homosexualidad, que algunos atribuyen a condiciones biológicas y otros a elementos estrictamente sicoculturales. Lo único cierto es que en todo tiempo y cultura ha existido,y que también se manifiesta en el reino animal (por lo cual difícilmente puede ser atribuible a la cultura, de la que no participan los animales).
La Iglesia puede, si así lo desea, continuar instalada en el siglo XI. Lo que no es aceptable en un Estado laico es que sus doctrinas sean el fundamento para reglamentar las libertades de conciencia y la convivencia social. Los liberales de hoy tendrán, pues, que dar esa batalla legal contra el todavía poderoso conservadurismo mexicano —y su homofobia e intolerancia inherentes—, que parece vivir aún en la Colonia. Algo para lo cual, desde luego, no se contará con el PAN ni, por lo visto, con “el PRI del siglo XXI” (que está resultando ser del siglo XIX). Todas las encuestas sobre estos temas sugieren que los jóvenes muestran un criterio más amplio: el cambio generacional permitirá superar los valores atávicos. Frente a los grandes obstáculos, las libertades de conciencia, sin embargo,se mueven.
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