lunes, 13 de junio de 2011

Denisse Dresser:Y el vaso?

REFORMA 13 junio 2011








El PAN intenta aplaudir lo que ha logrado, mientras el PRI abuchea; El PRI rechaza la responsabilidad que tuvo en meter a México en un hoyo; el PAN no ha hecho lo suficiente para sacar a millones de allí



El vaso está medio lleno, asegura Ernesto Cordero; el vaso está medio vacío, le responden sus críticos. México dejó de ser un país pobre, argumenta el Secretario de Hacienda y candidato presidencial; México todavía lo es, le contestan quienes quieren sabotearlo. Cifras van, cifras vienen y no queda claro cuál es la descripción correcta, el diagnóstico adecuado, el posicionamiento que mejor refleja la realidad. ¿Debe el país celebrar su condición clasemediera o lamentar que 50 millones de pobres no la comparten? ¿Debe México congratularse por los pasos que ha dado —durante la última década— en favor de las clases medias y su consolidación o denunciar que han sido demasiado pequeños? El problema con el debate reciente es que desvía la discusión de donde debería estar. Centra la disputa en la cantidad de líquido que contiene el vaso mexicano, en vez de cómo convertirlo en highball, en copa. En cómo hacerlo crecer.



De manera torpe, de forma insensible, de modo cuestionable Ernesto Cordero ha tratado de articular algo importante: la sociedad mexicana está cambiando y las clases medias están avanzando. Una persona es de clase media cuando tiene una mínima independencia económica, aunque sea precaria. El término incluye a profesionales, comerciantes, burócratas, empleados, académicos, todos los cuales cuentan con un ingreso familiar suficiente para no preocuparse por su sobrevivencia. Es probable que el porcentaje de la población total que alcance ese nivel hoy llegue a casi 60 por ciento.



En su libro “Clasemediero”, Luis de la Calle y Luis Rubio argumentan que, más allá del ingreso, ser de clase media entraña una actitud y un número creciente de mexicanos la comparte. En los últimos años los clasemedieros lograron comprar una casa; tienen tarjetas de crédito aunque cercanas al tope; entienden que el futuro de sus hijos depende de saber usar una computadora y hablar inglés; cuentan con automóvil y aspiran a elevar su nivel de consumo de manera sistemática. En México —gracias a la estabilidad macroeconómica— hay un segmento creciente de la población que ya no es pobre, va al cine, sale de vacaciones, compra diversos bienes. Se siente de clase media y quiere proteger ese status. Ya no insiste en la redistribución de la riqueza sino en su acumulación. Según Ernesto Cordero, estas son señales de que el país está cambiando en la dirección deseable. Luego entonces, la población debe mantener al PAN en Los Pinos, dados el impacto positivo de 10 años de estabilidad panista versus décadas de inestabilidad priísta.



Para los que ven el vaso medio vacío, la defensa corderista de sus logros es mentirosa, electorera, deshonesta. Señalan que de todos los países latinoamericanos de ingreso medio alto —incluyendo Brasil, Argentina, Chile, Colombia y Costa Rica— México tiene el peor indicador de pobreza. Que 47 por ciento de los mexicanos, o sea 50 millones 290 mil personas viven en pobreza y 21 millones 400 mil personas apenas subsisten. Que según cifras de la Coneval, el número de pobres aumentó en casi 5.9 millones en los primeros dos años del gobierno de Felipe Calderón. Durante el sexenio de Vicente Fox la pobreza alimentaria cayó casi 14 por ciento para dispararse después en 2007. La política social no combate la pobreza, la administra, dicen personajes priístas como Francisco Rojas. En México algunos caminan hacia adelante mientras muchos permanecen estancados, afirman prominentes líderes del PRI. “Debe haber un reparto equitativo de la riqueza” declara Enrique Peña Nieto, mientras se niega a debatir sobre el modelo económico prevaleciente y cómo lo cambiaría.



El PAN intenta aplaudir lo que ha logrado, mientras el PRI abuchea. El PRI rechaza la responsabilidad que tuvo en meter a México en un hoyo –durante los 80s y 90s– mientras el PAN no ha hecho lo suficiente para sacar a millones de mexicanos de allí. El asunto es que entre acusaciones y descalificaciones el meollo del problema permanece archivado, guardado, ignorado. La falta de crecimiento económico sostenido. La ausencia de una marea que alce todos los barcos, incluyendo los de tantos que sobreviven con apenas 20 pesos al día. Aunque este año la economía se expanda, el Producto Interno Bruto ha crecido en un promedio anual de sólo 1.6 por ciento en los primeros cinco años del sexenio, y 1.5 por ciento promedio anual en la última década, cifras que explican por qué la clase media crece pero muy lentamente, cifras que revelan por qué los pobres no dejan de serlo.



La raíz del problema es que los planteamientos —tanto de un bando como del otro— no entienden lo que la ausencia de crecimiento significa para una sociedad. Como explica Benjamin Friedman en “The Moral Consequences of Economic Growth”, el crecimiento promueve más oportunidad, más movilidad, más compromiso con la equidad, más dedicación a la democracia. Sin crecimiento económico del tipo que están experimentando países como India y China, México construye “clasemedieros”, pero no a la velocidad que podría y debería. Llena el vaso, gota a gota, pero sigue tolerando que sea de tamaño tequilero.

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