jueves, 30 de junio de 2011

El olvido de pensar


La Razón                                        29 junio 2011

Otto Granados
Atrapados hasta el hartazgo en la coyuntura cotidiana de la inseguridad, las elecciones, las candidaturas presidenciales, la frivolidad de los políticos o las promesas, tan aburridas como estériles, de las llamadas reformas políticas o estructurales, México parece haber perdido la capacidad de pensar o por lo menos de diseñar lo que el país quisiera ser, si algo, en las próximas décadas, y ponerlo en una perspectiva comprensible.
Pienso por ejemplo en la economía. El activo de la estabilidad macroeconómica es ya tan sólo una condición necesaria, ciertamente valiosa, pero para nada suficiente para alcanzar tasas sostenidas de crecimiento anual del 8 por ciento, y no está claro quién ha construido un mapa integral y práctico que nos permita saber cómo alinear las diversas políticas —fiscal, monetaria, gasto, etc.— e introducir nuevas de suerte que den ese resultado concreto.
Tampoco se ve si el país se está preparando para la transición energética, es decir, si estamos formando los recursos humanos necesarios, si tenemos ya una idea de la infraestructura que será necesaria, si se cuenta con una previsión de largo plazo para un mundo sin petróleo o con una disposición de fuentes alternas compatible con el medio ambiente y con el crecimiento económico.
Un tercer aspecto se relaciona con el tipo de ciudades que nos gustaría ver en las siguientes cuatro o cinco décadas. Una cosa es la acumulación desordenada de capital físico —vialidades, centros comerciales, conjuntos habitacionales, etc.— y otra es disponer de una visión conceptual de la “ciudad” vivible, abierta, global y competitiva que provea bienestar y calidad a sus habitantes.
En este sentido, algún día llegará la necesidad de imaginar, por ejemplo, formas de integración fronteriza, impensables ahora, entre Tijuana y San Diego o Juárez y El Paso, que producirán una fisonomía urbana inédita y muy distinta al resto de México.
Un cuarto desafío es cómo vamos a organizar en el plano agropecuario el tremendo reto que supone una menor disponibilidad de agua y precios más altos de la energía con una mayor demanda de alimentos y tendencias al alza en el consumo humano de proteínas y calorías. Este balance requerirá nuevos enfoques agrícolas y alimentarios, de gestión hidráulica, de ingeniería genética, de investigación biotecnológica y un largo etcétera de decisiones que habrá que tomar oportunamente.
O, finalmente, cabe plantearse si eso que llamamos “México” seguirá teniendo sentido en un contexto no sólo de cambios tecnológicos radicales o de desaparición de fronteras virtuales, sino ante el hecho de que el país es cada vez más heterogéneo o de que tan sólo cinco estados concentran el 65% de la inversión extranjera directa, producen 53% de las patentes, tienen el 49% de los investigadores que existen en México, el 31% de las empresas grandes y generan el 30% del PIB.
¿Qué México va a ser ése exactamente, de continuar estas tendencias tal como ahora?
En fin, entre marchas, diálogos y comerciales electorales, bien haríamos en ponernos a pensar, de vez en cuando, en estos pequeños temas.

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