viernes, 17 de junio de 2011

De aborto y libertades

Juan Melgar


“En el nombre del padre y del hijo y etcétera”, masculla el hombre aquel, todo vestido de negro y muy negra la mirada (como si personaje de un drama garcialorquiano fuese), antes de prenderse del ambarino gollete de la panzuda. Sin eructar como mandan los cánones en Los 7 Pilares, se limpia la espuma de las fauces con un negro pañuelo bordado con crucecitas gamadas, y dice así con inspirado acento:



--Claro que estamos a favor de la vida. Claro que estamos en contra del aborto. Claro que vamos a pelear como templarios esta cruzada en favor de los más altos valores de la cristiandad. Claro que obligaremos a los diputadetes éstos a legislar contra el crimen nefando. Claro que hemos de castigar a las zorras que atentan contra la moral--.



--¡Alto! ¡Engarróteseme ai! –advierte con voz de trueno La Doñita, ama de casa de suyo tranquila y mesurada, a menos que le llenen el calcetín de piedritas, como parece ser el caso con este sombrío sujeto que llegó al ágora de los sin tierra pisando quedo, como sórdido espectro, y se ha puesto a despotricar contra las mujeres: “bestias que pecan cuando interrumpen su embarazo”. –Al ágora de la palabra libre se viene a dialogar y a emitir juicios sustentados. Usted agrede a mi género cuando nos llama “bestias pecadoras”. Escúcheme, predicador del oscurantismo: tenemos --las mujeres y sólo las mujeres--, derecho a la libertad absoluta sobre nuestro cuerpo. Nadie aborta por gusto o por “maldad” como usted parece suponer. Las mujeres tomamos esa difícil decisión obligadas por circunstancias sociales y económicas que usted no parece capaz de entender. El asunto fundamental aquí es el de la libertad, otro concepto de difícil asimilación para quienes como usted, medran en las iglesias y en las cañerías de los edificios fundamentalistas que los acogen.



El aparecido no esperaba, al parecer, oposición en este aguaje sórdido, frecuentado –según tenía entendido--, por varones insulares machazos por los cuatro costados. Esta doña no encaja en el ambiente.



--Disculpe, señora, pero creo que se equivocó de ágora. Jamás he discutido idea u ocurrencia alguna con mujer. ¡Ultramarinero! Acompañe a la señora a la salida, que vamos a discutir entre iguales esto del nefando aborto, y de las penas terribles que habremos de sugerir a los diputadetes se les apliquen a las mujerzuelas, y a los médicos que las asistan, y a todo aquél que--



Como en Fuenteovejuna, todos a una, la mancha de ganapanes que espanta la calor a pajuelazos de amargor embotellado se levanta de sus asientos como si les hubiesen aventado un panal de bitachis con la rabia. Se acercan con frías miradas al hombre de negro y no necesitan siquiera cuchiliarle los perros (“Jandor” y “Guante”) que en el aguaje se han aquerenciado, porque el bruno sujeto sale dando rápidos pasitos de costado hacia la calle polvorienta para enrumbar meneadito hacia horizontes menos dañosos.



En este Hyde Park chollero todo mundo tiene derecho a expresarse, con la razón o sin ella; pero hay tipos que abusan.

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