Alejandro Alvarez

Casi veinte años después volví. Esta vez unos quince estudiantes Geología del Politécnico decidimos en caliente irnos de pinta a Acapulco. Llegamos de noche molidos y hechos una sopa. Nos metimos de inmediato al mar que ahí estaba nomás cruzando la calle donde nos había dejado el camión. Algo olía mal pero seguimos retozando hasta que un policía nos dijo que era mejor que cambiáramos de playa porque ahí desembocaba el desagüe de la ciudad. Debimos ser un foco de infección ambulante, algunos hasta se echaron unos tragotes de agua mar-cagada, pero poco nos importó. Nos alojamos en un hotelito que era un pequeño prostíbulo, las putas iban y venían con sus clientes y nosotros como perritos en rosticería nomás las veíamos dar de vueltas con uno y otro cliente. Después nos fuimos de excursión al cabaret más importante de la zona de tolerancia o zona roja de la época, La Huerta. Quedamos hipnotizados, nunca habíamos visto en vivo tantas nalgas y senos desnudos en tan poco espacio y en tan poco tiempo. Se nos torcía el cuello de ver a uno y otro lado y no saber para donde voltear. Cansados de mirar volvimos al hotel para hacernos justicia por propia mano. El presupuesto no daba para más. Al otro día volvimos a la playa unas horas y emprendimos el regreso sin conocer nada más de la ciudad.
Hace unos días regresé nuevamente a Acapulco. El viaje se hace en cinco horas por una super autopista que cruza cerros y cañadas a través de túneles y puentes imponentes. Una gran concentración urbana de colonias populares precede la llegada al puerto. Encuentro una ciudad patrulllada por grupos de policías y soldados fuertemente armados. Es el operativo federal Guerrero seguro. Congestionamientos enloquecedores bloquean el centro de la ciudad. Una hilera continua de edificios-hoteles de diez, veinte y treinta pisos con cientos de habitaciones cada uno amurallan la bahía y hacen imposible verla desde la avenida costera, la principal vía citadina. Pero más allá de la bahía esa muralla de hoteles, fraccionamientos turísticos y residencias continúa pasando Puerto Marqués. Las playas de El Revolcadero son ahora invisibles por la instalación de campos de golf, mega centros comerciales y más hoteles de cinco estrellas. Un ejército de hombres y mujeres atienden los servicios que demanda toda esa infraestructura turística que satura la vista y aturde. Algo hicimos mal en ese destino, ahora difícil de disfrutar.
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