jueves, 10 de noviembre de 2011

Del Pulmo y otras maravillas


Juan Melgar


“Me eché enzapetado al agua en El Pulmo para rescatar el salacot que se le había caído al misionero italiano que decía misas en Santiago y que andaba de paseo por el lugar. Encaramado en la punta del cerro que cae a pico sobre las aguas azules del golfo, un ventarroncillo le había arrebatado de la cabeza el duro sombrero, que flotaba y se alejaba ya mar afuera. Hube de nadar desde la caletilla donde la playa de tejas redondeadas se une a los piedrones del acantilado. Una enorme mancha de sardinas me recibió, apenas atrás de donde rompían las mares, no muy bravas por cierto. El bloque cerrado de sardinas se abría frente a mí para dar paso a robustos jureles que llegaban a golpear la mancha para embuchacar pececitos a placer. Bajé unas brazas hacia una formación de negras mantas que nadaban a media agua hacia mí; pasaron a mis costados, arriba y abajo, cientos de ellas, como jugando. Allí, casi al alcance de mi mano, encontré grandes formaciones de cabrillas, pargos, roncadores, toritos, zapateros, pericos, chopas, cochitos, rayadillos, muleginos y, sacando la cabezota de sus cuevas entre el coral, anguilas y langostas verdes me hacían gestos a la pasada”.
            El Viejo Chamán yaqui hace una pausa para darse un lingotazo largo del bebestible que atesora su garra izquierda, en la acostumbrada pausa que la perrada reunida en el aguaje conocido como Los 7 Pilares aprovecha para lanzarle la pregunta de rigor:                     --¿Cuándo fue eso, Chamán?”
            --Fue en los años cincuenta del siglo que pasó. Y conste que hube caído en uno que otro placer perlero de los que por estas aguas abundaron, desde cuando me enganché en las armadas conchaperleras de Manuel de Ocio y hasta las de Gastón Vivés, y nunca vi tanto animalero como el que columbré en El Pulmo. Ai sí que yerve el agua de tanto animal de escama que uno ve. Los comeríos que se establecen a partir de las manchas de sardina pueden divisarse desde muchas millas: las tijeretas y las gaviotas roban en el aire la pesca a los alcatraces y pelícanos que se clavan como flechas en la superficie, mientras los pejegallos, dorados, barriletes, atunes, pejefuertes y jureles le tupen a la mancha de sardinas por debajo, en un frenesí de muerte que no se olvida, cuando has sido testigo dello, desde tu chalupín o entre el agua. No hay nada como El Pulmo. No señor.
            --¿Y el salacot del misionero?, ¿lo alcanzaste?—pregunta El Parara, picado.
            --Cómo no. Le llegué por debajo y me lo casqué, apretándome el barbiquejo a la quijada. Tardé buen rato en regresar a la playita de tejas porque había correntada fuerte pa fuera, con algo de resaca, pero le entregué en propia mano su sombrero al cura. Ni las gracias me dio el muy cabrón, que hasta me vio feo. ¿Sería porque salí bichi?
            Las carcajadas del infelizaje rubrican la salida del yaqui.
            --Pero te diste un gran taco de ojo en el arrecife, ¿no? –lo consuela El Bolas, joven comedido de El Calandrio y orgullo de su universidá.
            --Eso sí.
            --¿Sabías que una empresa española anda queriendo construir por el rumbo un megadesarrollo que traerá 50 mil almas a retozar en tu paraíso?—intriga Carambuyo Bill, hombre de fronteras, aventurero y poeta en sus ratos libres--. La Semarnat ya les aprobó el proyecto “porque no afecta al ambiente”, pero los pobladores de cabo Pulmo andan movidos, peleándole a los gobiernos para que cuiden este patrimonio de todos.
            --No van a salirse con la suya los hispanos—afirma convencido el anciano, mientras da el último trago a su forjada. Con una chispa especial en sus ojillos de conspirador anarquista que tantos movimientos sociales han visto, dice a sus compinches en voz baja:
            --Miren: va a ser cosa de que hagamos lo siguiente…
            La voz de cantos rodados del brujo de la contracosta se vuelve murmullo de moscorrones. Por los huecos de la techumbre las estrellas cuelan sus brillos para prestárselos a aquellos infantes confabulados, mientras la antigua ciudad y puerto duerme, como si lo mereciera.

  

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