Analecta de las horas
Ariel González Jiménez
2009-05-30•Cultura. MILENIO DIARIO
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Apesar de que como discursos la tolerancia y la pluralidad han ganado importantes espacios formales en el mundo de hoy, la verdad es que diariamente, en los hechos, son rechazadas o ignoradas en innumerables países. Y no se crea que uno tiene que hacer referencia a sitios exóticos donde igualmente las libertades y derechos más elementales viven su punto más bajo. Aquí mismo, en nuestra región, América Latina, la situación de estos valores es bastante penosa en varias naciones cuyos gobiernos ostentan una supuesta filiación de izquierda, sin importar que en realidad todo lo que las distingue como tales sea más bien un simple y grosero populismo.
Los últimos días dan cuenta de un ambiente en el que los “gobiernos revolucionarios” se ensañan contra todo aquello que diverge de sus verdades y doctrinas oficiales. En Nicaragua, Daniel Ortega se empeña en perseguir y silenciar a algunos de sus ex camaradas del Frente Sandinista de Liberación Nacional porque han tenido la mala idea de disentir de su política o, peor, de dudar que él represente las aspiraciones por las que alguna vez luchó la revolución sandinista. Así, la ha emprendido contra el poeta Ernesto Cardenal y el escritor Sergio Ramírez, de un modo que el mismísimo dictador Somoza hubiera envidiado por su perversidad política y personal.
Al poeta, Ortega lo ha acosado a través de un aparato de justicia absolutamente corrompido y puesto a su servicio personal, al punto de que sigue impune el sistemático abuso sexual que denunció su hijastra, Zoilamérica Narváez. Estos mismos jueces y magistrados que declararon prescritos los cargos que su hijastra presentó contra Ortega, son los que han ordenado congelar las cuentas bancarias del poeta y lo han condenado a varias penas y a pagar diversas multas. ¿Cuál es el delito del bardo? Decir claro y fuerte, dentro y fuera del país, la verdad: que “Ortega no es el sandinismo, sino su traición”.
Al escritor Sergio Ramírez las cosas no le van mejor. A finales del año pasado el gobierno de Nicaragua, a través de unas autoridades culturales tan indignas como las judiciales, impidió la publicación de una antología de poemas de Carlos Martínez Rivas que el diario español El país tenía proyectada. ¿El motivo? Que el prólogo de la obra había sido elaborado por Sergio Ramírez, un abierto crítico del gobierno de Daniel Ortega. Y valiéndose de que su gobierno era el responsable de los derechos de autor de la obra de Martínez Rivas, dio por terminado el episodio.
Ahora, a mediados de la semana pasada, este autor ha sido objeto de un ataque que protagonizó la Unión Nacional de Estudiantes (UNEN), un organismo porril también al servicio de Ortega, que recibió al escritor con unas mantas en las que lo acusaba de traidor y vende patria. Por si hiciera falta, el líder estudiantil sandinista, César Pérez, precisó que “hay un mandato de no dejar entrar a Ramírez a ninguna universidad pública”. La razón asiste al escritor cuando dice que impedir la presentación de su último libro El cielo llora por mí, “es igual que mandar a quemarlo”. Pero que Ortega ordene que esto suceda en una universidad muestra el rostro más cavernario y grotesco de su gobierno.
Más al sur, en Venezuela, un foro de ideas en el que participaron intelectuales como Mario Vargas Llosa y Enrique Krauze fue amagado por los chavistas, quienes advirtieron que no tolerarían “ninguna provocación”. ¿Qué puede constituir una provocación en este país? Pues lo mismo que en Nicaragua: cualquier crítica. Por fortuna, el evento se ha podido desarrollar sin mayores incidentes y concluyó (a juzgar por el último cable que pude consultar) con una invitación de Hugo Chávez a debatir (algo que ya han aceptado los participantes del foro, siempre y cuando sea con el propio gobernante).
Alguien podría decirme que intento cargar la mano a los supuestos gobiernos de izquierda de la región, y que con mayor visión crítica debería decir que a miles de kilómetros de ahí, ni más ni menos que en Italia, pasan cosas parecidas. Ayer, para no ir lejos, la editorial Einaudi, de la que es propietario Silvio Berlusconi, ha dispuesto no publicar la obra El Cuaderno, del premio Nobel José Saramago, porque contiene algunas críticas al primer ministro italiano. De acuerdo con la casa editorial, esta obra contiene “juicios que, como mínimo, son cortantes sobre Silvio Berlusconi, que es propietario de Einaudi”. Se refiere a que el escritor portugués tilda en su libro de delincuente a Berlusconi.
Y, sin embargo, aun en la Italia de Berlusconi (que desde mi punto de vista no tiene nada de ejemplar para la vida democrática) las cosas en materia de tolerancia y pluralidad no son semejantes a las de Nicaragua o Venezuela. Para empezar, porque nadie como empresario editorial está obligado a publicar un texto que considera insultante para su dueño (que además es primer ministro). Pero todavía hay algo más importante: Saramago puede ingresar a Italia y los italianos podrán leer su obra en cuanto otra editorial italiana la publique y, por supuesto, podrá ser presentada en las universidades de ese país (que no son propiedad del señor Berlusconi ni responden a su partido).
Managua y Caracas están muy lejos de Italia, por más que Berlusconi pueda tener puntos de contacto con Ortega y Chávez.
arijimenez@milenio.com
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