lunes, 22 de agosto de 2011

QUE LOS GAYS SE AGUANTEN LAS GANAS



Alejandro Alvarez

Ciertas peticiones o exhortos a grupos sociales por parte de líderes rayan francamente en la ocurrencia disparatada. Un poeta de reciente fama, con apellido de isla italiana, llamó a los narcos a que no sean tan malandros, que sean buenas personas, respetables y correctas. Que ya no se maten, que mucho menos mutilen ni torturen a sus víctimas, que no las hagan cachitos. Que no  propalen el vicio, que no secuestren ni aterroricen. Sí cómo no, miles de ellos se unieron al llamamiento.  Recuerdo entre brumas memoriosas otras locuras similares como aquellas de los clásicos priístas de las primeras crisis que invitaban a los mexicanos a “amarrarse el cinturón”. Claro, mientras ellos nos abrochaban… el cinturón. De hecho los políticos –del azul al amarillo pasando por el rojo y verde– son una veta inagotable de invitaciones masivas a realizar actos de risa, si no fuera porque son una tragedia.
Leo una de las últimas perlas de ese tipo y no la creo. El arzobispo Víctor Sánchez Espinosa de la arquidiócesis de Puebla explica que un retiro espiritual apoyado por esa demarcación religiosa el pasado fin de semana y que organizó la agrupación “Courage” tuvo como intención “promover la conservación de la castidad entre jóvenes homosexuales, tal como el dogma pretende entre los heterosexuales”. Ya de por sí el grupo Courage se planteó de partida un propósito bastante canijo de obtener, lo transcribo de sus documentos disponibles en la red de redes. Dice así: “Courage es un apostolado de la iglesia católica que busca atender a personas con deseos y atracción homosexuales y animarles a vivir en castidad absteniéndose de actuar de acuerdo con sus deseos sexuales”. ¡What! No manchen. Eso no es animarlos, es desanimarlos. Es la muerte en vida. Pero en fin, vayamos a lo nuestro, el pecado.  Difícil es comprobar la pretendida castidad entre los hombres y las mujeres de buena voluntad (u hombres que no quieren ser hombres o mujeres que gustan de la compañía de otras mujeres, y puntos intermedios que son infinitos), sean de la raza que quieran poner y con los motivos que gusten. Ahora que al invitarlos a la supresión de actos carnales de tal envergadura (no empiecen) no sé cómo será que se atienda a los que acepten tal invitación. Me imagino la escena. “Señores y señoras de Courage soy fulanito y recibí su invitación ¿cómo le hago para conservar la castidad? Ah! si como no, pásele por aquí. Mire siéntese mientras llegan los otros invitados e invitadas. Tómese un cafecito (o cafecita) o un tecito (o tecita), ya no tardan los mil millones de invitados”.
Volviendo al punto inicial de la reunión de Courage en Puebla se informa que casi una centena de homosexuales de varios estados del país participaron, aclarando los líderes religiosos que no pretendían “curar” el homosexualismo sino “dar acompañamiento espiritual a los jóvenes interesados” (ajá!). A estas alturas de la historia de la humanidad –los griegos y romanos de hace más de dos mil años son un buen referente para los interesados en el tema– insistir en la idea de que la homosexualidad es una “enfermedad” (curable o no) es equivalente, o peor, a propalar que la Tierra es plana y está soportada por una gigantesca tortuga.  De acuerdo con la página oficial de Courage, este grupo califica la homosexualidad como una perturbación generada por distintos factores sociales por lo que su labor es “concientizar” a los jóvenes sobre las desventajas o insatisfacción personal de tener orientaciones sexuales “desviadas". Esta misma organización asegura que un altísimo porcentaje de las personas –gays– que se acercan para recibir orientación espiritual lo hacen por la insatisfacción en el estilo de vida que ofrece la homosexualidad.
No quiero presumir de tener un gran conocimiento del tema pero hasta donde alcanzan mis pesquisas no he conocido ningún gay deseoso de cambiar de rumbo, mucho menos de aplicarse baños helados ante las oleadas de calor corporal. Y para acabar pronto, ni homo ni heterosexuales están dispuestos a que nadie les marque la ruta de su comportamiento o preferencia de alcoba. Ni que nadie meta las narices bajo sus sábanas. Faltaba más. 

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