viernes, 26 de abril de 2013

Homosexuales de Santa Rosalía




Ramón Cota Meza

Cuando escucho el comentario mordaz de que en Santa Rosalía hay muchos homosexuales (ponga usted el sinónimo que prefiera), contesto: “No es que haya muchos; es que son notorios.”  Añadiría que su notoriedad proviene de su desinhibida presencia en la vida económica y social, atendiendo servicios, al frente de negocios, cumpliendo encargos, organizando actividades sociales y recreativas y en tertulias con personas de los otros sexos. Al menos este era el panorama cuando viví allá hace casi cuarenta años.

Fue Roberto Gastélum quien me dio la clave para entender el fenómeno. “Entre los franceses también había muchos”, me dijo. Y luego corrigió: “Bueno, no muchos, sólo algunos muy notorios porque la compañía los empleaba en puestos de control y atención a los empleados mexicanos. Ellos eran también los organizadores de las fiestas de la colonia francesa, carnavales, bailes de máscaras y esas cosas que los franceses acostumbraban.” Me mostró fotografías de fiestas pero no reconoció a ningún personaje porque todos estaban disfrazados.

Roberto me había descubierto el eslabón perdido: la notoria presencia de homosexuales en Santa Rosalía es una herencia de la compañía francesa. Por razones que ignoro, los franceses preferían a homosexuales en puestos administrativos y de servicios, quizá porque los consideraban más responsables, más honestos, más pulcros, más mansos y dedicados que el resto. En una época en que las mujeres no formaban parte de la fuerza de trabajo, las virtudes femeninas de los homosexuales eran muy apreciadas.

Cuando viví en Santa Rosalía, los franceses ya se habían marchado, y lo que quedó de la compañía había pasado al gobierno mexicano, pero muchos puestos administrativos y de atención al público seguían siendo ocupados por homosexuales nativos capacitados por los franceses. A medida que la compañía mexicana fue despidiendo personal, muchos homosexuales encontraron natural emplear su experiencia en el comercio, los servicios y otras actividades, o emigraron, llevando con ellos la confianza adquirida en sus habilidades.

Los que permanecieron en Santa Rosalía siguieron jugando papeles relevantes en la vida social como organizadores de festividades, animadores y patrocinadores de clubes, promotores de teatro, recitales y danza. Junto con los maestros, llenaron el vacío que la compañía francesa había dejado como organizadora de la sociedad. Ignoro su papel en la Santa Rosalía actual, una muy diferente a la que conocí. El director de un periódico de Tijuana me comentó que los homosexuales de Santa Rosalía son respetados por las comunidades gay de ahí.

El homosexual típico o histórico de Santa Rosalía es notorio porque participa activamente en la sociedad en un plano de igualdad con el resto. Su confianza en sí mismo se basa en su capacidad para realizar actividades útiles y apreciadas. No hace aspavientos ni tiende a reivindicar su condición sexual porque su identidad social no está en ella. Su experiencia contrasta con la inclinación gay moderna a reivindicar su condición como “derecho al cuerpo” y sugiere que la igualdad en el trabajo es una aspiración más segura, menos controvertida y más afín a una sociedad conservadora como la mexicana.

           

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